Ya se que estoy con poca producción de entradas este mes, pero como sabeis, estoy en casa y allí suelo escribir menos. De hecho, mi mente está en un proceso de muy saludable entumecimiento. Es increíble la capacidad que tengo para desconectar en mi entorno. Pese a esto, me ha llegado la noticia de las primeras desavenencias dentro de UPyD y como se ha saldado con el portazo de Mikel Buesa y la crítica de varios militantes a la falta de democracia interna. Como respuesta, publicaba Savater un artículo en El País para justificar la existencia de la formación de la que es co-fundador, en sus propios términos, como “herejía” frente a los dos grandes partidos.
Es curioso que muchas veces, cuando se analiza los partidos, no se considera el peso que el diseño organizativo tiene en su propio funcionamiento. Hay que recordar que las organizaciones tienen mucho de arenas de competición donde los militantes pugnan por su control, por cargos tanto materiales como honoríficos, sea por mantener la “pureza” ideológica o por satisfacer sus propias ambiciones personales. En las primeras fases de un partido político, como opere es crucial. De hecho, suelen empezar con un cariz muy asambleario y participativo, pero el propio crecimiento del partido genera que de la especialización de algunos miembros nazcan las elites, la “tecnoestructura” que hace y deshace. Esta archi-famosa Ley de Hierro de la Oligarquía de Michels permanece vigente, al menos, en los partidos que se constituyen como organizaciones (europeos) y no como plataforma para candidatos (americanos). Pues bien, aquí tenemos el caso de UPyD, un partido que ni mucho menos es tan grande o está tan consolidado, con ciertas dificultades. Es cierto que su éxito electoral ha sorprendido a propios y extraños, pero el partido es demasiado joven como para ser inmune a la ruptura.
Si uno analiza a UPyD, se dará cuenta de que la gente se refiere a él como “el Partido de Rosa Díez”. Algo que recuerda a las tesis de Gunther sobre el papel crucial que tiene el caudillismo de los líderes en la política española. Y que también nos orienta sobre quien tiene los pantalones en casa y quien está acostumbrada a hacer y deshacer en el partido. Algo que me imagino es propio de gente despechada por su salida de otro, que tiene un gran poder de veto interno en la configuración de candidaturas y cargos internos. No deja de ser paradójico que defiendan una reforma electoral con listas abiertas pero que haya insistentes críticas a la falta de democracia interna. Y también es extraño la importante estructura piramidal que tiene la organización, cuando lo normal es que un partido novel empieza siendo muy democrático. Se parece más a un partido leninista que a uno post-moderno. O eso diría la literatura. Porque siempre dependerá de si el partido nace desde la base local o desde el centro nacional. El caso de UPyD es claramente el segundo, una formación exclusivamente centrada en un tema: la re-centralización del Estado. Por supuesto, en íntima colaboración con cantos de sirena a diestra y siniestra y el apoyo de la brunete mediática conservadora.
En términos de Hirchman, los militantes tienen la opción de la salida (fundar otro partido), la voz (crítica interna) y la lealtad (tragarse el sapo). La dirección ya ha invitado a los rebeldes a marcharse del partido, cosa que suele pasar en las organizaciones pequeñas. Cualquier foco de oposición es potencialmente peligroso para las elites. Sin embargo, los militantes saben que fundar un nuevo partido es suicidarse, ya que empezar con una organización siempre es muy complicado y más aún obtener resultados tan buenos en tan poco tiempo. Así, han decidido que se quedarán y ejercerán la oposición desde dentro. Ya se ha demostrado que la división se castiga en las urnas. ¿Llegarán las disputas internas a minar las posibilidades electorales de UPyD? ¿Logrará el sector crítico una cuota de poder? ¿Qué pasaría si el tema nacional saliera de la agenda? ¿Y si Rosa Díez no fuera la próxima candidata? Ciertamente, se abre un panorama interesante…
Es curioso que muchas veces, cuando se analiza los partidos, no se considera el peso que el diseño organizativo tiene en su propio funcionamiento. Hay que recordar que las organizaciones tienen mucho de arenas de competición donde los militantes pugnan por su control, por cargos tanto materiales como honoríficos, sea por mantener la “pureza” ideológica o por satisfacer sus propias ambiciones personales. En las primeras fases de un partido político, como opere es crucial. De hecho, suelen empezar con un cariz muy asambleario y participativo, pero el propio crecimiento del partido genera que de la especialización de algunos miembros nazcan las elites, la “tecnoestructura” que hace y deshace. Esta archi-famosa Ley de Hierro de la Oligarquía de Michels permanece vigente, al menos, en los partidos que se constituyen como organizaciones (europeos) y no como plataforma para candidatos (americanos). Pues bien, aquí tenemos el caso de UPyD, un partido que ni mucho menos es tan grande o está tan consolidado, con ciertas dificultades. Es cierto que su éxito electoral ha sorprendido a propios y extraños, pero el partido es demasiado joven como para ser inmune a la ruptura.
Si uno analiza a UPyD, se dará cuenta de que la gente se refiere a él como “el Partido de Rosa Díez”. Algo que recuerda a las tesis de Gunther sobre el papel crucial que tiene el caudillismo de los líderes en la política española. Y que también nos orienta sobre quien tiene los pantalones en casa y quien está acostumbrada a hacer y deshacer en el partido. Algo que me imagino es propio de gente despechada por su salida de otro, que tiene un gran poder de veto interno en la configuración de candidaturas y cargos internos. No deja de ser paradójico que defiendan una reforma electoral con listas abiertas pero que haya insistentes críticas a la falta de democracia interna. Y también es extraño la importante estructura piramidal que tiene la organización, cuando lo normal es que un partido novel empieza siendo muy democrático. Se parece más a un partido leninista que a uno post-moderno. O eso diría la literatura. Porque siempre dependerá de si el partido nace desde la base local o desde el centro nacional. El caso de UPyD es claramente el segundo, una formación exclusivamente centrada en un tema: la re-centralización del Estado. Por supuesto, en íntima colaboración con cantos de sirena a diestra y siniestra y el apoyo de la brunete mediática conservadora.
En términos de Hirchman, los militantes tienen la opción de la salida (fundar otro partido), la voz (crítica interna) y la lealtad (tragarse el sapo). La dirección ya ha invitado a los rebeldes a marcharse del partido, cosa que suele pasar en las organizaciones pequeñas. Cualquier foco de oposición es potencialmente peligroso para las elites. Sin embargo, los militantes saben que fundar un nuevo partido es suicidarse, ya que empezar con una organización siempre es muy complicado y más aún obtener resultados tan buenos en tan poco tiempo. Así, han decidido que se quedarán y ejercerán la oposición desde dentro. Ya se ha demostrado que la división se castiga en las urnas. ¿Llegarán las disputas internas a minar las posibilidades electorales de UPyD? ¿Logrará el sector crítico una cuota de poder? ¿Qué pasaría si el tema nacional saliera de la agenda? ¿Y si Rosa Díez no fuera la próxima candidata? Ciertamente, se abre un panorama interesante…
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