La vorágine informativa nos lleva de un lado a otro del globo. En Urumqi, en la provincia de Xinjiang de la China Popular, los disturbios y saqueos han dejado como poco 140 muertos. Los enfrentamientos entre la etnia mayoritaria Han y la minoría musulmana ya han extendido el caos a toda la región. Hay cientos de arrestados y heridos. Todo comenzó el pasado sábado, cuando se protestaba por el linchamiento público de dos trabajadores de esta minoría.
Mientras, al otro lado del mundo, el depuesto presidente Zelaya fracasaba en su intento de aterrizar en Teguzigualpa. Las autoridades hondureñas bloquearon las pistas, pese a las protestas de los manifestantes de apoyo al legítimo presidente. En el inevitable enfrentamiento entre el ejército y los seguidores de Zelaya ha muerto un joven, la primera víctima de este contencioso. Respecto a Irán, que parece haber perdido fuelle en los periódicos, no sabemos mucho más. Los disturbios parecen haber cesado hasta lo que trasciende, pero la BBC informa de que un nuevo grupo de clérigos han rechazado el resultado electoral. La lucha de poder, por lo tanto, continúa de manera soterrada. He aquí los tres puntales más recientes de la actualidad internacional, que son enormemente interesantes por las preguntas que plantean. El caso de China muestra por un lado los problemas en los que incurre un sistema totalitario a la hora de gestionar la integración de la diversidad. El régimen de la República Popular es continuamente glorificado como la próxima gran potencia mundial pero una visión más certera nos muestra que es un coloso con pies de barro. Las importantes contradicciones que surgen de su liberalización económica pero no política discurren en paralelo a los problemas que tiene de corrupción y de desigualdades entre el campo y la ciudad. Más aún, la represión violenta de su minoría musulmana (mayoría en Xinjiang) muestra la secular tendencia centrífuga de ese país. Unas tensiones que necesariamente se traducirán en lo político.
Como ha terminado ocurriendo en Irán. El régimen afronta en su seno dos pugnas; entre la oposición demócrata (formada por jóvenes y mujeres sobre todo) y los partidarios del régimen de un lado y entre los sectores más duros y los moderados, que quieren ser los que piloten el aparato el estado los próximos años. Todas las esperanzas de moderados y demócratas estaban en el candidato (menos malo) Rafsanyani y el brutal pucherazo de las lecciones presidenciales han generado los disturbios ya conocidos. La fractura generacional y las pugnas dentro de la elite hacen que los equilibrios de poder en Irán sean muy precarios. Veremos cuanto tarda en intervenir el Ejército y si habrá un giro hacia una mayor represión. Dependerá de si las aguas vuelven a su cauce, por supuesto, siempre que los moderados vean en la tensión popular un ariete contra los duros y no contra la estabilidad del régimen. Mientras que las armas las tengan unos y no otros, siempre habrá garantía de continuidad.
No hay más que ver lo que ha pasado en Honduras. Con constitucionalidad o no de la convocatoria de referéndum para la reelección, y fuera o no a presentarse después del mismo, saliera o no adelante la reforma de la Carta Magna, los militares han tomado un partido decisivo. Apoyando a los dirigentes del propio partido de Zelaya que se le oponían, han recolocado al presidente fuera de sus fronteras y nombrado un nuevo gobierno, completamente aislado en el plano internacional. Toda la región se ha volcado en el apoyo del presidente legítimo, incluyendo a algunos que no pueden alardear de demócratas. El fracaso en el retorno al país de Zelaya no ha hecho más que mostrar las tensiones internas dentro de Honduras. La Iglesia, el Ejército y el empresariado se han puesto de parte del gobierno usurpador, por descontado. Pero al liberar al presidente legítimo han cometido un error de manual.
Podría parecer que no están relacionadas estas situaciones entre sí, pero lo están. De hecho, se pueden sacar ciertas conclusiones. Un sistema totalitario tiene en su germen un problema serio de integración de la pluralidad que no puede anularse en esta era global a base de adoctrinamiento y censura. Niegan la visibilidad política del conflicto, lo que genera que se canalicen por otra vía: la violencia, que es la anti y a la vez la base de la política. Que el monopolio de la violencia a través del ejército no es suficiente; hace falta una masa crítica de apoyo popular para apuntalar su legitimidad interna y una comunidad internacional pasiva. Condición esta última que depende mucho del interés político y económico del país para las grandes potencias. Y por último, que la democracia sigue siendo una preciosa etiqueta para ser respetable, pero que al final no hay que ser ingenuos. Las pistolas siguen mandando mucho.
Mientras, al otro lado del mundo, el depuesto presidente Zelaya fracasaba en su intento de aterrizar en Teguzigualpa. Las autoridades hondureñas bloquearon las pistas, pese a las protestas de los manifestantes de apoyo al legítimo presidente. En el inevitable enfrentamiento entre el ejército y los seguidores de Zelaya ha muerto un joven, la primera víctima de este contencioso. Respecto a Irán, que parece haber perdido fuelle en los periódicos, no sabemos mucho más. Los disturbios parecen haber cesado hasta lo que trasciende, pero la BBC informa de que un nuevo grupo de clérigos han rechazado el resultado electoral. La lucha de poder, por lo tanto, continúa de manera soterrada. He aquí los tres puntales más recientes de la actualidad internacional, que son enormemente interesantes por las preguntas que plantean. El caso de China muestra por un lado los problemas en los que incurre un sistema totalitario a la hora de gestionar la integración de la diversidad. El régimen de la República Popular es continuamente glorificado como la próxima gran potencia mundial pero una visión más certera nos muestra que es un coloso con pies de barro. Las importantes contradicciones que surgen de su liberalización económica pero no política discurren en paralelo a los problemas que tiene de corrupción y de desigualdades entre el campo y la ciudad. Más aún, la represión violenta de su minoría musulmana (mayoría en Xinjiang) muestra la secular tendencia centrífuga de ese país. Unas tensiones que necesariamente se traducirán en lo político.
Como ha terminado ocurriendo en Irán. El régimen afronta en su seno dos pugnas; entre la oposición demócrata (formada por jóvenes y mujeres sobre todo) y los partidarios del régimen de un lado y entre los sectores más duros y los moderados, que quieren ser los que piloten el aparato el estado los próximos años. Todas las esperanzas de moderados y demócratas estaban en el candidato (menos malo) Rafsanyani y el brutal pucherazo de las lecciones presidenciales han generado los disturbios ya conocidos. La fractura generacional y las pugnas dentro de la elite hacen que los equilibrios de poder en Irán sean muy precarios. Veremos cuanto tarda en intervenir el Ejército y si habrá un giro hacia una mayor represión. Dependerá de si las aguas vuelven a su cauce, por supuesto, siempre que los moderados vean en la tensión popular un ariete contra los duros y no contra la estabilidad del régimen. Mientras que las armas las tengan unos y no otros, siempre habrá garantía de continuidad.
No hay más que ver lo que ha pasado en Honduras. Con constitucionalidad o no de la convocatoria de referéndum para la reelección, y fuera o no a presentarse después del mismo, saliera o no adelante la reforma de la Carta Magna, los militares han tomado un partido decisivo. Apoyando a los dirigentes del propio partido de Zelaya que se le oponían, han recolocado al presidente fuera de sus fronteras y nombrado un nuevo gobierno, completamente aislado en el plano internacional. Toda la región se ha volcado en el apoyo del presidente legítimo, incluyendo a algunos que no pueden alardear de demócratas. El fracaso en el retorno al país de Zelaya no ha hecho más que mostrar las tensiones internas dentro de Honduras. La Iglesia, el Ejército y el empresariado se han puesto de parte del gobierno usurpador, por descontado. Pero al liberar al presidente legítimo han cometido un error de manual.
Podría parecer que no están relacionadas estas situaciones entre sí, pero lo están. De hecho, se pueden sacar ciertas conclusiones. Un sistema totalitario tiene en su germen un problema serio de integración de la pluralidad que no puede anularse en esta era global a base de adoctrinamiento y censura. Niegan la visibilidad política del conflicto, lo que genera que se canalicen por otra vía: la violencia, que es la anti y a la vez la base de la política. Que el monopolio de la violencia a través del ejército no es suficiente; hace falta una masa crítica de apoyo popular para apuntalar su legitimidad interna y una comunidad internacional pasiva. Condición esta última que depende mucho del interés político y económico del país para las grandes potencias. Y por último, que la democracia sigue siendo una preciosa etiqueta para ser respetable, pero que al final no hay que ser ingenuos. Las pistolas siguen mandando mucho.
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