No hace ni dos días que he vuelto de Ljubljana y ya ha llegado mi cumpleaños. Aunque suena a tópico recurrente, hay que ver lo rápido que han pasado estos días. Estos días de la ECPR he gozado como un enano y eso no ha hecho más que incrementar la sensación de que estos 23 han pasado a toda leche. Un año que, por cierto, sólo puedo calificar como excelente.
Durante el curso de estadística nos contaron el origen de algunas de las técnicas que estábamos aplicando, cosa que no está mal si de verdad nos interesa conocer el método. Una de ellas era la regresión, cuyo origen está en la expresión de la “regresión a la mediocridad”. Su inventor (¿), Galton, lo hizo para señalar como los valores de una distribución normal tendían a apiñarse en torno a la media trazada por la recta de regresión. De modo que, cuando se analizaba la relación entre la altura de padres y la de los hijos, se veía como los padres altos tenían hijos más bajitos y los padres bajitos, a hijos más altos. Todos siempre convergiendo hacia la media. No os engaño cuando os digo que algo así me imaginaba para el devenir de nuestra vida. Aunque uno no supiera como de feliz iba a terminar siendo, porque nadie sabe cuando se acaba el juego, los años se iban compensando para converger en torno a la media. Así, los años buenos, esos en los que encontrabas trabajo y amor, en los que te descubrías a ti mismo, viajabas por el mundo, recuperabas viejas amistades y hacías otras nuevas, se verían compensados por otros peores. Los de la pérdida de seres queridos, los de los enfados y la rutina tediosa, los del llanto y el dolor.
No os engaño que esta teoría esconde una trampa mortal. Como uno nunca sabe donde está la media, es decir, como de feliz será en la vida, nunca sabe si mejorará o empeorará, si está en la cresta de la ola o en las abismales profundidades. Siendo así; ¿Cómo poner freno a lo que uno puede descubrir, sentir, conocer y explorar? Aunque soy una persona lenta en espabilar (porque, creo, me auto-induje algunos paradigmas equivocados) creo que hoy puedo estar satisfecho de haber pegado un giro de 180 grados en la visión que tenía de la vida hace, pongamos, 5 años. Porque los años que pasamos en la Tierra no son una sucesión de fenómenos aleatorios, determinados por un azar que nos lleva en una montaña rusa. Todo lo contario. Cada año que he pasado es un singular fenómeno digno de todas las atenciones, dependiente exclusivamente de cuanta salsa le decida echar al plato. Y de cuanto me apetezca paladear el bocado. No hay años mejores ni peores, si no que sólo hay años en los que uno se resigna a que sean una mera cifra. Eso es algo que depende de la voluntad. Por eso no me resigno a que mis 24 vayan a pasar sin pena ni gloria. Más allá de lo que me deparen, que se vayan preparando. Jamás me vieron en tan buena actitud.
Durante el curso de estadística nos contaron el origen de algunas de las técnicas que estábamos aplicando, cosa que no está mal si de verdad nos interesa conocer el método. Una de ellas era la regresión, cuyo origen está en la expresión de la “regresión a la mediocridad”. Su inventor (¿), Galton, lo hizo para señalar como los valores de una distribución normal tendían a apiñarse en torno a la media trazada por la recta de regresión. De modo que, cuando se analizaba la relación entre la altura de padres y la de los hijos, se veía como los padres altos tenían hijos más bajitos y los padres bajitos, a hijos más altos. Todos siempre convergiendo hacia la media. No os engaño cuando os digo que algo así me imaginaba para el devenir de nuestra vida. Aunque uno no supiera como de feliz iba a terminar siendo, porque nadie sabe cuando se acaba el juego, los años se iban compensando para converger en torno a la media. Así, los años buenos, esos en los que encontrabas trabajo y amor, en los que te descubrías a ti mismo, viajabas por el mundo, recuperabas viejas amistades y hacías otras nuevas, se verían compensados por otros peores. Los de la pérdida de seres queridos, los de los enfados y la rutina tediosa, los del llanto y el dolor.
No os engaño que esta teoría esconde una trampa mortal. Como uno nunca sabe donde está la media, es decir, como de feliz será en la vida, nunca sabe si mejorará o empeorará, si está en la cresta de la ola o en las abismales profundidades. Siendo así; ¿Cómo poner freno a lo que uno puede descubrir, sentir, conocer y explorar? Aunque soy una persona lenta en espabilar (porque, creo, me auto-induje algunos paradigmas equivocados) creo que hoy puedo estar satisfecho de haber pegado un giro de 180 grados en la visión que tenía de la vida hace, pongamos, 5 años. Porque los años que pasamos en la Tierra no son una sucesión de fenómenos aleatorios, determinados por un azar que nos lleva en una montaña rusa. Todo lo contario. Cada año que he pasado es un singular fenómeno digno de todas las atenciones, dependiente exclusivamente de cuanta salsa le decida echar al plato. Y de cuanto me apetezca paladear el bocado. No hay años mejores ni peores, si no que sólo hay años en los que uno se resigna a que sean una mera cifra. Eso es algo que depende de la voluntad. Por eso no me resigno a que mis 24 vayan a pasar sin pena ni gloria. Más allá de lo que me deparen, que se vayan preparando. Jamás me vieron en tan buena actitud.
1 comentario:
Ey! Felicidades, por aquí andamos algo lejos para llamarte, que como catalán ya me entenderás, me lo estoy gastando todo en "guinnes pints"
Cuando es el fiestón? yo me apunto
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