domingo, 6 de diciembre de 2009

Dilemas escatológicos

Mi despacho está al lado de los baños de esta ala de la universidad, que a su vez lindan con Secretaría Académica. Así pues, tengo a un tiro de piedra los dos destinos más comunes de cualquier miembro del departamento de ciencia política. Por supuesto, a veces uno no sabe exactamente donde hace más papeleo y donde hace más… Los baños son sólo de hombres y de minusválidos así que las escasas féminas del departamento tienden a entrar en el último, siempre infrautilizado. En esta entrada quiero hablaros de un interesante dilema de poder que se crea cuando uno va a la baño de la universidad.

Este baño tiene su correspondiente espejo, su lavabo y su secador de manos, una fuente de agua fresca (en una especie de surtidor plateado), sus cuatro urinarios de pie y dos váteres cerrados. Siempre, por sistema, uno de los váteres está estropeado. Así pues, supongamos que un estudiante de doctorando tiene ganas de hacer una necesidad, digamos, rápida. El estudiante se enfrenta a un dilema estratégico. En estos aseos puede entrar en cualquier momento un catedrático, profesor o incluso (¡Horror!) su propio director de tesis. Como se sabe, los urinarios de pie generan en ocasiones momentos incómodos. No en mi caso, pero es sabido que algunas personas necesitan cierta intimidad para su deposiciones. De hecho, como demuestra la experiencia, dos hombres en urinarios de pie tenderán a dejar un espacio entre ellos, de modo que se llenarán de manera alternativa hasta que los impares estén en ocupados, pasando subsiguientes usuarios a llenar los pares. Así, el estudiante se encuentra con que puede haber urinarios en uso o no. Se suele dar que si un catedrático está usando un urinario de pie, los estudiantes irán directamente a los baños cerrados. Si están vacíos, ejecutarán la micción con tranquilidad. Pero como suele haber uno roto, y quizás alguien se haya adelantado, el estudiante preferirá ir a dar una vuelta prudencial o beber de la fuente para ganar tiempo a favor de la próstata del eminente profesor.

Pero claro, el pobre estudiante no juega en el vacío. ¡Cuantas incómodas situaciones se generan cuando hablamos de deposiciones de mayor calado! Quizás la peor situación de todas sea ver como un profesor entra en el lavabo cerrado y escuchas la monocorde sinfonía del desfilar de sus excrementos. Pero no es la única situación, pues las largas noches de invierno que el estudiante malgasta en su despacho pueden conducir a que sea él quien requiera de obrar en sentido semejante. Cuando está dentro, puede darse que alguien ya esté distraído en sus propios menesteres o que alguien entre para hacer una parca micción. Entonces comienza el juego por el cual el estudiante debe ser cuidadoso en el manejo de los tiempos. Obrar de tal manera que o bien el usuario de la cabina contigua termine antes o después y nunca se vean las caras; o bien esperar a que termine el invitado de orinar y entonces hacer uso desenvuelto del aseo. Afortunadamente, existe entre los usuarios de los baños cerrados el código no escrito de evitar mirar a la cara a quien has escuchado en sus más íntimas tareas. Así de curiosos son las reglas no escritas de un aseo en el departamento. Sé que no es un tema que suscite grandes apasionamientos, pero son cosas de la vida misma. Ahora imaginaros que puente estoy pasando…

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