Como es sabido, durante esta pasada campaña, un gran número de actores españoles tomaron partido por el PSOE en el famoso manifiesto “Plataforma a Favor de Zapatero” (PAZ). Recientemente, se ha prohibido a una asociación de vecinos valenciana “Salvem el Cabanyal” realizar actividades en una sala de titularidad municipal, bajo la gestión de Heineken. Las razones que alegan es que no quieren que el acto se “politice (…), sólo queremos cultura y arte”. Esto me plantea la reflexión ¿Cuál es la relación entre arte y política? ¿De verdad se puede disociar? ¿Cuál es el papel del artista frente a la sociedad?
Por parte del artista, en muchas ocasiones ha habido un posicionamiento político expreso o implícito. Ya sea a través de su obra o de sus actos, intelectuales, artistas e incluso, deportistas, han tomado partido. En unos casos, por convencimiento profundo, propio de aquellos que se postularon contra el sistema y formaron la contracultura, las vanguardias y los movimientos sociales de base. Por poner un ejemplo castizo, la militancia en el comunismo de Marisol, que nada tenía que ganar y si mucho que perder cuando hizo pública su afiliación. Pero en otros casos, el artista se pone del lado del sistema y del orden establecido. Lo que hay detrás es o bien la espera de una recompensa por la lealtad mostrada o, al menos, la supervivencia. Quizás el caso de Dalí y su ambigüedad durante la dictadura franquista pueda ser ilustrativo. En cualquier caso, ello no significa que todo el mundo del arte tenga un nivel de implicación idéntico. Es evidente que un intelectual (escritor, poeta…) tiene una obra mucho más sensible a la expresión de su visión de la vida (luego de política) que, por ejemplo un futbolista.
Pero creo que no hay que tenerle miedo a que las personalidades se signifiquen políticamente. Porque esto ocurre en muchos países sin mayor problema. Y no hace falta apoyar a un partido para tener pulso político. Nosotros, lastrados por el peso de nuestra visión negativa de la política, censuramos la conexión entre arte y cosa pública. Pero considero que esta vinculación no es mala, sino que es la expresión de la riqueza de una cultura que quiere revertir en el bienestar de toda la sociedad. Alguien que utiliza su conocimiento, obra, influencia… a favor de una causa pública es digna de alabar. A mi entender, el problema viene cuando el artista se posiciona sobre las bases del clientelismo corporativo. Es decir, cuando toma partido sistemáticamente por el poder. Porque entonces no es un vigilante, una contracultura alternativa, alguien que despierte conciencias. Se convierte en un resorte más de la maquinaria propagandística de los poderosos. Un mero instrumento.
Supongo que en cierta medida la mercantilización de la sociedad ha generado que el artista sea o un precario o un vendido. Y que quepan pocos matices entre los extremos. Por eso no me gusta cuando los artistas toman partido por el poder, pero me gusta más cuando copan la resistencia. Cuando se acoplan con la cultura de la calle, con la voluntad de despertar conciencias a los problemas sociales. Y consideran que su obra es algo más que un producto; la consideran todo un proyecto de vida. Porque si de verdad es eso, también es necesariamente, política.
Por parte del artista, en muchas ocasiones ha habido un posicionamiento político expreso o implícito. Ya sea a través de su obra o de sus actos, intelectuales, artistas e incluso, deportistas, han tomado partido. En unos casos, por convencimiento profundo, propio de aquellos que se postularon contra el sistema y formaron la contracultura, las vanguardias y los movimientos sociales de base. Por poner un ejemplo castizo, la militancia en el comunismo de Marisol, que nada tenía que ganar y si mucho que perder cuando hizo pública su afiliación. Pero en otros casos, el artista se pone del lado del sistema y del orden establecido. Lo que hay detrás es o bien la espera de una recompensa por la lealtad mostrada o, al menos, la supervivencia. Quizás el caso de Dalí y su ambigüedad durante la dictadura franquista pueda ser ilustrativo. En cualquier caso, ello no significa que todo el mundo del arte tenga un nivel de implicación idéntico. Es evidente que un intelectual (escritor, poeta…) tiene una obra mucho más sensible a la expresión de su visión de la vida (luego de política) que, por ejemplo un futbolista.
Pero creo que no hay que tenerle miedo a que las personalidades se signifiquen políticamente. Porque esto ocurre en muchos países sin mayor problema. Y no hace falta apoyar a un partido para tener pulso político. Nosotros, lastrados por el peso de nuestra visión negativa de la política, censuramos la conexión entre arte y cosa pública. Pero considero que esta vinculación no es mala, sino que es la expresión de la riqueza de una cultura que quiere revertir en el bienestar de toda la sociedad. Alguien que utiliza su conocimiento, obra, influencia… a favor de una causa pública es digna de alabar. A mi entender, el problema viene cuando el artista se posiciona sobre las bases del clientelismo corporativo. Es decir, cuando toma partido sistemáticamente por el poder. Porque entonces no es un vigilante, una contracultura alternativa, alguien que despierte conciencias. Se convierte en un resorte más de la maquinaria propagandística de los poderosos. Un mero instrumento.
Supongo que en cierta medida la mercantilización de la sociedad ha generado que el artista sea o un precario o un vendido. Y que quepan pocos matices entre los extremos. Por eso no me gusta cuando los artistas toman partido por el poder, pero me gusta más cuando copan la resistencia. Cuando se acoplan con la cultura de la calle, con la voluntad de despertar conciencias a los problemas sociales. Y consideran que su obra es algo más que un producto; la consideran todo un proyecto de vida. Porque si de verdad es eso, también es necesariamente, política.
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