viernes, 25 de junio de 2010

¡Ballenas!

Siguiendo con mi tarea de cronista, relato a continuación mi devenir de la última semana. El pasado viernes presentamos en el seminario conjunto de la Universidad de Montreal y McGuill el trabajo que estamos haciendo estos días y el sábado fuimos invitados a una barbacoa en casa de André Blais para festejar el evento. Nos lo pasamos en grande aquella calurosa tarde de sábado y, aunque nos llovió un poco, el ambiente fue muy cordial y distendido. De hecho, la familia Blais es encantadora. Pues bien, el plan era el siguiente. El domingo saldríamos hacia Quebec ville con un “Amigo express” y, desde allí, acompañados por Sanjaume, Pere (nombre en clave: “¿Echamos unas birritas?”) y Etienne (el auténtico sherpa quebecois), alquilar nuestro coche y dirigirnos al nor-este. El lugar de destino: Tadoussac y Les Bergeronnes. El objetivo: ver ballenas.

El domingo salimos hacia media tarde para Quebec y, ya puestos, aprovechamos para ir a la fiesta del “reaguetton” (para vergüenza de propios y extraños), que era en la famosa macro-discoteca “Chez Dagobert”, el típico lugar donde la música te taladra el cerebro mientras sueltan espuma con forma de nieve del techo. Evidentemente, nuestro tanteo turístico nos retrasó la salida, que ejecutamos finalmente hacia las 11 de la mañana. En el coche fuimos un poco apretados, pero nada grave. Nos paramos a comer en el entorno idílico de un lago digno de las mejores películas. Quizá lo más curioso del viaje fue tener que coger un trasbordador de coches que cruzaba la desembocadura del río. Lo extraño es que no se hace un puente por una cuestión competencial. Como las aguas corresponden al gobierno federal y la tierra al provincial, y dado que debe obligatoriamente debe haber un medio para cruzar el río, Canadá debe mantener un sistema de trasbordadores para atravesar ese punto ante la negativa del gobierno provincial a hacer el puente. En suma, chanchullos competenciales que hacen ineficiente la ruta pero que nos hacen disfrutar gratuitamente de un paseo en barco.

Nos alojamos en la “Maison de Mieux-etre”, que era la vieja casa de un matrimonio de abuelos, con derecho a desayuno. Los ancianos fueron muy amables y desde allí mismo pudimos reservar la zodiac que nos llevaría al día siguiente a ver a las ballenas. Tras emocionarme viendo a las vaquitas (¡Que son más peludas que las nuestras!), nos acercamos a “Les Bergeronnes”. El pueblo eran literalmente tres calles con un simpático olor a marismas que invitaban al suicidio. Tras cenar por allí y pasear un poco, nos fuimos al albergue a tomar unas cervezas. No hubo más remedio que ponerse con los abrigos porque había un millón de mosquitos a los que, para nuestra desgracia, les dimos de comer a ellos y futuras generaciones. A dormir, que mañana tocan ballenas. Dicen que no aparecen siempre. ¿Y si el viaje hubiera sido en balde? Tengamos fe.

Nos despertamos al día siguiente pero por desgracia no pudimos asearnos demasiado. Un sujeto de Ottawa se fortificó dentro del baño. El desayuno fue exquisito. Gofres artesanos, mermelada, zumo natural… ¡Qué maravilla! ¡Y qué prisa! Tomamos el coche para llegar al punto de partida de la expedición. Cuando llegamos allí, nos vistieron como si fuéramos astronautas y nos montamos en un autobús. Un señor barbudo con pinta de viejo lobo de mar nos esperaba en la zodiac para llevarnos, no mar a dentro, sino río a dentro. ¡De verdad hay ballenas aquí? No se ve nada… ¡Y sí! Se ve como ballenas blancas y grises salen a distintos lados de la barca. Durante casi tres horas estuvimos dando vueltas persiguiendo a los simpáticos cetáceos… Fue una pena no poder ver a la ballena gris, que es la auténtica gigante de los mares, pero podemos considerar el objetivo cumplido. Una cosa que no creo que vuelva aver en mi vida.
Tras volver al albergue, recogimos todo y nos marchamos hacia Tadoussac. Allí visitamos la zona de la playa y el paseo marítimo. ¡El agua estaba congelada! Tras pasear y comer, nos pusimos de vuelta para casa. Paramos un ratito en la Catedral de Santa Anna, que tocaba de camino, para purificar nuestras almas pecadoras, aunque también visitamos las sidrerías de la isla de Orleans. Poco nos duró la pureza. Al día siguiente tocaba la víspera de la Fiesta Nacional, Saint- Joan baptiste, y se mascaba la tragedia…

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