martes, 2 de febrero de 2010

Avispero mortal

A raíz del último ataque de los talibanes contra las tropas españolas destacadas en Afganistán (con muertos, desgraciadamente), ha vuelto a salir a la luz el debate sobre la conveniencia de participar en el conflicto. El argumentario de los partidos españoles es previsible. IU es pacifista, y por tanto está en contra de cualquier operación exterior. Mientras, el PP está a favor, pero pide que se le llame guerra para igualarla con la de Irak (incorregibles). Veamos los antecedentes.

Tras el 11 de septiembre de 2000 y el ataque de un enemigo invisible, el infame Bush se lanzó al ataque de Afganistán, derrocando con relativa facilidad al régimen talibán. Aquel estado, manejado con puño de hierro por el Mulá Omar, era acusado (justamente, creo) de albergar terroristas radicales, con el concurso de su aliado paquistaní. Ignoro si alguien esperaba que el mundo fuese más seguro tras la caída de los talibanes, habida cuenta de que se atacaba a los que cobijaban pero no a los que financiaban e inspiraban(Como es Arabia Saudí) al integrismo radical. Con el concurso de la OTAN, las potencias Occidentales y la carta de naturaleza posterior de la ONU, los talibanes cayeron. El apoyo a la Alianza del Norte (que tan inoportunamente perdió a su líder militar, Massoud “El Leon de Panjshir”) hacía preveer que los EEUU lograrían triunfar allí donde los británicos y los soviéticos rusos habían fracasado. Nada más lejos de la realidad. Se desplegaron tropas occidentales para controlar la zona, pero la autoridad se atomizó. Los señores de la guerra tomaron el control de sus feudos mientras que cada vez menos tropas (e interés incluso) estaban disponibles una vez abierto en 2003 el frente de Irak.

Se instauró un gobierno títere de Karzai que ha demostrado ser muy dúctil a los intereses de sus patrocinadores, pero que no ha querido atajar la corrupción que impregna toda su administración. Un gobierno, por cierto, cuya autoridad no llega más allá del horizonte visto desde un minarete de Kabul. Las últimas elecciones fueron un claro pucherazo (aunque probablemente, otra cosa no era posible) y no han incrementado la legitimidad de una autoridad inoperante. Y mientras, lo cierto es que la guerra se está perdiendo. La virulencia de los ataques de talibanes se ha multiplicado pese a las tropas de refuerzo que han enviado en fecha reciente cada vez más países. Y eso se suma a la estrategia pactista que ahora trata de aplicar los EEUU, mediante sobornos y concesiones a los talibanes moderados (si es que hay tal cosa) para integrarlos en el sistema. Algún día las tropas occidentales tendrán que salir del país, y es posible que si todo sigue igual, pase algo similar a la guerra de Vietnam o Camboya. Tras la guerra, los gobiernos títeres se desploman, volviendo quienes estaban antes (o peores) con más fuerza si cabe.

Está claro que la guerra de Afganistan no es la salida para combatir el integrismo islámico. De hecho, es una guerra que no se puede ganar. Para eso habría que haber empezado por atornillar las tuercas a los sauditas, trabar alianzas y potenciar a los demócratas moderados de los países árabes, recurrir a la contra-inteligencia y el espionaje. Pero el mal ya está hecho y España se ve arrastrada, como media Europa, a una guerra que no es la suya ni conviene al fin último con la que se pensó. ¿Tiene salida este callejón? Que alguien me lo diga, porque yo no la veo…

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