viernes, 28 de agosto de 2009

Subidas de impuestos

No tenía ganas de escribir nada en el blog hasta mi vuelta a Barcelona la próxima semana. La actualidad, más allá de las tonterías solemnes de las escuchas que se le practica al Partido Popular, la alargada sombra de la sentencia sobre el Estatut y los recientes golpes a ETA, ha dado para poca cosa. Sin embargo, el nuevo curso político llega cargadito de sorpresas. La prueba más clara es el debate sobre la subida de los impuestos que, en teoría, pretende el gobierno para el próximo año fiscal.

En primer lugar, asumir que estamos hablando sobre posibilidades, porque hasta que no se concrete tal medida no podemos hablar sobre los posibles efectos. La vicepresidenta económica declaró el otro día que “todas las figuras son susceptibles de ser revisadas” y el propio Presidente ha declarado hoy que “habrá figuras que se revisarán al alza y otras a la baja” si bien algunas subidas serán “temporales y/o limitadas”. ¿Cuál es la genealogía de nuestro sistema fiscal como para que se plantee tal posibilidad? En primer lugar, recomiendo cautela sobre los datos de variación de la presión fiscal, porque dependen de la actividad económica. Por eso cuando hay crecimiento la presión fiscal siempre se incrementa (así ha sido la última década) y cuando hay crisis se reduce (como ahora pasa). En todo caso, en España la presión fiscal es entre 5 y 8 puntos inferior a la de los países de nuestro entorno. Lo que nos da algunas pistas de las razones por las que al Estado le ha volado el superávit de hace dos años tan rápido. A poco que se incrementa el gasto, este es muy inferior a los ingresos.


Nuestro sistema fiscal por lo que atañe al IRPF, que es el principal impuesto progresivo ha tendido a simplificar los tramos marginales máximos mientras que los obtenidos de rentas del capital han permanecido constantes. Es decir, que las rentas que se gravan más progresivamente son las del trabajo, más difíciles de evadir. Pese a que el tributo se ha tendido a simplificar por razones de eficiencia (lo que ha reducido su potencial de redistribución) continúa siendo el principal puntal de reparto de la riqueza. El 4% de los contribuyentes aporta el 37% de la recaudación, y aproximadamente el 20% de esta se obtiene del 1% de declarantes, aquellos que cuentan con una base imponible superior a los 120.000 euros anuales. Pese a que es un impuesto que grava a las clases medias muy en general, no se puede negar que hay medias y medias. Desde una perspectiva ideológica, puede haber quien esté a favor o en contra de esta labor redistributiva del estado, confrontadas en el polo entre los más y los menos intervencionistas en economía. Sin embargo, lo que yo me pregunto es: ¿Hay argumentos económicos que justifiquen una subida de los impuestos?


Más allá de la justificación ideológica, siempre se nos ha dicho que bajar impuestos era positivo para la economía (incluso alguno dijo que bajar impuestos es de izquierdas). La razón es que al bajarlos, la renta disponible de las familias se incrementa, luego se incrementa el consumo y se activa la economía. Una subida de impuestos, por lo tanto, tiene el efecto contrario y parece una mala solución. Sin embargo, está demostrado que el potencial de estímulo económico es el doble con el gasto del Estado que con bajadas de impuestos, con el añadido de que una bajada es privar de unos ingresos al Estado que son irrecuperables (políticamente, poco grato). Todos los países han optado por medidas contra-cíclicas de gasto público de diverso tipo. En España, préstamos a bancos, Plan E, ayudas al automóvil y mantenimiento de gasto público. Medidas que sirven como colchón a la economía y que, empleadas eficientemente, pueden potenciar un cambio de modelo productivo. Pero son unas medidas que generan déficit y una deuda que se debe pagar en el futuro. Y que hace necesario que el Estado recaude más para hacer frente.


Yo considero que una subida de impuestos a las rentas más altas es algo positivo. Y me refiero a esos 4% de contribuyentes por encima de los 120.000 que son los que más aportan y más tienen. Amplia el margen de maniobra para el Estado y permite compensar el déficit e incrementar la inversión productiva. Ahora bien, eso debería combinarse con otras medidas como es la ampliación del mínimo exento (o tipos marginales) a las rentas más bajas. Así se estimularía, a su vez, el consumo y habría un componente redistributivo y se aliviaría ligeramente las cuentas públicas. Y aprovecho para despejar tres tiros a puerta. 1. No, no son los ricos los que más invierten en empresas, pues el tejido productivo español se basa en PYMES y en autónomos, a los que el IRPF no es su principal problema. De hecho, el 60% de autónomos son mileuristas. 2. No, más ingresos no justifican cualquier política de gasto, si no gasto productivo y de inversión en capital físico y humano y 3. Si más gente intenta defraudar, pues se ponen más inspectores. Ya se que muchos justifican bajar impuestos a las rentas altas porque hay mucho fraude, pero no me suena que hayamos hecho que matar no sea delito porque haya mucha gente que huya después del crimen.

martes, 18 de agosto de 2009

Prólogo a los 24

No hace ni dos días que he vuelto de Ljubljana y ya ha llegado mi cumpleaños. Aunque suena a tópico recurrente, hay que ver lo rápido que han pasado estos días. Estos días de la ECPR he gozado como un enano y eso no ha hecho más que incrementar la sensación de que estos 23 han pasado a toda leche. Un año que, por cierto, sólo puedo calificar como excelente.

Durante el curso de estadística nos contaron el origen de algunas de las técnicas que estábamos aplicando, cosa que no está mal si de verdad nos interesa conocer el método. Una de ellas era la regresión, cuyo origen está en la expresión de la “regresión a la mediocridad”. Su inventor (¿), Galton, lo hizo para señalar como los valores de una distribución normal tendían a apiñarse en torno a la media trazada por la recta de regresión. De modo que, cuando se analizaba la relación entre la altura de padres y la de los hijos, se veía como los padres altos tenían hijos más bajitos y los padres bajitos, a hijos más altos. Todos siempre convergiendo hacia la media. No os engaño cuando os digo que algo así me imaginaba para el devenir de nuestra vida. Aunque uno no supiera como de feliz iba a terminar siendo, porque nadie sabe cuando se acaba el juego, los años se iban compensando para converger en torno a la media. Así, los años buenos, esos en los que encontrabas trabajo y amor, en los que te descubrías a ti mismo, viajabas por el mundo, recuperabas viejas amistades y hacías otras nuevas, se verían compensados por otros peores. Los de la pérdida de seres queridos, los de los enfados y la rutina tediosa, los del llanto y el dolor.

No os engaño que esta teoría esconde una trampa mortal. Como uno nunca sabe donde está la media, es decir, como de feliz será en la vida, nunca sabe si mejorará o empeorará, si está en la cresta de la ola o en las abismales profundidades. Siendo así; ¿Cómo poner freno a lo que uno puede descubrir, sentir, conocer y explorar? Aunque soy una persona lenta en espabilar (porque, creo, me auto-induje algunos paradigmas equivocados) creo que hoy puedo estar satisfecho de haber pegado un giro de 180 grados en la visión que tenía de la vida hace, pongamos, 5 años. Porque los años que pasamos en la Tierra no son una sucesión de fenómenos aleatorios, determinados por un azar que nos lleva en una montaña rusa. Todo lo contario. Cada año que he pasado es un singular fenómeno digno de todas las atenciones, dependiente exclusivamente de cuanta salsa le decida echar al plato. Y de cuanto me apetezca paladear el bocado. No hay años mejores ni peores, si no que sólo hay años en los que uno se resigna a que sean una mera cifra. Eso es algo que depende de la voluntad. Por eso no me resigno a que mis 24 vayan a pasar sin pena ni gloria. Más allá de lo que me deparen, que se vayan preparando. Jamás me vieron en tan buena actitud.

domingo, 16 de agosto de 2009

Capítulo 5: Contrastes

En todos los países que uno visita se suele encontrar una dicotomía entre el país de la foto y el vital. Quitando el caso de la pobre Barcelona, que se ha convertido en una ciudad por y para la postal, cada ciudad tiene sus callejas ocultas, sus rincones secretos. En ese sentido, Eslovenia no es un lugar distinto. Es un maravilloso país que está lleno de matices, si sabes donde buscarlos, claro.

Quizás la imagen más gráfica es la del castillo de aquel príncipe-ladrón que visitamos a las afueras de la capital. Por una parte, una pequeña fortaleza llena de encanto impostada contra una pared de roca. Recatada y humilde, en apariencia inexpugnable. Pero por otro lado, en los cimientos de la fortaleza, un intrincado laberinto de cuevas y galerías subterráneas, de salidas secretas y trampas para incautos. En Ljubljana pasa lo mismo. Por el día, desde bien temprano, la plaza de la capital se llena con los colores de frutas y flores. Al visitante despierto le acompañan los olores de melocotones y sandías, de rosas y acacias. Los girasoles guardan los puestos y los lugareños se afanan en sus tareas. Los pequeños puestos de madera se despliegan para vender a los turistas souvenirs y las chapas de Broz Tito miran al transeúnte con fría indiferencia. En la plaza central, frente al ayuntamiento, las obras marchan a buen paso. Y los visitantes, se paran en el puente de los tres brazos y desde allí fotografían a los cuadros que cuelgan invertidos en el recodo de su cauce. Es el precioso país de la postal.

Pero luego vienen las profundas catacumbas, vacías de murciélagos aunque no menos sombrías. Hay dos lugares por excelencia para salir por la noche. Uno es el Metelkovac. Así se llama la calle en la que se concentrar un bar sucio lleno de hippies, casas okupas varias y mesas de madera para hacer botellón. Es un sitio completamente alternativo donde se pasean los eslovenos con miles de piercings, perros y rastas. Un sitio con muy buen ambiente y con la cerveza bien barata. Aunque parezca mentira, uno no desentona en este ambiente. El otro sitio al que uno va a pasarlo bien es la plaza de los conciertos. Allí hay varios bares con un ambiente cultureta y todas las tardes hay concierto. Aunque las actividades siempre terminan hacia la medianoche, la gente siempre alarga la velada. El único concierto al que fuimos fue a una banda gitana de origen macedonio. Hubo un ambiente masivo y, aunque las melodías eran muy parecidas entre sí, los ritmos zíngaros tenían un componente hipnótico. Además de que los músicos eran virtuosos. Incluso el líder de la banda podía tocar dos instrumentos a la vez… ¡Alucinante!

Lo más hermoso de este viaje ha sido el poder sentir este contraste. Así se puede entender muy fácilmente que el tiempo se nos haya pasado tan deprisa. Nos hemos hecho tan bien a la ciudad que parecía que estábamos en casa. Paseando por el Tívoli, mirando al letrero de la ABANKA, caminando a las orillas del río, callejeando entre kebabs, yendo y viniendo de la universidad, saliendo a todo correr para visitar cualquier rincón a pocos kilómetros de la ciudad… ¡Ay, Ljubljana! Antes de quedar con un adiós, dejémoslo como un hasta luego.

lunes, 10 de agosto de 2009

Capítulo 4: Mens sana in corpore sano

Quizás muchos de los que vais siguiendo esta pequeña crónica del viaje a Ljubljana (por fin he aprendido a escribirlo) creáis que nos pasamos el día bañados en cerveza. Quizás es lo que uno esperaría de manera razonable en un país en el que el medio litro se vende a 1,70 en la mayoría de los bares. Sin embargo, no es el caso.

La prueba más evidente han sido los últimos días, con gran variedad de actividades culturales, deportivas y gastronómicas. El pasado jueves por la tarde, por ejemplo, nos decidimos a alquilar unas bicicletas e ir a dar un paseo por el parque. Por el ridículo precio de 1 euro la hora, nos fuimos al parque Tívoli, que está en la falda de una montaña y en el que los habitantes de la ciudad disfrutan de la naturaleza. No hay más que gente yendo arriba y abajo en bici, de paseo o corriendo. Yo, sinceramente, esperaba un tranquilo recorrido por el casco urbano, pero cada vez nos fuimos internando más y más en el bosque. Cuando menos lo esperábamos nos vimos rodeados de impenetrable floresta, hasta el punto de que parecía que estábamos en una montaña virgen. Tal es la magia de este país. Total, que contra todas mis expectativas, terminé practicando BTT durante algo más de dos horas con una bicicleta peor que la de “Verano Azul”. Incluso había puntos en que había que desmontar para poder superar las raíces de los árboles, que sobresalían amenazantes en el camino. Arriba y abajo, en cuestas increíbles. La verdad es que ese día me lo pasé en grande, y mañana esperamos repetir. Esperamos buscar algún sitio donde las bicis sean algo mejores…

Uno de los nuevos objetivos que nos hemos marcado es explorar un poco más de la gastronomía local. En estos sitios tienen mucho la costumbre de que haya música en directo a la hora de la cena. Un tío con una guitarra eléctrica va tocando a su bola temas de Mark Knoffler y otros clásicos del rock. Algo, por cierto, bien deseable cuando estas en una terraza y una suave brisa te ayuda a digerir la comida. Más allá de kebabs y pizzas, que siempre son sugerentes al empobrecido estudiante, la relación calidad-precio hasta ahora es muy buena. Por ejemplo, una noche probamos una especie de plato tradicional basado en unas pochas (si, si, alubias pintas) con una chistorra y cebolla y otras verduras. De sabor es similar al plato español, lo que nos recordó por qué no deberíamos haberlo probado un viernes por la noche… Otro plato muy suyo es una especie de olla con verduras y carne que la elaboras a tu gusto. De hecho, según vimos, te dan tu propia bombona de butano y te las vas haciendo a tu gusto. Había dos abuelos a nuestro lado que llevaban una cogorza encima que poco tenía que ver con el gas butano. El pasado domingo, en el pueblo costero de Piran, probamos una menestra local (caldosa, pero muy buena) y unas sardinillas locales. Estaba de alucine y el precio fue ridículamente barato. ¡Incluso se nos dejó la olla en nuestro poder para repetir tanto primero como quisiéramos!

Pero lo que merece un apunte a parte sin duda es la festividad del pueblo de Boihjn, al que fuimos el sábado. Eso si que es una fiesta y el resto tonterías. La mañana la pasamos en el turístico lago del Bled, que no está muy lejos y que es un paraje de excepción. Allí hicimos hambre con un miserable picnic y un paseo en bicicleta dando vueltas al lago. Pero a la noche nos vengamos a gusto. ¡Ya se me hace la boca agua! La festividad consiste básicamente en atravesar a una vaca con un palo y ponerla a dar vueltas en una hoguera. De ahí se da de comer a propios y extraños, con una salsa muy jugosa, cebollita cruda y pimiento picado. Por descontado, repetimos tantas veces como nuestro estómago estaba dispuesto a tolerar. Ni que decir tiene que, bien regado con cerveza, terminamos el festival bailando música local en el escenario principal. El festival trascurría entre una pared de roca, un escenario de madera y cientos de mesas y puestos de comida. La gente del pueblo con la que hablamos fue muy amable y abierta, y nos hicieron buenas recomendaciones sobre otros lugares para visitar. El colofón fueron unos fuegos artificiales reflejados en un lago plagado de velas flotantes. Las fotos son de una belleza que impresiona.

Hoy tenemos algunas actividades académicas por la tarde, que combinamos con un concierto de música gitana macedonia en el Festival de Ljubljana. Supongo que acabaremos yendo al “Metelkovac”, como ya fuimos el viernes. Un lugar que cuanto menos, es peculiar…

jueves, 6 de agosto de 2009

Capítulo 3: La vida de la Academia

Cuando entramos en la residencia, llegamos acostumbrados a cualquier tipo de antro. Después de dos noches durmiendo en un hostel, uno se podía encontrar con cualquier cosa… El sitio en el que estamos pasando estos días tiene su punto bueno y su punto malo. El bueno es que está a menos de cinco minutos caminando. Sin embargo, lo malo es que, aparte de que los celadores no se aclaran ni a la de mil, la conexión wifi no llega a todas partes. No os podéis ni imaginar como lo paso para lograr poner estas entradas en el blog.

Las habitaciones no son muy diferentes de las de la residencia en que he pasado los últimos seis años, salvo porque tienen tres camas en lugar de dos y carecen de cocina. Hace gracia ver como todavía están colgados los posters de los estudiantes habituales. Se duerme relativamente bien en las camas, tenemos un escritorio y un baño individual. Sin embargo, se equivocaron en recepción y no nos pusieron juntos a los chicos por parejas, si no que nos dispersaron. Los Marcs si que han podido ir juntos, pero yo tuve que pasar una noche con un alemán poco amigo de mis sonidos nocturnos. Al día siguiente lo resolvimos, y nos pusieron juntos a Toni y a mí, el cual por cierto, que fue asignado por error a la misma habitación que una italiana (Imaginaos el escándalo que formó ella). Sin embargo, ha habido que pagar un precio por ir a una habitación juntos, y es que está bien lejos dentro del edificio (con pasillos de película de terror) y que tenemos que compartir duchas y baños con otras 8 habitaciones. Un precio que estamos dispuestos a asumir, aunque sabemos que no es eso lo que pone en el contrato. Para 15 días tampoco vas a remover Roma con Santiago, pero conste que alguien más quisquilloso lo haría con razón. Eso sí, aunque la residencia es un poco vieja, la universidad es moderna y bien bonita. De hecho, hacen un café excelente, cosa que no puede decirse del desayuno que nos dan.

El domingo, cuando fuimos a la Universidad, nos registramos como estudiantes de la ECPR. Al ser parte ya de la secta de la Escuela de Verano, nos regalaron una camiseta, una bolsa, y cientos de guías del estudiante, del turista… En una gran sesión plenaria, con discursos de los directores y la vice-decana se hizo una presentación general de los cursos. Se nos dijo que el lunes tendríamos sesiones abiertas con la posibilidad de ir a cursos diferentes de los que estábamos apuntados para ver si nos interesaba unirnos o cambiar. Antes de que cada profesor presentara su asignatura, un palurdo local, bajo el título de “Social Organizer”, nos presentó las ridículas actividades que planteaba la organización. Alguna excusión, un paint-ball o un karaoke. Quitando el multitudinario tour por pubs y la recepción del Rector (Daban vino hasta las trancas) , nadie se ha apuntado al resto de actividades. Lo único que me enfadó fue que pusiera música del móvil por el micrófono y le privara de cualquier seriedad al acto. Cada cosa tiene su momento y su lugar.

Al día siguiente, empezaron los cursos y conocimos al que seria nuestro profesor, Bruno Cuatres. Francés de pura cepa y responsable de la European Social Survey en su país, el nos está haciendo un repaso, de momento muy general, sobre las técnicas estadísticas básicas. De momento, regresiones lineales y logísticas. Es un hombre muy simpático y con muy buena predisposición. El buen hombre a veces se alarga un poco, pero me gusta que nos explique los orígenes de las técnicas. ¿Cómo si no saber que el nombre de la regresión viene de la idea de “regresión a la mediocridad”? En general en la clase hay un nivel que oscila por encima de básico y por debajo de intermedio. Vamos bastante paso a paso, pero tampoco me impacienta el recordar cosas que a veces, uno da por sabidas. En la clase somos en total unos 21 estudiantes. Se supone que hay que presentar un proyecto al final del curso, y tal cosa haremos. Se ha unido a nuestro grupo Irene, de Murcia, y trabajaremos sobre datos del estado de la democracia en España. Algo sacaremos en claro. Por su parte, Elena y Marc S. van a un curso de “Grounded Theory”, una técnica que viene a ser como una construcción dinámica de la teoría interactuando con los datos.

Lo bueno que tienen este tipo de encuentros es que son muy interesantes desde el punto de vista intelectual. Descubres que muchas veces la diferencia no está entre cuantitativos y cualitativos, si no entre buena y mala ciencia. Además, los cualitativos y teóricos se ven más arropados, porque también es verdad que tenemos un sesgo importante en la UPF a favor de los números. Y sobre todo, siempre es interesante conocer a estudiantes de ciencia política, gente implicada en el mismo proyecto que tú. Por otra parte, te das cuenta de que pequeño es el mundo. La mitad de los españoles presentes vamos también a la AECPA, y otros tantos conocen a gente de la Juan March que son compañeros nuestros. Pero no gastamos todo nuestro tiempo libre hablando de política, y ni siquiera bebiendo cerveza. De hecho, si os contara lo que he hecho hoy…¡Ni me creeríais!

Capítulo 2: Ljbljana

Cuando uno se acerca a la ciudad de Ljublijana (lo escribiré de ceintos de formas diferentes), sólo puede sentirse desconsolado por lo horrible de la arquitectura que se encuentra. Está claro que la huella del comunismo aún se nota en los países que han estado bajo su sombra. Es posible que muchas hayáis visitado Berlin Este u otras capitales de Europa de Europa Oriental sepais a que me refiero. Hablo de ese diseño típico de caja de zapatos, de edificios altos y de frío acero y cemento.

Nos encontramos con Marc Guinjoan (último componente de la partida pompeyana) a la salida de la sesión introductoria, y nos pusimos rumbo a la ciudad. Desde el complejo universitario hay unos 20 minutos hacia el centro, y en nuestra caminata anduvimos bajo un sol de justicia. Ciertamente, no tenía la expectativa de que fuera muy bonito, pero como ya dije en otra ocasión, la ciudad estaba dispuesta a sorprenderme. Ljublijana está edificada en torno a un castillo que se encuentra en lo alto una colina. Bajo el original nombre de “El Castillo e la Colina”, vigila los meandros de un río. En torno a ambos lados, las casas se apelotonan, principalmente con estilo del siglo XVIII y XIX. Amplias zonas peatonales, llenas de vida y terrazas, permiten hacer una importante vida en la calle. Hay bastantes plantas y vegetación, aunque la zona del castillo no está demasiado cuidada. A la gente de este país es difícil clasificarla como eslavos, pues tienen tintes de carácter mediterráneo y centro-europeo. La ciudad tendrá alrededor de 250.000 habitantes, lo que se ajusta a un país con unos 2 millones de habitantes. No hay apenas minorías étnicas (unos pocos serbios, italianos, húngaros y croatas) aunque hordas de turistas alemanes, italianos e incluso españoles tienen la ciudad tomada. Por supuesto no permanecen pues no hace falta mucho más de un día para verla.

Cuando te sientas en una terraza junto al río y disfrutas de una cerveza, tienes la impresión de que has estado toda la vida en esa ciudad. Puedes tomar partido por la “Union” o la “Lazsko”, pero sientan igual de bien con una brisa tibia y mirando a la gente pasar. La comida no es nada demasiado especial, al menos hasta lo que yo he probado. El predominio de los kebabs y la comida especiada es máximo, aunque todavía no me ha dolido el estómago. Buena señal. De momento la comida de la universidad me va salvando. Algo que me ha llamado la atención es que los eslovenos son muy deportistas. Se nota en la cantidad de tiendas que hay de ropa de montaña y en que van a todos los sitios en bicicleta. Las enormes calles diseñadas por el comunismo se han adaptado para amplias avenidas y carriles bici. Por lo que hace al trato, y hasta lo que he podido ver, son gente correcta. El que ya no lo es tanto es el tiempo. Los primeros dos días ha habido mucho bochorno pero estos últimos han sido las lluvias las que nos han acompañado. Eso ha hecho que nos hayamos refugiado en no pocos bares del centro que, de otro modo, quizás no habríamos visitado. De todas formas, la caza de la “Happy Hour” es un deporte nacional de los estudiantes del ECPR. O por lo menos, de todos los que hemos venido un poco a aprender y un bastante de vacaciones.

Los horarios son continentales, claro, lo que implica que se come a las doce- una y se cena a las siete-ocho. Esto trastoca sobre todo a los estudiantes mediterráneos, aunque te terminas haciendo visto a la hora a de la mañana a la que nos levantamos… A las siete más tardar ya estás arriba, de forma que no es extraño que a las 11 uno pueda estar durmiendo como un angelito. De todas maneras, el día se te pasa volando, porque entre las actividades sociales y los cursos que hacemos uno pierde la noción del tiempo. Precisamente, de la vida académica y de las gentes del curso hablaré en otra ocasión…

martes, 4 de agosto de 2009

Capítulo 1: El Viaje

Todo comienza madrugando un jueves. La salida está prevista el viernes 31, pero uno tiene que ser flexible ante las oportunidades de la vida. Mirando la página web de RENFE, descubrí que felizmente el ALVIA para por fin en Calahorra. En tres horas y media podría estar en Barcelona y ya buscaría donde dormir. Lo bueno, además, es que había una oferta que me dejaba los billetes a mitad de precio. Siendo así, todo comienza madrugando un jueves. Tomé el autobús a Calahorra y esperé en la estación de trenes a razón de un par de horas. El tren iba con retraso…

El viaje hasta Zaragoza fue como la seda, pero allí mismo nos hicieron bajar del tren para montarnos en un AVE. La máquina estaba estropeada. Aunque tuvimos que esperar unos minutos, nos fueron colocando a los viajeros allí donde se pudo. El cambio de categoría entre un tren y otro, aunque lo parezca, no fue para tanto. De modo que llegué a Barcelona con una media hora de retraso y con un calor de esos que te hace desear no haber salido nunca de casa. En el Paseo de Gracia me recogió Marc Sanjaume, el primero de los compañeros que vería, y nos fuimos a su pueblo. Cardedeu es una ciudad preciosa y recogida, llena de contrastes pero con un ambiente precioso. Son comerlo ni beberlo, terminé en una cena colectiva con amigos suyos y unos alemanes de origen incierto. Gente toda muy amable, dicho sea de paso. Tras dormir como un tronco con la ayuda del “Gigamaister”, que no es un juego de rol sino un orujo de hierbas germano, llegó el día de empezar la odisea hacia Ljublijana. Toni, el infatigable conductor, nos vino a buscar a las 10:30. La primera escala era Niza. Los paisajes del sur de Francia no son muy diferentes de los del resto del Mediterraneo. De hecho, la cantidad de peajes que hay terminan de corroborar las similitudes.

A la hora de comer, hacia las dos de la tarde, paramos en Salses, un pueblecito francés considerado el último de la “Catalunya francesa”. Por supuesto, nadie hablaba catalán. A la que no le importaba nada el idioma era a la tortilla de patata, que fue convenientemente devorada. Y el jamón, y las galletas… Nos ponemos en marcha sin visitar el castillo de la ciudad por miedo a que se nos hiciera tarde. Tras largas horas de conducción, llegamos a Niza hacia las ocho. Encontrar el hostel fue una verdadera aventura que termina con un jugador de rugby profesional (completamente sudado) guiándonos hasta ese lugar y que para colmo, iba en dos semanas a veranear a Eslovenia. El antro al que fuimos era comparable a Alcatraz. Un lugar apartado de la ciudad, en lo alto de una colina, con alambre de espinos y murallas altas para impedir la fuga a partir de las 12:00, hora en que se cerraba. Nuestro carcelero era el infame Topo-gigo, un personaje menudo y delgado, con perilla, gafas y unos modales que dejaban bastante que desear. Sin duda, el blanco de todas nuestras críticas. Por fortuna, pudimos bajar en coche a la ciudad y tomarnos unas “Maximeitor” y “Navigator” mientras dábamos cuenta de unos bocadillos de chorizo frente al puerto. Nada como ver a unos franceses descorchando champán en un yate bajo nuestras miradas de indiferencia, sabiendo que si fueran medianamente inteligentes, nos tendrían una sana envidia…

En el hostel conocimos a unos argentinos que estaban haciendo una “tournee” por Europa, yendo de fiesta allí donde pudieran. Los pobres habían reservado tres noches en aquel hostel que cerraba a las 12:00 y que despertaba a las 10:00 de la mañana. De modo que o han logrado ejecutar los planes de fuga que hablamos en la habitación o Topo-Gigo estará enterrado en cal viva. Visto lo visto, no tuvimos problemas en madrugar y ponernos en camino hacia nuestro nuevo objetivo; Vicenza, en el norte de Italia. Pasamos por Mónaco y, aunque no nos bajamos del coche, aprovechamos para criticar toda la opulencia de ese lugar. Las colas de la frontera entre Francia e Italia fueron especialmente desesperantes, pero más descorazonador fue el tramo en coche hasta Milán. No tiene nada que envidiar a las autovías de Castilla la Mancha: rectas hasta el suicidio y con un paisaje seco y plano. Pudimos llegar a Vicenza a tiempo para dejar todas las maletas en el hostel antes de acercarnos a recoger a Elena, que llegaba a esa ciudad en avión y se nos unió el último tramo del viaje. Esta vez, se nos dejaba ir y venir a nuestro antojo y las habitaciones eran más pequeñas, aunque con un calor mortal. El rebautizado como el “Gordo del PIE” era el dueño y señor del lugar, y lo cierto es que se portó muy bien con nosotros. Pudimos probar las mieles de la noche italiana en una fase civilizada e inteligente al principio, pero más cáustica a cada cerveza que nos bebíamos.

De nuevo madrugamos al día siguiente con la esperanza de llegar antes de comer a Lublijiana. Tal fue el caso, tras disfrutar del encantador aguachirri que venden como café en diversos Auto-grills y liarnos con el ticket de las autopistas eslovenas. En Eslovenia se paga al entrar del país una tasa por el tiempo que vas a utilizar sus autovías y te pegas un adhesivo al coche que te libra de toda multa. De manera inteligente, fijamos la pegatina en el lado contrario de la luna del coche y estuvimos haciendo cábalas sobre de cuantas maneras nos iban a multar. Los paisajes, a medida nos acercábamos a la capital, pasaron de los secos y amarillentos del Véneto a impresionantes praderas y montañas, llenas de verde y casitas dispersas. Poco a poco, las construcciones se fueron haciendo más grandes y rectangulares. Y entonces nos dimos cuenta de que ya habíamos entrado en la capital eslovena, una ciudad que estaba a punto de sorprendernos.