Cuando uno se acerca a la ciudad de Ljublijana (lo escribiré de ceintos de formas diferentes), sólo puede sentirse desconsolado por lo horrible de la arquitectura que se encuentra. Está claro que la huella del comunismo aún se nota en los países que han estado bajo su sombra. Es posible que muchas hayáis visitado Berlin Este u otras capitales de Europa de Europa Oriental sepais a que me refiero. Hablo de ese diseño típico de caja de zapatos, de edificios altos y de frío acero y cemento.
Nos encontramos con Marc Guinjoan (último componente de la partida pompeyana) a la salida de la sesión introductoria, y nos pusimos rumbo a la ciudad. Desde el complejo universitario hay unos 20 minutos hacia el centro, y en nuestra caminata anduvimos bajo un sol de justicia. Ciertamente, no tenía la expectativa de que fuera muy bonito, pero como ya dije en otra ocasión, la ciudad estaba dispuesta a sorprenderme. Ljublijana está edificada en torno a un castillo que se encuentra en lo alto una colina. Bajo el original nombre de “El Castillo e la Colina”, vigila los meandros de un río. En torno a ambos lados, las casas se apelotonan, principalmente con estilo del siglo XVIII y XIX. Amplias zonas peatonales, llenas de vida y terrazas, permiten hacer una importante vida en la calle. Hay bastantes plantas y vegetación, aunque la zona del castillo no está demasiado cuidada. A la gente de este país es difícil clasificarla como eslavos, pues tienen tintes de carácter mediterráneo y centro-europeo. La ciudad tendrá alrededor de 250.000 habitantes, lo que se ajusta a un país con unos 2 millones de habitantes. No hay apenas minorías étnicas (unos pocos serbios, italianos, húngaros y croatas) aunque hordas de turistas alemanes, italianos e incluso españoles tienen la ciudad tomada. Por supuesto no permanecen pues no hace falta mucho más de un día para verla.
Cuando te sientas en una terraza junto al río y disfrutas de una cerveza, tienes la impresión de que has estado toda la vida en esa ciudad. Puedes tomar partido por la “Union” o la “Lazsko”, pero sientan igual de bien con una brisa tibia y mirando a la gente pasar. La comida no es nada demasiado especial, al menos hasta lo que yo he probado. El predominio de los kebabs y la comida especiada es máximo, aunque todavía no me ha dolido el estómago. Buena señal. De momento la comida de la universidad me va salvando. Algo que me ha llamado la atención es que los eslovenos son muy deportistas. Se nota en la cantidad de tiendas que hay de ropa de montaña y en que van a todos los sitios en bicicleta. Las enormes calles diseñadas por el comunismo se han adaptado para amplias avenidas y carriles bici. Por lo que hace al trato, y hasta lo que he podido ver, son gente correcta. El que ya no lo es tanto es el tiempo. Los primeros dos días ha habido mucho bochorno pero estos últimos han sido las lluvias las que nos han acompañado. Eso ha hecho que nos hayamos refugiado en no pocos bares del centro que, de otro modo, quizás no habríamos visitado. De todas formas, la caza de la “Happy Hour” es un deporte nacional de los estudiantes del ECPR. O por lo menos, de todos los que hemos venido un poco a aprender y un bastante de vacaciones.
Los horarios son continentales, claro, lo que implica que se come a las doce- una y se cena a las siete-ocho. Esto trastoca sobre todo a los estudiantes mediterráneos, aunque te terminas haciendo visto a la hora a de la mañana a la que nos levantamos… A las siete más tardar ya estás arriba, de forma que no es extraño que a las 11 uno pueda estar durmiendo como un angelito. De todas maneras, el día se te pasa volando, porque entre las actividades sociales y los cursos que hacemos uno pierde la noción del tiempo. Precisamente, de la vida académica y de las gentes del curso hablaré en otra ocasión…
Nos encontramos con Marc Guinjoan (último componente de la partida pompeyana) a la salida de la sesión introductoria, y nos pusimos rumbo a la ciudad. Desde el complejo universitario hay unos 20 minutos hacia el centro, y en nuestra caminata anduvimos bajo un sol de justicia. Ciertamente, no tenía la expectativa de que fuera muy bonito, pero como ya dije en otra ocasión, la ciudad estaba dispuesta a sorprenderme. Ljublijana está edificada en torno a un castillo que se encuentra en lo alto una colina. Bajo el original nombre de “El Castillo e la Colina”, vigila los meandros de un río. En torno a ambos lados, las casas se apelotonan, principalmente con estilo del siglo XVIII y XIX. Amplias zonas peatonales, llenas de vida y terrazas, permiten hacer una importante vida en la calle. Hay bastantes plantas y vegetación, aunque la zona del castillo no está demasiado cuidada. A la gente de este país es difícil clasificarla como eslavos, pues tienen tintes de carácter mediterráneo y centro-europeo. La ciudad tendrá alrededor de 250.000 habitantes, lo que se ajusta a un país con unos 2 millones de habitantes. No hay apenas minorías étnicas (unos pocos serbios, italianos, húngaros y croatas) aunque hordas de turistas alemanes, italianos e incluso españoles tienen la ciudad tomada. Por supuesto no permanecen pues no hace falta mucho más de un día para verla.
Cuando te sientas en una terraza junto al río y disfrutas de una cerveza, tienes la impresión de que has estado toda la vida en esa ciudad. Puedes tomar partido por la “Union” o la “Lazsko”, pero sientan igual de bien con una brisa tibia y mirando a la gente pasar. La comida no es nada demasiado especial, al menos hasta lo que yo he probado. El predominio de los kebabs y la comida especiada es máximo, aunque todavía no me ha dolido el estómago. Buena señal. De momento la comida de la universidad me va salvando. Algo que me ha llamado la atención es que los eslovenos son muy deportistas. Se nota en la cantidad de tiendas que hay de ropa de montaña y en que van a todos los sitios en bicicleta. Las enormes calles diseñadas por el comunismo se han adaptado para amplias avenidas y carriles bici. Por lo que hace al trato, y hasta lo que he podido ver, son gente correcta. El que ya no lo es tanto es el tiempo. Los primeros dos días ha habido mucho bochorno pero estos últimos han sido las lluvias las que nos han acompañado. Eso ha hecho que nos hayamos refugiado en no pocos bares del centro que, de otro modo, quizás no habríamos visitado. De todas formas, la caza de la “Happy Hour” es un deporte nacional de los estudiantes del ECPR. O por lo menos, de todos los que hemos venido un poco a aprender y un bastante de vacaciones.
Los horarios son continentales, claro, lo que implica que se come a las doce- una y se cena a las siete-ocho. Esto trastoca sobre todo a los estudiantes mediterráneos, aunque te terminas haciendo visto a la hora a de la mañana a la que nos levantamos… A las siete más tardar ya estás arriba, de forma que no es extraño que a las 11 uno pueda estar durmiendo como un angelito. De todas maneras, el día se te pasa volando, porque entre las actividades sociales y los cursos que hacemos uno pierde la noción del tiempo. Precisamente, de la vida académica y de las gentes del curso hablaré en otra ocasión…
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