El domingo salimos hacia media tarde para Quebec y, ya puestos, aprovechamos para ir a la fiesta del “reaguetton” (para vergüenza de propios y extraños), que era en la famosa macro-discoteca “Chez Dagobert”, el típico lugar donde la música te taladra el cerebro mientras sueltan espuma con forma de nieve del techo. Evidentemente, nuestro tanteo turístico nos retrasó la salida, que ejecutamos finalmente hacia las 11 de la mañana. En el coche fuimos un poco apretados, pero nada grave. Nos paramos a comer en el entorno idílico de un lago digno de las mejores películas. Quizá lo más curioso del viaje fue tener que coger un trasbordador de coches que cruzaba la desembocadura del río. Lo extraño
es que no se hace un puente por una cuestión competencial. Como las aguas corresponden al gobierno federal y la tierra al provincial, y dado que debe obligatoriamente debe haber un medio para cruzar el río, Canadá debe mantener un sistema de trasbordadores para atravesar ese punto ante la negativa del gobierno provincial a hacer el puente. En suma, chanchullos competenciales que hacen ineficiente la ruta pero que nos hacen disfrutar gratuitamente de un paseo en barco.
Nos alojamos en la “Maison de Mieux-etre”, que era la vieja casa de un matrimonio de abuelos, con derecho a desayuno. Los ancianos fueron muy amables y desde allí mismo pudimos reservar la zodiac que nos llevaría al día siguiente a ver a las ballenas. Tras emocionarme viendo a las vaquitas (¡Que son más peludas que las nuestras!), nos acercamos a “Les Bergeronnes”. El pueblo eran literalmente tres calles con un simpático olor a marismas que invitaban al suicidio. Tras cenar por allí y pasear un poco, nos fuimos al albergue a tomar unas cervezas. No hubo más remedio que ponerse con los abrigos porque había un millón de mosquitos a los que, para nuestra desgracia, les dimos de comer a ellos y futuras generaciones. A dormir, que mañana tocan ballenas. Dicen que no aparecen siempre. ¿Y si el viaje hubiera sido en balde? Tengamos fe.
Tras volver al albergue, recogimos todo y nos marchamos hacia Tadoussac. Allí visitamos la zona de la playa y el paseo marítimo. ¡El agua estaba congelada! Tras pasear y comer, nos pusimos de vuelta para casa. Paramos un ratito en la Catedral de Santa Anna, que tocaba de camino, para purificar nuestras almas pecadoras, aunque también visitamos las sidrerías de la isla de Orleans. Poco nos duró la pureza. Al día siguiente tocaba la víspera de la Fiesta Nacional, Saint- Joan baptiste, y se mascaba la tragedia…
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