martes, 25 de mayo de 2010

Un pequeño puente en Quebec

No os podéis imaginar la pereza que me está dando el escribir esta entrada. Ahora mismo tenemos 30º en Montreal, lo que sería estupendo si estuviera en una piscina chapoteando a mediodía y no fueran las 11 de la noche, sin correr una pizca de aire. Pero no todo son malas noticias. Puedo anunciar con gran orgullo que Cocó ha sido capturado. Así es, ese gordo gato hijo de p*** que ha hecho que Marc recibiera mas mensajes de los dueños que una central de Correos y que nos ha llevado largas noches de guardia aguantando un cordel para cerrarle la puerta corredera (quizás, los dos más idiotas de Montreal) está bajo nuestra soberanía. Malas noticias para él, creedme…

Este fin de semana pasado hemos vuelto a Quebec. El lunes ha sido uno de los pocos días de fiesta en este país, el conocido en Canadá como “Día de la Reina” en honor al cumpleaños de la Reina Victoria y el “Dia de los Patriotas” en Quebec, en honor de una revuelta liberal de los años 30 del siglo XIX. Encabezada, por descontado, por el genial Papineau. Nos ha hecho, como de hecho está haciendo todos estos días, un tiempo soberbio. El país está irreconocible. Un verde precioso en los árboles y parques, la gente paseando feliz comiendo un helado… En fin. El sábado visitamos la Ciudadela, un clásico bastión de forma de estrella que todavía está en uso por el 22º regimiento, el único batallón de infantería francófono de Canadá. Además de visitar algunos museos que tenían dentro, la visita tampoco fue nada del otro mundo. Mucho cacharro para matar (donde se ponga un pepino nuclear…) y algunas fotos a la guardia de honor, ya que estaba de visita la Gobernadora General de Canadá. Lo que sí se exploró con bastante interés estos días fue las “Micro-brasseries” que son una suerte de cervecerías autóctonas donde elaboran su propia cerveza. Muy rica, por supuesto, a la par que conveniente bajo un sol de justicia.
Al día siguiente nos alquilamos un coche (¡automático!) y nos pusimos en camino al parque natural “Des Jardins”, en dirección al norte de la provincia. El paisaje quitaba el habla por su colorido y, aunque estábamos deseando ser devorados por algún plantígrado, al final nos conformamos con ver al oso desde lejos. La subida a la cumbre eran unos 4 km y medio en el que estuvimos criticándoos a todos los lectores de esta entrada que seáis de la UPF. En la cima hicimos la parada técnica para almorzar con serios esfuerzos por no irnos volando, en particular un servidor. La bajada, como es acostumbrado, suele ser más ligera. Ya que teníamos el coche a mano aprovechamos para visitar algunos pequeños pueblos de los alrededores y la “Isla de Orleans”, una masa de tierra al otro lado del río principal de Quebec plagada de manzanos en flor, sidrerías y casas de aldeanos. Lástima que para las 8 PM (¡!) han cerrado la cocina y no pudimos cenar con unas vistas preciosas al río…
Al día siguiente nos fuimos de picnic (a tiempo parcial) a las “Plaines d´Abraham”, que es un macro-parque en el centro de Ciudad de Quebec. Allí se produjo una estúpida y crucial batalla durante la Guerra de los Siete Años. En 15 minutos de reloj, el general Wolfe (inglés) se merendó a los franceses, capitaneados por Montcalm y se apropiaron de todo Quebec. Mira que hay que ser una nación triste para tener de referente histórico una batalla de un cuarto de hora… Pero ahora, sobre los huesos de muchos franceses y menos ingleses había jóvenes jugando al futbol, muchachas tomando el sol y abuelos en bicicleta. Un ambiente perfecto para despedirse de la ciudad hasta la próxima.

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