lunes, 12 de abril de 2010

Otro día...

Cuando suena el despertador a las 7 de la mañana te acuerdas de unos cuantos santos. La luz ya se desliza por los huecos de la ventana que la cortina no ha logrado tapar y es hora de ponerse en marcha. No hay persianas. No hay donde escapar. Reptante y completamente zombie, me levanto, me mojo la cara en el baño y hago las primeras necesidades del día. He puesto calentar un cazo con agua y Marc ya está empezando a desayunar. Dos cucharadas de café soluble y me termino de vestir. Cuando me acabo el café nos ponemos en marcha.

Junto a la verja, atadas con un candado (uno de los cuales, por cierto, se ha roto esta mañana) nos esperan las bicicletas. La de Marc es roja, la mía es la plateada de carretera, con el sillín un poco bajo. Nunca tienes un Churrupete a mano cuando lo necesitas… La ida por la mañana a la universidad es una tortura relativa. Son 30 minutos, lo que es más rápido que con el metro (tarda 45). También tenemos más de la mitad del camino carril bici, en especial en las zonas de más tránsito, pero hay un par de cruces peligrosos. Creedme, con las monstruosidades de coches que llevan aquí, hay que andarse con mil ojos. Ahora, hay un par de subidas que son de traca. ¡Deberíais ver cómo me pongo rojo como un tomate haciéndolas! Al final llegamos vivos, pero mientras Marc me saca varios cuerpos de distancia con gran tranquilidad, yo llego más sudado que Camacho en un partido de la selección. El edificio en el que estamos, Lionel-Groux, es de una envidiable arquitectura soviética, cuadrada y gris. Pese a ser de planta rectangular nos hemos perdido muchas veces, aunque ya nos estamos haciendo con el asunto. Aquí la gente no suele llegar hasta las 8:30 – 9:00. Cosas curiosas: aquí se trabaja con la puerta abierta. Eso tiene el punto negativo de que hace algo de fresco con la corriente, pero el positivo de que te dedicas a trabajar al máximo. En cualquier momento puede pasar alguien y no es plan de que te vea haciendo el inútil.

A las 12:00 la gente baja a comer a la cafetería o come un bocadillo rápido antes de seguir trabajando. Nosotros retrasamos la bajada a las 12:30- 13:00 para hacer algo más de hambre. Pero lo que más me sorprende es que TODO (menos Silvina, que está acabando este mes su tesis) el mundo se marcha a las 17:00. Luego me informé sobre ello. Es que aquí la gente trabaja 35 horas semanales. Tiene menos vacaciones, es verdad, pero se facilita conciliar la vida laboral y familiar. Y no es tan mala idea si, efectivamente, se trabaja todas las horas que se debe. En Barcelona hago jornadas mucho más largas, pero más improductivas. Nos marchamos a las 18:00 y la vuelta es perfecta. Casi todo cuesta abajo, como debe ser. Cuando lleguemos, lo más probable es que haga falta salir a comprar algo. En la calle Mont-Royal, al lado de donde vivimos, tenemos todo lo necesario. Hay pequeñas fruterías y economatos a ambos lados. Fruta y verdura no falta (ahora estoy enganchado al mandarinismo ilustrado). Marc se va a correr a eso de las 20:00 y yo me veo una serie. Normalmente cenamos a las 21:00. Casi seguro será hamburguesa, verduras, pizzas, cus-cus… Cosas que no requieran mucha elaboración. Aunque tenemos un horno de campeonato, que conste, y los fines de semana nos lo curramos más (Larga vida al pollo a la cerveza).

Es hora de meterse en el sobre. Me pongo el portátil al lado de la cama. Un capítulo de una serie y un capítulo del libro. Miro por la ventana y el gato aún no ha vuelto. Hay menos comida, así que el menos el gordo sí que se ha pasado por allí. ¡Son las 12 y ya tengo sueño! Bueno, mañana será otro día.

1 comentario:

Sílvia Claveria dijo...

Es comenta que tant la falta de persianes, com les portes obertes dels despatxos es deuen a una conspiració protestantista. Si bé és cert que la gent no és 'cotilla', tu has de mostrar que no estàs fent res fora d'aquesta ètica! Una abraçada!