Ha empezado el curso, y se nota el bullir de la actividad en la Universidad. Esta mañana en la puerta, cuando yo me dirigía a tomar mi socorrido cortado, había un grupo de nuevos estudiantes. Agitados, emocionados por empezar la vida académica. ¿Cómo no estarlo? Iban dando vueltas sin parar, intentando rastrear donde tienen las clases y buscando a los que serán, quizás, sus compañeros durante los próximos 4 años. Los he visto, y me han parecido tan pequeños… ¡Hace 6 años pasé por el mismo trance y cualquiera lo díria! Ya casi soy parte del mobiliario de la universidad.
La actividad también ha vuelto al departamento, por descontado, y todo el mundo se afana ahora en organizar las clases y proyectos para el año. Muchos han estado de vacaciones hasta hacía bien poco, o eso es lo que parece. Porque el problema de este tipo de ocupaciones es que resulta difícil desconectar del todo. Bueno, en mi caso reconozco que volver a Arnedo tiene para mí un poder narcotizante. Es llegar y perder 120 puntos de cociente intelectual. Pero a la mayoría pasa, y a mí también cuando estoy en Barcelona, que te terminas llevando parte del trabajo a casa. No sólo porque te comas el tarro sobre cómo mejorar tu investigación, que es lo lógico. Es porque a veces terminas leyendo artículos antes de cenar. Y eso no es plan de vida. ¡Con lo saludable que es sentarse en el sofá a ver la televisión! Pero bueno. Supongo que llega un punto en que marcas las líneas rojas, sobre todo, en que te vas haciendo adulto. Porque si algo bueno tiene llegar a adulto es que aprendes a relativizar. La suerte de no ahogarse en un vaso de agua…
Pero no me desvío del tema, porque ya ha comenzado el curso y han subido los precios en la cafetería. Todo 5 céntimos más caro. ¿Razón? Pues que alguien me lo explique, porque no será por la calidad de la comida. Mientras, los informáticos están al borde del suicidio. La aplicación del Campus Global (donde se cuelgan prácticas, notas… en Internet) no funciona y miles de profesores los reclaman. En un derroche de inteligencia, decidieron cambiar la versión un día antes del inicio de las clases. Ahora no va. Y creedme cuando os digo que no hay peor analfabeto digital que un catedrático octogenario. Los funcionarios se reintegran a sus tareas y se preparan para amargarnos la vida otro curso. Y, de paso, me cambian de despacho. Se acabó el chollo del espacio. Me trasladan con otros 3 compañeros más a un pequeño cubículo, justo en el corazón del departamento. Como si quisieran acotar la feliz independencia que hemos tenido hasta ahora. Eso sí, el patriota mapa de la denominación de origen se viene conmigo. No hay vuelta de hoja.
En resumen; vuelve la actividad. Aunque pueda pensarse lo contrario, de verdad que me alegro. Me gusta un poco el sado, y que me aprieten las clavijas. Y de paso, también vienen todos los universitarios, lo que hace que pueda volver a ver a viejos conocidos. Pues nada, de vuelta al tajo. Aunque eso sí, mañana al Congreso de la AECPA en Málaga. Veremos que da de si.
La actividad también ha vuelto al departamento, por descontado, y todo el mundo se afana ahora en organizar las clases y proyectos para el año. Muchos han estado de vacaciones hasta hacía bien poco, o eso es lo que parece. Porque el problema de este tipo de ocupaciones es que resulta difícil desconectar del todo. Bueno, en mi caso reconozco que volver a Arnedo tiene para mí un poder narcotizante. Es llegar y perder 120 puntos de cociente intelectual. Pero a la mayoría pasa, y a mí también cuando estoy en Barcelona, que te terminas llevando parte del trabajo a casa. No sólo porque te comas el tarro sobre cómo mejorar tu investigación, que es lo lógico. Es porque a veces terminas leyendo artículos antes de cenar. Y eso no es plan de vida. ¡Con lo saludable que es sentarse en el sofá a ver la televisión! Pero bueno. Supongo que llega un punto en que marcas las líneas rojas, sobre todo, en que te vas haciendo adulto. Porque si algo bueno tiene llegar a adulto es que aprendes a relativizar. La suerte de no ahogarse en un vaso de agua…
Pero no me desvío del tema, porque ya ha comenzado el curso y han subido los precios en la cafetería. Todo 5 céntimos más caro. ¿Razón? Pues que alguien me lo explique, porque no será por la calidad de la comida. Mientras, los informáticos están al borde del suicidio. La aplicación del Campus Global (donde se cuelgan prácticas, notas… en Internet) no funciona y miles de profesores los reclaman. En un derroche de inteligencia, decidieron cambiar la versión un día antes del inicio de las clases. Ahora no va. Y creedme cuando os digo que no hay peor analfabeto digital que un catedrático octogenario. Los funcionarios se reintegran a sus tareas y se preparan para amargarnos la vida otro curso. Y, de paso, me cambian de despacho. Se acabó el chollo del espacio. Me trasladan con otros 3 compañeros más a un pequeño cubículo, justo en el corazón del departamento. Como si quisieran acotar la feliz independencia que hemos tenido hasta ahora. Eso sí, el patriota mapa de la denominación de origen se viene conmigo. No hay vuelta de hoja.
En resumen; vuelve la actividad. Aunque pueda pensarse lo contrario, de verdad que me alegro. Me gusta un poco el sado, y que me aprieten las clavijas. Y de paso, también vienen todos los universitarios, lo que hace que pueda volver a ver a viejos conocidos. Pues nada, de vuelta al tajo. Aunque eso sí, mañana al Congreso de la AECPA en Málaga. Veremos que da de si.
2 comentarios:
Qué putada volver a la investigación después de los aplausos de Málaga. Seguramente echarás de menos la muchedumbre enloquecida, los sujetadores que pudiste coger al vuelo y, sobre todo, el café y las pastas gratuitas.
Ya. La verdad es que he enloquecido a las masas con mi paper. No veas lo que ligué esa noche, con tangas de catedráticos por todas partes.
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