lunes, 23 de junio de 2008

Frivolidad de lujo: Sexo en Nueva York

El sábado salí del cine pensando que había tirado 6 euros a la basura. Pero lo cierto es que tampoco hay que ser tan duros. Se podría más bien decir que la indignación y las críticas que me generó la película no valían 6 euros. Dado que me quedé a merced de un grupo de mujeres este fin de semana, decidí ceder e ir al cine con ellas a ver “Sexo en Nueva York”, película adaptación de la famosa serie. Ya era de esperar una frivolidad de película, pero lo cierto es que rompió todas mis expectativas.

No me dará pena desvelaros algunas claves de la película, porque es tan previsible que hasta un guionista de medio pelo podría imaginar el siguiente diálogo. La cuestión no es tanto el argumento. Porque hay mejores y peores. La cuestión que me vuelve loco son los valores que trasmite la película. Unas personas absolutamente desapegadas del problema del dinero, miembros de la jet-set neoyorquina, se dedican a buscar la felicidad. Para encontrarla requieren sólo dos cosas. La primera, es la compra masiva de ropa de marca, vestidos imposibles, zapatos delirantes, cócteles sofisticados, en un ambiente vinculado con el lujo y el glamour. Vamos, el consumo desenfrenado y las apariencias ante todo. Y la segunda, el amor. El amor entendido como un vínculo en una pareja monógama, estable económicamente, dentro de la percepción del amor a lo Hollywood. Para siempre, decorativo, y con final feliz. Salvo el contrapunto del personaje de Samantha (la femme fatal del grupo), el resto de ellas se enmarcan en este cliché.

A todo esto, en un momento dado de la película, entra en escena una afro-americana, que por pobre, alquila los bolsos de marca por Internet. Bueno, he aquí cómo la protagonista, como vínculo indisociable de su amistad, le regala un bolso de “Luis Vuitton”. ¡Y no veas la alegría! ¡Hasta los negritos pueden soñar con llevar ropa de marca en el american dream! Por supuesto, la negra se vuelve a su pueblo y se casa con un chico allí. Otro de mis momentos favoritos de la película es cuando una de las protagonistas no come nada porque están en México. ¡Hombre, con los sucios que son los hispanos! Y eso que están en un hotel de 6 estrellas indistinguible de una en la costa este de USA. Desde luego, los riquísimos viven igual de bien en todos los sitios, y la única diferencia que para ellos tiene estar en un país o en otro es el acento con el que se le dirija el siervo/ camarero de turno. Bueno. Como estábamos viendo la película en V.O., había un montón de american@s en la sala. ¡Cómo se reían los jodidos!

Todas las formas de ver la vida son perfectamente respetables, y todos los valores morales que uno quiera tener son dignos. Cada cual puede buscar valorarse a sí mismo como considere. Supongo que hay quien piensa que ganar mucho dinero, consumir a lo bestia, ser riquísimo y buscar un amor “a lo Hollywood” es la mejor vida posible. Por supuesto, para mí no lo es. La respeto, pero la critico y reniego de ella. Es vivir enfangado en un mundo de clichés, de apariencia y superficialidad. De fondo, el paradigma el sueño americano. De que todo es posible si trabajas con esfuerzo. Hasta puedes salir del arroyo. El que no lo hace, es porque no quiere. ¡Que maravilla! ¡Vivan los ricos! Y luego el amor, que a todo el mundo llega. Y con el Amor sólo ya vale, porque todas las dificultades son vencidas. Su triunfo es inevitable aunque no salga barato. ¡Viva el amor! En fin. Una película muy recomendable para pasar un par de horas de frivolidad frente a las pantallas. Te garantizo que sales del cine viendo la vida más clara. Porque después de verla, lo único de lo que tienes ganas es de bombardear Manhattan…

Crisis a la gallega

Hay algunos tópicos sobre los gallegos que a veces se intentan colar cargados de malicia, pero que representan muy bien a su pueblo. Aquello de que el gallego siempre responde a una pregunta con una pregunta. O de que cuando te lo encuentras en una escalera nunca se sabe si sube o si baja. Todo depende… Pues bien, Mariano Rajoy se ha comportado durante toda esta marejada interna en su partido como un auténtico gallego. Parecía que no se enteraba pero ha terminado colándosela a sus adversarios.

La campaña lanzada desde “El Mundo”, “La COPE” y el PP madrileño ha tenido la cadencia de un metrónomo. Cada lunes, una nueva desafección, un nuevo desplante. Aguirre, Zaplana, Acebes, San Gil, Ortega Lara, Arístegui, Elorriaga, Costa… Críticas, pero sin candidato alternativo. Lo que en cierta medida era un problema, porque confiaba no tanto en que el sector crítico consiguiera suficientes apoyos para desbancar al candidato, sino en que este se hiciera voluntariamente a un lado. Y si eso no ocurrió en las primeras horas de la derrota electoral, ya era difícil que pasara cuando se postuló de nuevo como candidato. Quedaría desacreditado por timorato y cobarde. Así que se decidió soportar los tortazos que le daban el solo, haciéndose un poco el sueco, como si no se enterara. No desveló nombres de su nuevo equipo para no desgastarlos antes de tiempo. De hecho, el único que se le escapó, que fue González Pons, fue atacado a degüello por la caverna mediática.

Pero Mariano tuvo un pronto cuando invitó a los descontentos a marcharse “al Partido liberal”. Y esa reacción, por violenta, fue contraproducente. El sector madrileño, (Gallardón está fuera, claro) se alzó contra el. Petición de Primarias en el Barrio de Salamanca, movimientos de apoyo a Aguirre por el matrimonio Aznar… El gallego parecía que estaba desconcertado. Pero mientras, se ganaba los apoyos de los barones de Valencia, Galicia y Murcia. El contrapeso a las ambiciones de la lideresa. Y para ganarse Andalucía, Arenas de secretario Territorial. Y el giro definitivo con el hacer de Cospedal su secretaria General. Una mujer fuerte, independiente y de consenso en todos los sectores. Junto con Ana Mato y Sáez de Santamaría, las vigas maestras del nuevo equipo. Gallardón premiado con su lugarteniente Cobo en la dirección. Aguirre castigada con la salida del suyo. El gallego ha caminado hacia las provincias, y sabe donde están los nuevos puntales de su supervivencia…

Por eso no sorprende que ni Cospedal ni Arenas hayan renunciado a liderar el PP en sus CCAA respectivas. ¡Cómo iban a hacerlo! Ahora que parece que en el PSOE sólo queda Chaves de los viejos barones, en el PP se han vuelto más feudales que nunca. Algo lógico si te ves en la oposición, que te puedas apoyar allí donde tienes poder institucional. Y a la vez, cambias a la vieja guardia. En primera línea entra una nueva generación que no viene lastrada por la última legislatura. Una suerte de giro centrista que puede resultar creíble si el discurso y las formas se vuelven moderados. Es cierto que Mariano Rajoy no tiene asegurado ser candidato en 2012. Se permitirá presentarse a más candidatos de una manera abierta en el Congreso de 2011. Y el gallego tiene que enfrentar al PSOE en nuevas elecciones (Europeas, vascas y gallegas) donde las expectativas socialistas no son malas. Hay que absorber más desgaste. Pero mucho cuidado con el gallego. Parecía que no sabía lo que hacía. Que ni subía ni bajaba. Pero por el camino, ha demostrado que no le marcan el ritmo.

Mariano Rajoy ha sido el puntal de la estrategia del “todo o nada” en la última legislatura. Pero en su discurso evidencia que “la sociedad ha cambiado más rápido que nosotros”. Y si “las circunstancias cambian”, también “debe hacerlo nuestro proceder”. “Sin cerrarse al diálogo con nadie”. Bueno. Parece que no hay nada como una derrota electoral para que entre un ataque de centrismo. A ver si ahora va la buena…

lunes, 16 de junio de 2008

De exámenes otra vez...

Ya han llegado los últimos exámenes del año y ha regresado el overbooking a las salas de estudio de la residencia. Ya estamos otra vez con los nervios. Al menos esta vez ha habido suerte. Otros años teníamos un sol radiante por estas fechas, sin embargo esta vez, aunque hace calor, el tiempo no acompaña tanto. Algo positivo para poder encerrarse en la habitación estudiando. Ya se sabe que deseas la muerte a las parejas felices que ves pasear por el parque desde la ventana de tu ratonera. Con apuntes bailando por todas partes, apilados en montones. Con correos electrónicos con los exámenes del año pasado abarrotando tu cuenta.

Esto no es excusa para que la gente deje de relacionarse dentro de la Residencia. Siempre persiste el momento de la cena y la comida, el café o la merienda, para hacer una pausa. La duración de la pausa es inversamente proporcional al nivel de estrés como directamente es la misma a los días que te faltan para que te pasen por la quilla. Este trimestre no existe una semana libre sin clases para poder estudiar con comodidad. Terminas el viernes y ya estás el lunes a muerte. Y ya se sabe que hay algunas asignaturas que no tiene mucho más que empollar como un loco (un derecho, una historia…) pero hay otras (matemáticas o economía) que más te vale que te salgan los ejercicios. Porque en caso contrario, no te salva ni una velita a San Cucufate. Y por supuesto, que acompañe la suerte en el examen, que también es importante. Que te pongan las preguntas que mejor te sabes, el ejercicio sólo cambiando las cantidades…

Pero no todo es malo. Si lo pensáis, peor estábamos cuando hacíamos selectividad. Ya se que ahora está de moda decir que nadie estudió. Pero bien cierto es que la presión de aquel examen era mucho mayor. Uno se jugaba tener una nota de corte que te permitiera estudiar lo que querías. Ahora uno ya está dentro de la carrera. Y si las cosas van mal, te puedes consagrar a “Septiembre Todopoderoso”, que protege con su gracia a los desamparados. Al menos, unas cuantas convocatorias. Tampoco es plan de abusar. Y aunque es cierto que los exámenes son unas semanas muy odiosas, no es menos cierto que la sensación de alivio con la que te quedas tras pasarlos no tiene precio. Cuando te los has quitado de encima, ligero como una pluma, todo parece sonreírte en la vida. Te tomas unas cervezas en el bar con los compañeros. Te vas a la habitación para echarte una siesta. Te vas al centro de compras. Y, obligado, te preparas para la fiesta de la noche en la que habrás de darlo todo.

Si, ya están de vuelta los exámenes y se acaba el curso. Un año lectivo que se nos ha pasado volando, con un montón de buenos momentos. Pero lo importante que recordéis algo. Estudiar y hacer exámenes es frustrante, laborioso y a veces injusto. Pero todo lo malo nos ayuda a que valoremos lo bueno que tiene la vida. Estudiar es poca cosa para la fiesta que nos espera después…

jueves, 12 de junio de 2008

Nuevos retrocesos. Viejas dinámicas

En plena efervescencia del debate sobre el derecho de los transportistas a la huelga, ha pasado desapercibida una noticia en los medios de comunicación. Su tratamiento ha sido apenas residual frente al desbarajuste generado por los bloqueos de camioneros. Un caos generado en parte por los propios piquetes, en parte por la falta de resolución del gobierno. La noticia es que la UE dio luz verde el pasado día 10 de junio a la jornada laboral de 65 horas semanales, frente a las 48 que están hoy en vigor. Veamos que implica esta directiva europea, aún pendiente de aprobación por la Eurocámara.

Según el compromiso, la semana laboral estándar es de 48 horas semanales. Sin embargo, si un empresario y un trabajador, a título individual, se ponen de acuerdo, la jornada de este último podrá prolongarse hasta las 60 horas semanales --calculadas como media durante un periodo de tres meses-- e incluso hasta las 65 en el caso de sectores como la sanidad. Una flexibilidad reivindicada desde hace años por países como Reino Unido, Alemania y los nuevos estados miembros de la Europa del Este. Como medida de protección frente a posibles presiones de los empresarios, la nueva legislación prevé algunas garantías para los trabajadores. Por ejemplo, la empresa estará obligada a obtener el consentimiento por escrito del trabajador. Este documento tendrá una validez de año y medio y no podrá ser concedido ni en el momento de la firma del contrato ni durante las cuatro primeras semanas de la relación laboral. Asimismo, los empresarios tendrán que mantener registros sobre las horas trabajadas por estos empleados.

Estas condiciones presentan una amenaza clara a los avances sociales realizados a lo largo del siglo XX, que fue llegar a una jornada laboral socialmente aceptable. Además, cabe la posibilidad de reconocer la flexibilidad del trabajador a través de las horas extra, que se pagan más caras, tal cómo merece a ocupaciones con horarios alargados (colectivos médicos, agentes de seguridad…) Ahora todo quedaría integrado dentro de un acuerdo individual trabajador- empresario, donde el desequilibrio en el poder de negociación es evidente. Las escasas garantías que ofrece la UE no son suficientes su la capacidad de reemplazo (laboral) en un determinado sector es muy alta. Es evidente que esta normativa, junto a la directiva Bolkestein, son el acta de defunción de una UE social. La Bolkestein es la que fija el principio del pais de origen. Es decir, prestador de servicios de otro país debe atenerse a la legislación del país de origen. Imaginaros el miedo al “fontanero polaco”, trabajadores mal pagados con legislación de sus países que competirían con empleados nacionales.

Ya veis que la Unión Europea ha optado por el camino de la desregulación y nosotros tan tranquilos. Pero mientras, por culpa del precio del petróleo, algo que sufrimos todos los ciudadanos, nos vemos sometidos a un bloqueo de productos. Un sector que está castigado duramente por los precios de la gasolina (pues depende su subsistencia de ellos) exige una garantía de beneficio mínimo fijado por el Estado. Y no es que quieran ayudas para reconvertir un sector (basado en autónomos con poca capacidad para competir individualmente) sino que quieren seguir con su modus operandi protegidos de contingencias externas. Y, por cierto, un beneficio mínimo que tiene una traducción directa: el incremento del precio de los productos que transportan. Y eso lo pagamos los ciudadanos. ¡Eso si que es solidaridad!

Estas dos dinámicas, que parecen contradictorias, en realidad son las dos caras de una moneda. Por una parte, deregulación desde arriba para facilitar la libre competencia en detrimento de los derechos de los trabajadores. Y por otra, unos trabajadores corporativos que no están dispuestos a ceder en nada, pese a que otros trabajadores (los precarios, los jóvenes…) sufran los efectos de tal obcecación. Los que tienen una situación ventajosa pueden cubrirse las espaldas. (los fijos, los de industrias grandes, los sectores con capacidad de presión). A los del contrato temporal no los defiende nadie. Vamos, que los protegidos bien protegidos; y los precarios, bien precarios.

lunes, 9 de junio de 2008

Detrás de las palabras

Esta mañana, mientras tomaba el desayuno, he tenido la ocasión de ver en un canal temático de noticias un debate cuyo tema principal era “El buen uso de las palabras”. En general, ha sido una plática interesante sobre los procesos de construcción del lenguaje en la sociedad, y la importancia de la denominación de los conceptos. Digamos que el que construye el lenguaje, controla el poder de lo deseable socialmente. Algo muy ligado con las teorías de Bourdieu, tan de moda en sociología.

De manera general el lenguaje se construye desde arriba o desde abajo. Puede darse que el Poder intente fijar unas determinadas categorías mentales a los ciudadanos desde la propaganda oficial. O incluso hasta desde medios de comunicación afines, que en nuestro país adolecen de falta de independencia. Por ejemplo, en EEUU el partido republicano no hace referencia a “bajadas de impuestos” o “rebajas fiscales”, sino que las denomina “alivios fiscales”. Fijaos que este sutil cambio del lenguaje. El denominarlo “alivios fiscales” implica la asunción de una mejora para el contribuyente, aunque no diga, claro está dónde deja de gastar el Estado para tal bajada de impuestos. O decir que el sector inmobiliario en España pasa por “un aterrizaje” siempre asusta menos que decir que se ha pinchado la burbuja especulativa ¿O no? El uso de un discurso desde el poder ayuda a categorizar mentalmente a los ciudadanos. Nos simplifica la comprensión de la realidad. Pero, como simplificación, puede ocultar un sesgo que no es para nada inocente.

Pero cuando hablamos del poder, no hay que pensar sólo en el político o económico, sino también en el social. La hegemonía cultural ha estado tradicionalmente en manos de los ricos, de los poderosos y de los hombres. Y eso se nota en el lenguaje de la calle. Pensad que si un marroquí cruza la frontera de ilegal es un “moro de mierda”. Pero si viene el Rey Fadh de Arabia Saudita a dejar sus riquezas a Marbella, entonces lo saludamos como el amigo musulmán. Si alguien nos cae muy bien, lo decimos sin ambages, “este tío es cojonudo”. Pero cómo sea un tipo aburrido, lo cierto es que será “un coñazo”. Y de nuevo no es casual esta vinculación con órganos genitales masculinos de lo bueno y con femeninos de lo malo. Y la cuestión es que este lenguaje ha sido interiorizado incluso por aquellos que se ven más perjudicados con la categorización que incluye. Es la hegemonía en el lenguaje del dominador. Pensad que incluso en Gran Bretaña, hubo hasta hace pocas décadas una gran diferencia entre la forma de hablar inglés en función de si eras de clase trabajadora o de la élite social. Es decir, no sólo ya dominio en los conceptos, sino también segmentación del lenguaje.

Un ejemplo de cómo el lenguaje se construye desde los medios y el poder político es el cambio de “crimen pasional” (dentro de la intimidad de la pareja) a “violencia de género” (de pugna entre géneros) y a “violencia machista” (de intento de domino del hombre sobre la mujer). Se puede ver clara la evolución y las ideas que hay detrás, que desplazan la responsabilidad de los particulares al conjunto de la sociedad. Yo soy partidario de ser cauto cuando empleamos las palabras, porque muchas veces tienen implícitas ideas con las que no estamos de acuerdo. Y aunque yo sigo siendo partidario de la economía del lenguaje (nada de los vascos y las vascas…) también de que seamos, al menos, conscientes de que todo lo que decimos es una construcción social. Con todo lo que ello implica.

viernes, 6 de junio de 2008

Yo no comparto lo que dices pero...

El tema para esta entrada me surge de una anécdota aparentemente nada significativa, pero que me hizo reflexionar sobre un tema central en la vida democrática. No recuerdo exactamente en que lugar, pero lo cierto es que estaba en un bar tomando una cerveza con algunos amigos. La cuestión fue que se puso a sonar un tema de Amy Winehouse, la polémica cantante. Uno de los presentes comentó en voz alta: “Deberían prohibir esta canción”. Yo me quedé un poco perplejo, porque no me suelo enterar de estas polémicas. “¿Por qué?” pregunté. “Pues porque trata sobre las drogas y la negativa de la cantante a desintoxicarse. Puede ser una mala influencia”. Lo curioso fue que concitó bastante consenso la propuesta.

Sin embargo, yo estoy en contra de tal censura. Pese a que yo rechazo, por descontado, este tipo de valoraciones por mis principios morales, no creo que sea una medida apropiada retirar todo aquello que no sea “políticamente correcto”. Igual que fui el primero en comprar “El Jueves” cuando se ordenó secuestrar la publicación en la que salían los Príncipes de Asturias en la portada, o me parece que habría que volcarse en apoyo de las caricaturas de Mahoma, creo que una sociedad madura debe aceptar la libertad de expresión en todas sus consecuencias. Por supuesto yo no hablo de circunstancias en las que, esgrimiendo la libertad de expresión, se insulte a particulares. Esa contingencia está ahora en los tribunales con el juicio de Gallardón contra Losantos. Yo hablo de que en una sociedad plural, con múltiples maneras de entender la vida y la moral, no se puede acallar ninguna voz en la esfera pública de manera coactiva.

Es cierto que existe un consenso social de “lo políticamente correcto” (construido, generalmente, desde medios de comunicación). Pero ello corresponde al plano de la moral colectiva, pero no de los poderes públicos. Corresponderá a cada individuo obrar acorde con sus propias convicciones. A mi no me gusta el corazón, pero no estaría bajo ningún concepto dispuesto a su censura. Simplemente, no lo veo. Que no cuenten conmigo. En este mismo sentido, en un ejemplo de más calado, abomino profundamente la ideología fascista o totalitaria. Pero no puedo prohibir que los skins se manifiesten con símbolos anticonstitucionales por la calle. La democracia es el único sistema que perdería su razón de ser si alterara sus normas de juego para defenderse de quienes no creen en ella. Si se defendiera, socavaría sus propios principios fundacionales. La libertad individual y colectiva. La libertad de conciencia y expresión. Corresponde a la esfera de la sociedad civil el repudiar tales principios.

Si a alguien no le gustan las caricaturas del “Jueves”, pues que no compre la revista. Si alguien disiente de las caricaturas de Mahoma, pues lo mismo. Porque intentar acallar su voz no es más que asumir implícitamente que mis principios son mejores que los de otros, y por lo tanto, obrar de modo totalitario. Más delito tiene cada vez que la Iglesia llama enfermos mentales a los homosexuales, o cuando los grupos de ultraderecha vinculan a la inmigración con delincuencia para expulsarlos del país. Y sin embargo, nadie se rasga las vestiduras. Las opiniones son libres, y libres se deben expresar. No hablo de insultos sino de maneras de entender la vida. Así pues, dejemos que la Amy Whitehouse cante lo que le dé la gana. Yo no le compraría un disco ni borracho, pero ni comatoso estaría dispuesto a censurarlo. Así se cuida la libertad, siguiendo la famosa frase de Voltaire: “Yo no comparto lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo”. Aunque parece que corren malos tiempos para defenderla...

lunes, 2 de junio de 2008

¿Crisis económica? No, pero como si lo fuera...

Con tanta preocupación como la que hay sobre la “crisis económica”, y su traducción inmediata en el bolsillo de los españoles, creo que convendría puntualizar algunas cuestiones. Asúmase que no soy economista y que es posible que mis argumentos sean rebatibles y seguramente, mejorables. Aún así, me arriesgo a señalar algunas cosas sobre la actual situación económica que deberíamos tener en cuenta:

¿Estamos en crisis? En sentido técnico, no.
Hay crisis económica cuando se produce un crecimiento negativo del PIB (en el valor de los bienes y servicios producidos en un país). Por lo tanto, lo acertado es decir que estamos sufriendo una intensísima desaceleración económica. Pero, si no es crisis ¿Por qué preocuparse? Bueno, pues porque el crecimiento del PIB condiciona la cantidad de empleo que se genera en un país. De modo general, los cálculos dicen que alrededor de un 3% de crecimiento anual es el valor que garantiza que, cómo poco, no haya aumentos del paro más que puntuales. Pues bien, las estimaciones actuales del Gobierno son actualmente del 2,3%. De manera que hay garantía de desempleo.

¿Por qué viene generada esta coyuntura adversa? Viene dada por la conjunción de varios factores, algunos shocks externos y otros problemas de modelo productivo interno. Los elementos externos son varios. El encarecimiento del petróleo (el de referencia en Europa, el Brend, está en los 86 $) que se traduce en un incremento de costes de la actividad productiva, luego afecta a la oferta. Además de el incremento de costes de otras materias primas (como los alimentos). Y todo ello se solapa con la crisis financiera en EEUU. Dados problemas en el pago de las hipotecas basuras (subprime) muchos bancos del otro lado del Atlántico han tenido problemas de liquidez hasta el punto de quebrar (Cómo el AHM, décimo en importancia en gestión de hipotecas en aquél país). Estos son problemas de coyuntura económica. Pero además, los tipos de interés (el precio del dinero, para entendernos) son gestionados desde el Banco Central Europeo, y su prioridad de controlar la inflación hace que el Euribor (con el que se calculan las hipotecas) sea un quebradero de cabeza importante.

Pero ¿En España no tenemos nada que ver con la desaceleración? Pues sí, sobretodo por nuestro modelo productivo vinculado a la construcción. Se estima que alrededor del 2/3 de lo que hemos crecido los años precedentes se vincula a la construcción o los efectos de arrastre que tiene sobre otros sectores. Ello no sería negativo si no hubiera crecido los últimos cuatro años sobe la base de una burbuja especulativa. Es decir, que se construía pensando en su venta sobre el valor futuro de un bien escaso y no sobre su valor real. Pues bien, hoy la vivienda es más difícil de vender, muchas promotoras se han ido a pique e incluso ya está bajando el precio. Y encima este pinchazo de la burbuja de los últimos dos años se ha visto acelerado por la coyuntura internacional. ¿Por qué? Porque España es un país con déficit exterior y dependemos de aportaciones del extranjero para financiarnos. Y claro, si hay crisis financiera fuera ¿Cómo pensar que querrán meter sus ahorros en inversiones en España?

¿Y todo esto, tan complicado, cómo se traduce en el ciudadano de a pie? Pues fácil. Primero, en el nivel de endeudamiento brutal de las familias españolas, sobretodo generado por el pago de las hipotecas (y con gente que se quiere deshacer de ellas si su piso pierde valor) y el inclemente Euribor. Segundo, un encarecimiento de la cesta de la compra. Tanto en el precio de los alimentos, como en los bienes no perecederos por el precio de alimentos y crudo en el mercado internacional. Y tercero, posibilidad de terminar en el paro si está vinculado con el sector de la construcción o servicios.

¿Y el gobierno, no sabía nada? ¿Y no puede hacer nada? Bueno, saber si que sabía que la construcción no era soportable. Pero no se esperaban que se juntara con una crisis financiera global. Y respecto de hacer, digamos primero lo que no debe hacer. No debe hacer medidas peregrinas como devolver 400 euros, que aparte de regresiva (sólo afecta a los que cotizan) no solventa nada. Ni tampoco puede tocar el IVA a los carburantes, porque depende de Bruselas. Lo que si puede es intentar espolear el sector de la construcción con vivienda protegida e ir cambiando el modelo productivo hacia uno más basado en I+D. Pero esto lleva tiempo (una legislatura más, mínimo), y mientras, muchas personas están atrapadas por la crisis. Así, amigos míos, preparaos para comer mierda. Que nos esperan, por lo menos, dos años de penitencia.

domingo, 1 de junio de 2008

El buen yantar

Recientemente, ha saltado una polémica de gran calado dentro del mundo de la cocina. El conocido chef Santi Santamaría salió a la palestra hace unas semanas para criticar el estilo de la “nueva cocina” (seguida por algunos cómo el reputadísimo Ferran Adrià). En su libro “La Cocina al Desnudo” denuncia el peligro que supone para la salud el uso de determinadas sustancias químicas en la comida. Tilda a los seguidores de la nueva cocina como pretenciosos. Sobretodo, porque el exceso de manipulación de los alimentos termina llevando a hábitos de consumo alimenticio que no son saludables.

Esta polémica no tendría mayor trascendencia de no ser porque estamos en España. El culto que se realiza al noble arte de la gastronomía es central en nuestra forma de concebir la vida. Se vincula mucho con la excelente dieta mediterránea. Salpicando nuestra geografía se pueden encontrar los más increíbles manjares, elaborados a raíz de la acumulación de experiencia de sucesivas generaciones. Tenemos una doble suerte. Por una parte, la disposición de materias primas. Los enormes contrastes entre regiones han permitido que se pueda disfrutar desde el marisco gallego, pasando por la carne asturiana y de la meseta, hasta los purpurados vinos del valle del Ebro. Desde las aceitunas del Norte de Andalucía hasta la huerta del Levante. Pero por otro lado, la cultura del español se desarrolla siempre en torno a la mesa. La comida o la cena es el acto central de cualquier acto social. Desde que en tiempos de la matanza del cerdo se juntaban las familias hasta las imponderables cenas de Nochebuena. Una doble suerte que nos hace ser envidiados por todos los desgraciados países que no han tenido la suerte de que el Mediterráneo bañe sus costas.

Herederos de la tradición del potaje de nuestras abuelas, los cocineros españoles son abanderados de nuestra cultura gastronómica. Pero es evidente que hay litigios dentro del gremio. ¿Es lícito utilizar productos químicos en la alimentación? Por desgracia, hoy se utiliza ya con pocas excepciones. Lo cierto es que la lógica del mercado impone la necesidad de conservantes para los alimentos, edulcorantes y potenciadotes del sabor. El estresante ritmo de la ciudad, que no da tiempo para comer entre semana, se traduce en el creciente dominio de la comida pre-congelada. ¡Esa si que es una amenaza para la dieta saludable! Además, es evidente que aunque en España hay buenos alimentos, lo cierto es que en las ciudades de nuestro país (depende de cual, claro, hablo por las capitales grandes) la comida es terriblemente cara además de con poca calidad. El que encuentre en Barcelona una manzana que sepa a algo, por favor, que me avise.

Sobre la “nueva cocina”, me parece bien respetable pero yo soy más apegado a las tradiciones. Ponme un buen plato por delante y ya hablaremos. Estas comidas de diseño, con platos enormes y cuadrados, donde la comida ocupa una esquinita y el resto es acompañamiento, no me resultan muy sugerentes. Además, por supuesto, “el sablazo” que te pegan te termina de disuadir de volver a un sitio de estos nunca más. Es mi opinión, pero por supuesto, me parece perfecto que haya gente a quien le guste. Faltaría más. Y estoy convencido de que estos establecimientos siguen las normativas sobre control alimentario a rajatabla. Sobre si los edulcorantes que usan deberían incluirse en la carta para conocimiento de los consumidores, eso es algo que deberá discutirse. Si puede estar contraindicado médicamente, me parece aceptable, pero si no, es un poco feo que en la carta te señalen los componentes químicos.

Después de todo de lo que se trata es de, con independencia de qué prefieras, comer bien ¿No?