martes, 24 de febrero de 2009

La muerte de las ideologías

En la postmodernidad en la que estamos insertos suele ser una frase recurrente aquello de que las ideologías han muerto. “El imperio de lo efímero” ha llegado para quedarse en el marco del relativismo moral. ¿Qué importa ahora más que los individuos? Aquí cada cual va a la suya, y los políticos, aves de rapiña, con facilidad cambian de chaqueta con tal de no cambiar de medio de transporte (el coche oficial). Desde mi punto de vista, esta afirmación es un poco desmesurada pero es evidente que ha habido un cambio global en las coordenadas ideológicas.

Primero, porque el muro de Berlín ha caído, y frente a la dicotomía capitalismo- comunismo, hoy un sistema se ha mostrado ganador. Sobre ese respecto no hay demasiada contestación. Por más que se pasara al otro extremo, al de la desregulación total. En el marco de la ideología, las grandes corrientes se han readaptado. El liberalismo tiene hoy dos vertientes: una que habla de la ampliación de derechos y de autonomía del individuo (liberalismo social) y otra que habla de no intervención en el mercado (neo-liberalismo). Y no siempre van de la mano. Por otra parte, el socialismo (o social-democracia) se ha reorientado para ofertar, más que otra cosa, liberalismo social con alguna intervención en el mercado en forma de regulación, pero sin necesariamente pasar por la universalidad de las prestaciones. El conservadurismo, por su parte, ha establecido un feliz matrimonio de conveniencia con el liberalismo económico. Es lo conocido como neo-conservadurismo (aunque ello se auto-definen, a secas, como liberales). Conservadores en lo social y liberalizadores en lo económico.

En la periferia de las grandes corrientes, las vertientes más extremas de derecha e izquierda han sufrido también sus cambios. La primera se ha readaptado al contexto sin cambiar en gran medida su ideario (sustituya judíos por inmigrantes y el resto permanece igual). Por supuesto, su clientela también ha cambiado de las clases medias a las obreras, más vulnerables al discurso del invasor. Nación y caudillismo permanecen constantes. A la izquierda, algunos han permanecido en sus posiciones (post-marxistas) y otros se han fusionado con un discurso heterogéneo e indudablemente post-moderno. Aquí encontramos a feministas, ecologistas, pacifistas, activistas homosexuales… Un cajón de sastre que no nos dice nada de ideología si no más bien de que hay nuevas dimensiones relevantes en la sociedad. Así tenemos un movimiento tectónico de la ideología propio de los periodos de cambio en el que estamos inmersos desde los años 70. Un tiempo mucho más complejo de lo que abogan los que simplifican la cuestión con la muerte de las ideologías.

Estas transformaciones son la causa (¿O consecuencia?) de las propias transformaciones en los partidos políticos. El cambio del partido de masas, vinculado con una clientela estable (obreros a la izquierda, clases medias a la derecha) por los partidos catch- all. Partidos que buscan representar a toda la sociedad con discursos desdibujados, programas ambiguos, empleo de medios de comunicación y marketing… Aunque no es del todo así, porque se mantiene una cierta tradición programática, si es verdad que los discursos tradicionales se adaptan ante una sociedad cada vez más compleja. Pero creo que es evidente que las ideologías siguen siendo algo muy vigente. Siguen siendo el principal marco de referencia para el comportamiento político. Otra cuestión diferente es que estemos ante un proceso de transformación en las corrientes del pensamiento. Y sobre todo, que los instrumentos de hacer política hayan cambiado. Hoy los liberales nacionalizan bancos y los socialistas los privatizan. ¿Cambian los medios por cambiar las ideas o viceversa? Esa es una cuestión que merece ser debatida en otra ocasión…

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