martes, 16 de febrero de 2010

Pactitis

Estos días ha causado un gran revuelo la polémica sobre la propuesta del Rey de llegar a un Pacto de Estado sobre la economía. En este país se tiene muy mitificado el elemento balsámico de los pactos como una suerte de solución de todos los problemas. Y como si los famosos Pactos de la Moncloa no hubieran sido una excepción motivada por la necesidad de afianzar la democracia en un tiempo de crisis económica, se los invoca cíclicamente como se hace con los muertos vivientes.

Decía Karl Marx que la historia se repite siempre dos veces, una en forma de tragedia y otra en forma de farsa. Eso es un poco lo que ocurre con esta llamada al pacto del monarca, en teoría, como respuesta al gran clamor social que pide el acuerdo entre los dos principales partidos. El Rey, que arbitra y modera, pero no gobierna, ha hecho públicas sus rondas de contactos con agentes políticos y sociales. La pregunta que deberíamos hacernos es; ¿Por qué con este tema y no con otros? ¿Por qué ahora? Podemos pensar que serían tan necesarios pactos de Estado en educación o política exterior como en economía. Sin embargo, este parece el tema más urgente tras los pésimos datos de los últimos días y el ataque especulativo de hace dos semanas contra la bolsa española. Pero ocurre que los pactos tienen un problema básico; encapsulan el conflicto y la posibilidad de que haya alternativas en la gestión. Sustraen la responsabilidad de los gobiernos para asimilarla al conjunto de integrantes del pacto. ¿Y es esto deseable?

Yo creo que no lo es por varias razones. La primera es que existen recetas contrapuestas entre los partidos de izquierda y de derecha para salir de la crisis. Los primeros están a favor de mantener el gasto social como estabilizador automático de la demanda y políticas de gasto público para estimular la economía. Una receta keynesiana. La derecha propone una bajada de impuestos y recortes del gasto para evitar el efecto expulsión de la inversión privada. Una receta a la Friedman. Son propuestas válidas, pero lógicamente incompatibles. ¿Cómo esperar llegar a un acuerdo a falta de un imperativo histórico similar al de 1978? La segunda razón evidente es que la democracia tiene un componente de contraposición de diferentes alternativas. El gobierno tiene un mandato para aplicar sus políticas económicas. Acertadas o equivocadas. Como lo han tenido todos los gobiernos. Y si no gustan, hay la posibilidad de elegir a otro partido. Otra cosa a discutir es la falta de alternativa, o que esta disguste aún más, que es quizás la particularidad de este momento. Pero dudo mucho que eso pueda solucionarse con un Pacto. Ahí quizás habría que hacerse una reflexión de otro tipo…

En cualquier caso, no se llegará a ningún pacto entre los dos grandes partidos porque prima la lógica electoral: uno espera que las cosas se arreglen a tiempo y el otro que, al menos, sigan igual. Bueno, cada cual ha comprometido su capital político. ¿Es malo que no se llegue a acuerdos sobre temas comunes? No debemos dejarnos engañar por el discurso tecnocrático. No hay necesariamente una única solución ni tiene por qué haber varias que sean compatibles entre sí. En economía, no hay varitas mágicas, sino que hay diferentes palancas que deben activarse, siempre con moderación. Y no hay puntos comunes más allá de los acuerdos entre partidos. Y eso, medidas económicas con acuerdos puntuales es lo que se obtendrá (espero que sí, por nuestro bien) de esta ronda de contactos con el gobierno. Es decir, nada diferente de la aritmética parlamentaria tradicional. Porque ni se puede más, ni es deseable. Porque querer encapsular la democracia (que es tensión entre ideas contrapuestas) en el reino del tedio (que es el Pacto para todo) puede generar un efecto nocivo. Que no se empiece a acusar como culpable al gobierno, sino al sistema.

Y el Rey ha patinado con este tema. Si se ha comprometido a intentar el acuerdo, ¿Será lícito culparle si no se da? Por mí el Jefe de Estado puede reunirse con quien quiera, pero si es irresponsable políticamente, al menos que no hable de política más allá de la discrección de sus funciones. Esto no son los años 70. Quizás el gobierno está solucionando mal la crisis, pero a él al menos lo voto. A él… ya veremos.

1 comentario:

Joana dijo...

Muy clarificador, Pablo.
Gracias.