Esta mañana, mientras tomaba el desayuno, he tenido la ocasión de ver en un canal temático de noticias un debate cuyo tema principal era “El buen uso de las palabras”. En general, ha sido una plática interesante sobre los procesos de construcción del lenguaje en la sociedad, y la importancia de la denominación de los conceptos. Digamos que el que construye el lenguaje, controla el poder de lo deseable socialmente. Algo muy ligado con las teorías de Bourdieu, tan de moda en sociología.
De manera general el lenguaje se construye desde arriba o desde abajo. Puede darse que el Poder intente fijar unas determinadas categorías mentales a los ciudadanos desde la propaganda oficial. O incluso hasta desde medios de comunicación afines, que en nuestro país adolecen de falta de independencia. Por ejemplo, en EEUU el partido republicano no hace referencia a “bajadas de impuestos” o “rebajas fiscales”, sino que las denomina “alivios fiscales”. Fijaos que este sutil cambio del lenguaje. El denominarlo “alivios fiscales” implica la asunción de una mejora para el contribuyente, aunque no diga, claro está dónde deja de gastar el Estado para tal bajada de impuestos. O decir que el sector inmobiliario en España pasa por “un aterrizaje” siempre asusta menos que decir que se ha pinchado la burbuja especulativa ¿O no? El uso de un discurso desde el poder ayuda a categorizar mentalmente a los ciudadanos. Nos simplifica la comprensión de la realidad. Pero, como simplificación, puede ocultar un sesgo que no es para nada inocente.
Pero cuando hablamos del poder, no hay que pensar sólo en el político o económico, sino también en el social. La hegemonía cultural ha estado tradicionalmente en manos de los ricos, de los poderosos y de los hombres. Y eso se nota en el lenguaje de la calle. Pensad que si un marroquí cruza la frontera de ilegal es un “moro de mierda”. Pero si viene el Rey Fadh de Arabia Saudita a dejar sus riquezas a Marbella, entonces lo saludamos como el amigo musulmán. Si alguien nos cae muy bien, lo decimos sin ambages, “este tío es cojonudo”. Pero cómo sea un tipo aburrido, lo cierto es que será “un coñazo”. Y de nuevo no es casual esta vinculación con órganos genitales masculinos de lo bueno y con femeninos de lo malo. Y la cuestión es que este lenguaje ha sido interiorizado incluso por aquellos que se ven más perjudicados con la categorización que incluye. Es la hegemonía en el lenguaje del dominador. Pensad que incluso en Gran Bretaña, hubo hasta hace pocas décadas una gran diferencia entre la forma de hablar inglés en función de si eras de clase trabajadora o de la élite social. Es decir, no sólo ya dominio en los conceptos, sino también segmentación del lenguaje.
Un ejemplo de cómo el lenguaje se construye desde los medios y el poder político es el cambio de “crimen pasional” (dentro de la intimidad de la pareja) a “violencia de género” (de pugna entre géneros) y a “violencia machista” (de intento de domino del hombre sobre la mujer). Se puede ver clara la evolución y las ideas que hay detrás, que desplazan la responsabilidad de los particulares al conjunto de la sociedad. Yo soy partidario de ser cauto cuando empleamos las palabras, porque muchas veces tienen implícitas ideas con las que no estamos de acuerdo. Y aunque yo sigo siendo partidario de la economía del lenguaje (nada de los vascos y las vascas…) también de que seamos, al menos, conscientes de que todo lo que decimos es una construcción social. Con todo lo que ello implica.
De manera general el lenguaje se construye desde arriba o desde abajo. Puede darse que el Poder intente fijar unas determinadas categorías mentales a los ciudadanos desde la propaganda oficial. O incluso hasta desde medios de comunicación afines, que en nuestro país adolecen de falta de independencia. Por ejemplo, en EEUU el partido republicano no hace referencia a “bajadas de impuestos” o “rebajas fiscales”, sino que las denomina “alivios fiscales”. Fijaos que este sutil cambio del lenguaje. El denominarlo “alivios fiscales” implica la asunción de una mejora para el contribuyente, aunque no diga, claro está dónde deja de gastar el Estado para tal bajada de impuestos. O decir que el sector inmobiliario en España pasa por “un aterrizaje” siempre asusta menos que decir que se ha pinchado la burbuja especulativa ¿O no? El uso de un discurso desde el poder ayuda a categorizar mentalmente a los ciudadanos. Nos simplifica la comprensión de la realidad. Pero, como simplificación, puede ocultar un sesgo que no es para nada inocente.
Pero cuando hablamos del poder, no hay que pensar sólo en el político o económico, sino también en el social. La hegemonía cultural ha estado tradicionalmente en manos de los ricos, de los poderosos y de los hombres. Y eso se nota en el lenguaje de la calle. Pensad que si un marroquí cruza la frontera de ilegal es un “moro de mierda”. Pero si viene el Rey Fadh de Arabia Saudita a dejar sus riquezas a Marbella, entonces lo saludamos como el amigo musulmán. Si alguien nos cae muy bien, lo decimos sin ambages, “este tío es cojonudo”. Pero cómo sea un tipo aburrido, lo cierto es que será “un coñazo”. Y de nuevo no es casual esta vinculación con órganos genitales masculinos de lo bueno y con femeninos de lo malo. Y la cuestión es que este lenguaje ha sido interiorizado incluso por aquellos que se ven más perjudicados con la categorización que incluye. Es la hegemonía en el lenguaje del dominador. Pensad que incluso en Gran Bretaña, hubo hasta hace pocas décadas una gran diferencia entre la forma de hablar inglés en función de si eras de clase trabajadora o de la élite social. Es decir, no sólo ya dominio en los conceptos, sino también segmentación del lenguaje.
Un ejemplo de cómo el lenguaje se construye desde los medios y el poder político es el cambio de “crimen pasional” (dentro de la intimidad de la pareja) a “violencia de género” (de pugna entre géneros) y a “violencia machista” (de intento de domino del hombre sobre la mujer). Se puede ver clara la evolución y las ideas que hay detrás, que desplazan la responsabilidad de los particulares al conjunto de la sociedad. Yo soy partidario de ser cauto cuando empleamos las palabras, porque muchas veces tienen implícitas ideas con las que no estamos de acuerdo. Y aunque yo sigo siendo partidario de la economía del lenguaje (nada de los vascos y las vascas…) también de que seamos, al menos, conscientes de que todo lo que decimos es una construcción social. Con todo lo que ello implica.
1 comentario:
Me voy a permitir recomendarte una lectura muy interesante sobre la perversión del lenguaje, que no otra cosa es la manipulación, de la que das muy buenos ejemplos. Es un libro de Víctor Kemplerer, un filólogo judio, casado con una mujer aria. Sobrevivió al horror del exterminio y se salvó del bombardeo de Dresde. LTI La lengua del Tercer Reich, publicado en Editorial Minúscula en 2001. Los diarios son muy extensos,también impresionantes, pero merece la pena echarles un vistazo... Están publicados en Galaxia Gutenberg. Conviene, en efecto, reflexionar sobre la manipulación del lenguaje, nada inocente; sobre los eufemismos (tan feos como abundantes hoy), sobre las "neolenguas" (Orwell, en 1984: otra estupenda recomendación para un futuro doctor en Políticas), que son mucho más eficaces que la propaganda a la inocular virus de fanatismo en la masas, y sobre todo de borrar la memoría. No hay que olvidar, hay que saber...
Descerabrar es muy sencillo: sólo hay que mover el aire de algunas palabras.
Se agradece que los jóvenes estéis en ello. Es más que importante. Cuidad el futuro y la libertad.
Encantada de visitar tu blog
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