jueves, 5 de marzo de 2009

El derecho a amar

Ayer fui a ver la oscarizada “Mi nombre es Harvey Milk”, protagonizada por Sean Penn, que se sale en su interpretación. Esta película me sirve como excusa para honrar a un colectivo de auténticos valientes; al colectivo de homosexuales, lesbianas, bisexuales y transexuales. Y creo que merece la pena destacar por qué considero que son unos auténticos paladines de la libertad y la democracia.

La primera razón es porque por su mero modo de vida, simplemente por algo que no han escogido ellos, por lo que sienten, lo que desean, lo que aman y lo que les hace feliz ya cuentan con la incomprensión o incluso el odio y el desprecio de una buena parte de la sociedad. Pese a que no hay nada más ligado a la humanidad que la homosexualidad, pues existe desde el principio de los tiempos, la llegada de la tradición judeo-cristiana abocó a todas estas personas al ostracismo y la ocultación. La prueba más evidente es que en 85 países del mundo se persigue la homosexualidad de manera activa y en 8 de esos países se les aplica la pena de muerte. Y hasta en los países en los que se supone que hay amplios derechos reconocidos a su favor continua existiendo un sustrato social de homofobia. En España, por ejemplo, donde se acaba de eximir (gracias a un jurado popular) a un asesino confeso de una pareja gay (con 57 puñaladas) ya que alegó que estaba bebido y creía que le iban a violar. Se le condena a 20 años por haber quemado su casa. He aquí pues la lucha que viene impuesta contra las fuerzas del prejuicio y la reacción.

La segunda razón es porque la realización como persona de un homosexual tiene que vencer innumerables obstáculos derivados de esta incomprensión social. Y dar el paso adelante para reivindicar su sexualidad es una lucha difícil (muchos no la afrontan nunca) y costosa (a nivel familiar y afectivo). Por supuesto, si hablamos del Primer Mundo. Es decir, que ser homosexual no se escoge, pero decidir ejercer esta sexualidad libremente sí. Y si ya esta opción es complicada, podéis imaginaros una reivindicación pública de la misma. La tercera razón por la que los admiro es precisamente porque su propia existencia depende del respeto a las libertades individuales. Allí donde existe democracia y derechos humanos, tienen derecho (legal) a la felicidad. Por lo tanto, son las personas más respetuosas y tolerantes con la diversidad en tanto que cuentan con el odio acérrimo de las fuerzas totalitarias. Sobre todo de las huestes teocráticas que los tratan como enfermos, como desviados y que en nombre de Dios y la familia exige que sean expulsados de la esfera pública (católicos) o lapidados (musulmanes). La felicidad de un gay es una afrenta a su moral. Y eso que si la Tierra fuera una aldea de 100 habitantes, de estos, 11 serían homosexuales.

Para que una sociedad sea libre es necesario que se admita la libertad y pluralidad de sus integrantes. En este empeño, la lucha del colectivo homosexual ha sido decisiva, más allá de las reivindicaciones sectoriales. Este colectivo ha sido perseguido, repudiado y despreciado desde el advenimiento de la Edad Oscura. Hoy, los homosexuales luchan por reivindicar lo que ningún hombre ni Dios tiene legitimidad para negarles; el derecho a amar libremente. Para ellos, mi apoyo y admiración.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me ha encantado... de verdad! yo se lo que es eso y bueno es mejor no hablar del tema! precioso sin duda vere la pelicula! un saludo!