viernes, 25 de abril de 2008

La Carta

La diferencia entre lo clásico y lo antiguo es que, aunque ambos puedan venir de muy atrás en el tiempo, lo clásico nunca pasa de moda. Pasa con los trajes negros, con las grandes obras de música y literatura, con la tortilla de patata. Nunca te amargan y siempre, aunque sea adaptándose a los tiempos, terminan trayéndonos la misma belleza, los mismos conflictos… Seguimos siendo los mismos por más que pase el tiempo.

Hay algo de una belleza singular que, aunque se está perdiendo, quería hoy traer a colación. Me refiero a la carta. Virtud de las nuevas tecnologías, los correos electrónicos las han ido sustituyendo. Hemos llegado hasta el punto de que las cartas hoy sólo sirven para recibir facturas y promociones de descuento. Ya no hay nada personal en el género epistolar. Pero, si por casualidad, un día recibimos una, nos hace una ilusión infinita. Siquiera una postal ya es suficiente. La acogemos en nuestro regazo como una naufraga en la marea de Correos. Como si fuera el hijo pródigo. No sólo porque implica que alguien ha pensado en nosotros para contarnos algo, quizás darnos cuenta de un viaje o de una amor secreto. Es porque lleva una magia muy personal impresa en ella. Escrita de puño y letra, en cada palabra ha quedado plasmada una parte del corazón de quién la envía. Puede ser con una caligrafía amplia y generosa, pero a veces con la retorcida letra de un doctor en medicina. El descifrarla es parte de la emoción.

La carta ya huele a algo especial. El sobre, que en las facturas rasgamos sin ningún miedo, aquí se convierte en una hermosa crisálida. La abrimos con gran cuidado, como si fuéramos una partera. Sabemos que la carta volverá a depender de ese sobre para no perderse, como un hijo depende de una madre para hacerse hombre de provecho. ¿Será bueno o malo? El sobre oculta con celo su contenido. Sólo es escueto remitente te hace una idea de por donde irán los tiros. Algunas de las más grandes historias se han narrado en una carta. Las mismas que surcaban distancias increíbles de un lado al otro de la vieja Europa, las que visitaban a los indianos de ultramar, las que concertaban las audiencias con el Mikado y matrimonios en la India. Donde se ha hablado de fe, de amor, de conspiración y guerra, de cariño y añoranza, de rentas y riquezas… Las que nos han acompañado desde que la escritura nació. El ansia de contar las cosas, pero de un modo más sofisticado. La carta es expresión en estado puro.

Hoy tenemos muchas maneras de comunicarnos. Una tarde en el MSN, un correo electrónico, una llamada de teléfono. Son rápidas y eficientes. Contamos las cosas con inmediatez. Es la Edad de la Comunicación y hay razones para alegrarse. Pero, sigue siendo muy curioso. Cuando entre el montón de facturas que te trae el cartero ves un sobre diferente, a tu nombre, hay un escalofrío de sorpresa y emoción. Menos estilizada que las otras cartas, con una caligrafía más torpe, la miras de arriba abajo y la rescatas del montón. Hay una magia que te atrae, porque parece que instintivamente sabes que la otra persona ha tenido ese mismo papel en sus manos, ha escrito lo que lees de puño y letra. Y terminas devorando su contenido con la pasión que nos atrae, como la gran música y la literatura, a las hermosas obras del ser humano.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

¡No podrías haber acertado más tu reflexión! Las cartas regalan esos momentos de felicidad que solamente los dan los pequeños detalles de la vida.
Escribe...

Unknown dijo...

Tienes toda la razón del mundo.
Nada como cuando miro el buzón de la Resa y veo una puntita blanca que sobresale...es la carta semanal del abuelo.
Uno de los mejores momentos de la semana.

Anónimo dijo...

Oh dios mio!!!
Alguien que valora tanto las cartas de puño y letra como yo!!!
A mi siempre me han encantado, y has expresado perfectamente lo que significan!