Hoy se ha escenificado de manera definitiva la ruptura del acuerdo social. Sindicatos, patronal y gobierno han dado por imposible llegar a cualquier tipo de pacto. Algo que, por cierto, parece demostrar los límites del neocorporativismo en tiempo de crisis económica. Los sindicatos y el gobierno acusan directamente a la CEOE de mantener una postura de máximos con la rebaja de 1,5 puntos en las cotizaciones a la Seguridad Social y la reforma del mercado laboral. Los trabajos discretos y fructíferos de los últimos meses se van por el sumidero…
Pero yo creo que aquí ha habido un pecado fundacional de ingenuidad por parte del Gobierno. A la espera de este posible pacto social, se ha perdido pulso en una agenda de reformas estructurales, que debe haberlas, para cambiar el modelo productivo y el mercado de trabajo. Supongo que con la idea de diversificar los costes electorales de algunas reformas, se confiaba en llegar a acuerdos que diluyeran la responsabilidad entre los agentes sociales. Pero en este contexto, evidentemente las recetas que proponen sindicatos y empresarios no pueden ser más dispares. Los primeros, en interés de los trabajadores protegidos por el sistema; los segundos, a favor del gran empresariado. Las posiciones están completamente enrocadas. Por fin, parece que el Gobierno ha decidido tomar un impulso anunciando que tomará medidas al margen de la concertación social. Algo positivo, si deja de ser un convidado de piedra, un mero notario. De momento, se anuncia la prolongación del subsidio de desempleo. Aunque no me parece mal, me preocupa que no se afronte dos reformas cruciales. La primera son las políticas activas de empleo: hay que vincular la prestación de desempleo a formación intensiva para el reciclaje laboral de los parados. Poca labor si se limitan a esperar a que la construcción salga a flote. Y eso me lleva a una reforma más urgente; la del INEM. Una oficina de empleo tremendamente ineficiente, carente de recursos, sin una visión orientada al mercado local y ligada a formación de desempleados. Quien haya estado en una ya sabe a que me refiero…
El Presidente del Gobierno ha declarado infinitas veces que no habrá reformas del mercado de trabajo “para abaratar el despido o hacerlo libre” pues a su entender “es el modelo productivo el que ha condicionado el mercado de trabajo y no al revés. Cambiemos lo primero para cambiar lo segundo”. Creo que este enfoque es parcialmente equivocado. Primero, porque es evidente que la regulación atañe al ámbito laboral y no al tejido productivo, al menos, no directamente. Y si se asume que ambos elementos son interdependientes, se debe atacar ambos frentes a la vez. De hecho, poco incentivo a la productividad tiene un trabajador en España si su contrato dura 6 meses… Productividad que es la base del crecimiento económico, y no la especulación inmobiliaria y financiera, como ha sido hasta ahora. Luego sí que se debe reformar el mercado de trabajo a favor de los más desprotegidos. ¿Cómo? Reduciendo la rigidez del mercado entre los trabajadores más protegidos o “insiders” a favor de un tipo de contrato único que mejore la situación de los más precarios; jóvenes, mujeres e inmigrantes.
Aunque se ha reprochado mucho al Gobierno de falta de pulso ante la crisis, lo cierto es que ha aplicado algunas políticas procíclicas que parecen dar resultado. Las ayudas al sector del automóvil o el plan de inversión local sirven como colchón ante la crisis, pero no son medidas que puedan sacarnos de la crisis por sí solas, además de disparar la deuda pública y hacer que el Estado acapare créditos de la banca en detrimento del sector privado. No hay fórmulas mágicas, pues todo tiene puntos claros y oscuros. Pero la ruptura de la mesa del Pacto Social no debería frenar, si no incentivar, las cruciales reformas estructurales que hacen falta a la economía española. Ahora el Gobierno, más que nunca, tiene la pelota en su tejado.
Pero yo creo que aquí ha habido un pecado fundacional de ingenuidad por parte del Gobierno. A la espera de este posible pacto social, se ha perdido pulso en una agenda de reformas estructurales, que debe haberlas, para cambiar el modelo productivo y el mercado de trabajo. Supongo que con la idea de diversificar los costes electorales de algunas reformas, se confiaba en llegar a acuerdos que diluyeran la responsabilidad entre los agentes sociales. Pero en este contexto, evidentemente las recetas que proponen sindicatos y empresarios no pueden ser más dispares. Los primeros, en interés de los trabajadores protegidos por el sistema; los segundos, a favor del gran empresariado. Las posiciones están completamente enrocadas. Por fin, parece que el Gobierno ha decidido tomar un impulso anunciando que tomará medidas al margen de la concertación social. Algo positivo, si deja de ser un convidado de piedra, un mero notario. De momento, se anuncia la prolongación del subsidio de desempleo. Aunque no me parece mal, me preocupa que no se afronte dos reformas cruciales. La primera son las políticas activas de empleo: hay que vincular la prestación de desempleo a formación intensiva para el reciclaje laboral de los parados. Poca labor si se limitan a esperar a que la construcción salga a flote. Y eso me lleva a una reforma más urgente; la del INEM. Una oficina de empleo tremendamente ineficiente, carente de recursos, sin una visión orientada al mercado local y ligada a formación de desempleados. Quien haya estado en una ya sabe a que me refiero…
El Presidente del Gobierno ha declarado infinitas veces que no habrá reformas del mercado de trabajo “para abaratar el despido o hacerlo libre” pues a su entender “es el modelo productivo el que ha condicionado el mercado de trabajo y no al revés. Cambiemos lo primero para cambiar lo segundo”. Creo que este enfoque es parcialmente equivocado. Primero, porque es evidente que la regulación atañe al ámbito laboral y no al tejido productivo, al menos, no directamente. Y si se asume que ambos elementos son interdependientes, se debe atacar ambos frentes a la vez. De hecho, poco incentivo a la productividad tiene un trabajador en España si su contrato dura 6 meses… Productividad que es la base del crecimiento económico, y no la especulación inmobiliaria y financiera, como ha sido hasta ahora. Luego sí que se debe reformar el mercado de trabajo a favor de los más desprotegidos. ¿Cómo? Reduciendo la rigidez del mercado entre los trabajadores más protegidos o “insiders” a favor de un tipo de contrato único que mejore la situación de los más precarios; jóvenes, mujeres e inmigrantes.
Aunque se ha reprochado mucho al Gobierno de falta de pulso ante la crisis, lo cierto es que ha aplicado algunas políticas procíclicas que parecen dar resultado. Las ayudas al sector del automóvil o el plan de inversión local sirven como colchón ante la crisis, pero no son medidas que puedan sacarnos de la crisis por sí solas, además de disparar la deuda pública y hacer que el Estado acapare créditos de la banca en detrimento del sector privado. No hay fórmulas mágicas, pues todo tiene puntos claros y oscuros. Pero la ruptura de la mesa del Pacto Social no debería frenar, si no incentivar, las cruciales reformas estructurales que hacen falta a la economía española. Ahora el Gobierno, más que nunca, tiene la pelota en su tejado.
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