sábado, 26 de junio de 2010

Gent du Pays

San Juan es siempre un tormento lleno de petardos y hogueras en Barcelona. Playa masificada, borrachos por la calle… Sin embargo, da la casualidad de que esta festividad es también da del “Día Nacional de Quebec”, víspera de cuya fiesta hemos podido disfrutar en la propia capital. Tras nuestra breve expedición cetácea tocaba el turno de imbuirse de las esencias de esta tierra. Hay muchas cosas que me han llamado la atención. Por un lado, la ciudad entera y sus habitantes se han llenado de flores de lis, que es el símbolo de Quebec, y de prendas azules y blancas. Banderas, pitos y gritos de “Bon Saint-Jean” (léase alargando la a hasta quedar ronco).
La gente verdaderamente siente los colores de esta tierra de una manera muy inclusiva y reivindicativa más que otra cosa, de la singularidad de esta tierra, que de su enemistad con Canadá. Durante todo el día fueron llegando autobuses de turistas y gentes de toda la provincia. Un detalle curioso fue que una bandera de España ondeaba en el edificio de la Asamblea Nacional, probablemente, por la visita de alguna delegación esos días. El plan era congregar a las huestes en torno a tan insigne edificio y dirigirnos a las “Plaines de Abraham” (ya os hablé de ellas, ese parque inmenso donde se libró la batalla que hizo que Quebec fuera inglesa). En aquel lugar había montado un inmenso escenario y, como dijeron después por megafonía, nos habíamos congregado en el recinto unos 100.000.
Como no se podía pasar bebidas al interior, nos tuvimos que sentar en la zona cercana a tomar algunos tentempiés. Como podréis suponer, en el minuto 2 ya estábamos con banderas por todas partes gritando las bondades de aquella tierra. La gente era muy amable y había un ambiente festivo estupendo. El momento álgido sería a las 22:00, cuando se cantaría el mítico “Gent du Pays”, que es el himno de Quebec. Un himno, por cierto, que es una suerte de cumpleaños feliz… Sin embargo, el destino es caprichoso, y en un intento de infiltración que no viene al caso terminamos dispersándonos por todas partes. Por una vez, eché en falta el móvil. Cantamos el himno cada cual por nuestra parte y ya no logramos encontrarnos hasta el día siguiente. Aunque en mi caso sí que pude reencontrarme con parte del grupo y ver la gran hoguera que hicieron en un lado del escenario. ¡Con tanta gente era imposible ver a nadie! Bueno, una “poutine” (el plato de patatas fritas con queso y salsa marrón) y para casa, antes de que termine pasado por agua. Hacia las 2:00 se puso a jarrear de una manera brutal.
Al día siguiente contamos nuestras andanzas y ya en Montreal aproveché para pasarme por la zona de la Villa Olímpica, donde había más conciertos al aire libre. Alucinante la cantidad de gente, el genuino sentimiento de país. Es una fiesta diferente a la que hacemos allí, pero muy bonita e integradora. Ahora empieza el Festival de Jazz, que también tiene un montón de conciertos en la calle y atesta el centro de la ciudad con propios y extraños al género. Refresca un poco por las noches, pero la ciudad está preciosa.

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