Ha habido no pocos autores que a lo largo de la Historia han reflexionado sobre cual es la virtud política más deseable en un gobernante. De todas ellas, quizás la que más destaque sea la Prudencia, ya enunciada por Aristóteles y que nos hablaba de “evitar los excesos y buscar el justo medio a las cosas”. La concepción republicana, floreciente en el Renacimiento, nos invitó a reconocer a la Prudencia como la virtud que nos ayuda “a cambiar nuestro proceder ante los embates de la Fortuna”, o lo que viene a ser lo mismo, a adaptar nuestro comportamiento no en función “de las pasiones personales, si no de las necesidades que las circunstancias imponen al Estado”.
El día 27 de agosto se inauguró en Arnedo una estatua de metal en conmemoración de las personas que vendían verduras (ya apenas se hace) en la Plaza de Vico. Aprovecharon las autoridades varias para hacer una celebración y el posado con algunas de las vendedoras de antaño en un evento folclórico con pocos asistentes. La verdad es que no tengo deseo de hablar sobre el impacto estético de la escultura. Creo que cada cual es muy libre para que le guste o no. Lo que yo quiero hablar es sobre la oportunidad de la misma. Empecemos por el coste; la escultura ha supuesto un desembolso a las arcas públicas de 21.000 euros de la partida de 40.000 destinada a “embellecimiento de la ciudad”. Resulta sorprendente que en un contexto en que las finanzas públicas están maltrechas por la faraónica obra de la Plaza de Toros, el ayuntamiento tenga el desparpajo de dejarse semejante dinero. No es posible afrontar el coste de construir ni una nueva guardería, ni un nuevo colegio, pero si de hacer este gasto suntuario.
De la misma manera, el horizonte de la recaudación municipal es complicado. La crisis económica ha mermado los recursos municipales en términos de obra pública, e incluso hace poco el alcalde salió por televisión recordando a los ciudadanos que hay que “ser responsable con los deberes ciudadanos y pagar las contribuciones que el ayuntamiento establece”. Por lo visto, algunos vecinos no las pagan. Si sabemos que los ingresos del ayuntamiento están descendiendo y que la inversión en obra es constante (ya la Maja, ya la plaza): ¿No es imprudente hacer semejante gasto? ¿No sería razonable el abolir la partida de 40.000 euros para embellecimiento de la ciudad con el objeto de hacer frente a los pagos que el ayuntamiento tiene pendiente? ¿No es mejor frenar el endeudamiento? No es la primera vez que se hacen gastos innecesarios. Ya se instaló una pérgola y unas rejas de metal en la Plaza de Vico y se hubieron de retirar, ya se gastaron 10.000 euros en la restauración de “La Pirámides” para acabar derribándose. ¿Es que no se es consciente de que ese dinero es de todos? Y no es sólo el dinero que se gasta, si no el coste de oportunidad: todo lo que se podría haber hecho si no se hubieran realizado estos gastos inútiles, derivados de una mala gestión.
Pensando de justificar el gasto en la escultura como de interés general, el propio alcalde declaró que la estatua serviría para “atraer a los turistas que visitan las fábricas de calzado hacia el Casco Antiguo”. Según sus palabras, los turistas vendrían al centro de la ciudad para ver la escultura. No quiero poner en duda la factura de la estatua, pero decir que alguien vendrá al centro del pueblo sólo para verla es de no entender mucho de que va esto del turismo. En suma, creo que es hora de obrar con un poco más de prudencia. Y prudencia es a la par previsión y flexibilidad. Previsión para tener un proyecto de ciudad que permita una gestión eficiente de los recursos. Flexibilidad para saber adaptarse a una situación económica nada halagüeña. Así que lo ideal sería abolir la partida de embellecimiento y evitar más gastos innecesarios. Porque, aunque a alguno le parezca mentira, todas estas ocurrencias las pagamos todos. Todos.
El día 27 de agosto se inauguró en Arnedo una estatua de metal en conmemoración de las personas que vendían verduras (ya apenas se hace) en la Plaza de Vico. Aprovecharon las autoridades varias para hacer una celebración y el posado con algunas de las vendedoras de antaño en un evento folclórico con pocos asistentes. La verdad es que no tengo deseo de hablar sobre el impacto estético de la escultura. Creo que cada cual es muy libre para que le guste o no. Lo que yo quiero hablar es sobre la oportunidad de la misma. Empecemos por el coste; la escultura ha supuesto un desembolso a las arcas públicas de 21.000 euros de la partida de 40.000 destinada a “embellecimiento de la ciudad”. Resulta sorprendente que en un contexto en que las finanzas públicas están maltrechas por la faraónica obra de la Plaza de Toros, el ayuntamiento tenga el desparpajo de dejarse semejante dinero. No es posible afrontar el coste de construir ni una nueva guardería, ni un nuevo colegio, pero si de hacer este gasto suntuario.
De la misma manera, el horizonte de la recaudación municipal es complicado. La crisis económica ha mermado los recursos municipales en términos de obra pública, e incluso hace poco el alcalde salió por televisión recordando a los ciudadanos que hay que “ser responsable con los deberes ciudadanos y pagar las contribuciones que el ayuntamiento establece”. Por lo visto, algunos vecinos no las pagan. Si sabemos que los ingresos del ayuntamiento están descendiendo y que la inversión en obra es constante (ya la Maja, ya la plaza): ¿No es imprudente hacer semejante gasto? ¿No sería razonable el abolir la partida de 40.000 euros para embellecimiento de la ciudad con el objeto de hacer frente a los pagos que el ayuntamiento tiene pendiente? ¿No es mejor frenar el endeudamiento? No es la primera vez que se hacen gastos innecesarios. Ya se instaló una pérgola y unas rejas de metal en la Plaza de Vico y se hubieron de retirar, ya se gastaron 10.000 euros en la restauración de “La Pirámides” para acabar derribándose. ¿Es que no se es consciente de que ese dinero es de todos? Y no es sólo el dinero que se gasta, si no el coste de oportunidad: todo lo que se podría haber hecho si no se hubieran realizado estos gastos inútiles, derivados de una mala gestión.
Pensando de justificar el gasto en la escultura como de interés general, el propio alcalde declaró que la estatua serviría para “atraer a los turistas que visitan las fábricas de calzado hacia el Casco Antiguo”. Según sus palabras, los turistas vendrían al centro de la ciudad para ver la escultura. No quiero poner en duda la factura de la estatua, pero decir que alguien vendrá al centro del pueblo sólo para verla es de no entender mucho de que va esto del turismo. En suma, creo que es hora de obrar con un poco más de prudencia. Y prudencia es a la par previsión y flexibilidad. Previsión para tener un proyecto de ciudad que permita una gestión eficiente de los recursos. Flexibilidad para saber adaptarse a una situación económica nada halagüeña. Así que lo ideal sería abolir la partida de embellecimiento y evitar más gastos innecesarios. Porque, aunque a alguno le parezca mentira, todas estas ocurrencias las pagamos todos. Todos.
1 comentario:
Pablo es muy acertado tu artículo. El Ayuntamiento pone la responsabilidad en los demás cuando es suya. El presupuesto municipal puede variarse y cambiarse siguiendo prioridades. La pandereta y el folklore es lo que le va a nuestro Alcalde, y no lo va a sacrificar para hacer una Guardería.
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