Similar a cuando se derogó el Trasvase del Ebro en el PHN aprobado por el Partido Popular, en estos días ha vuelto a estallar la guerra del agua. He empezado a seguir esta polémica un poco tarde, en parte porque esperaba que fuera un debate más técnico que político. Pero como en este país no perdemos una sola oportunidad de estar a la gresca, el asunto del trasvase (mini trasvase, aportación puntual de agua) a Barcelona ya enfrenta a partidos y gobiernos de comunidades autónomas. No quiero entrar sobre el fondo de la cuestión, sobre la que no tengo más conocimientos que los que circulan por la prensa. Quiero hacer una reflexión un poco más de fondo.
El agua potable es un recurso escaso y requiere de una gestión integrada y sostenible. En España, dada la gran diversidad de nuestra orografía, hay importantes desequilibrios territoriales. Las cuencas del Norte no presentan nunca problemas de abastecimiento, mientras que las del litoral mediterráneo suelen tener déficits periódicos. He aquí el primer reto. Esta diversidad, requiere de una gestión política hecha con encaje de bolillos. Ello es así porque las competencias sobre cuencas hidrográficas se han transferido a las CCAA en muchos estatutos de autonomía. Así pues, lo que se debería es buscar un sistema articulado que permitiera multilateralmente la gestión de las cuencas más visibles y eficaces. Y se echa de menos un Senado con capacidad para canalizar acuerdos en materia de agua. Una gestión que pase por el acuerdo entre las CCAA afectadas por las diversas cuencas. Así nos ahorraríamos pactos bilaterales y propuestas peregrinas. He aquí el problema, faltan mecanismos de coordinación.
Pero además, tenemos que pensar que la gestión del agua debe orientarse de una manera sostenible. Esto pasa por varias cosas. Primero, minimizar el impacto ambiental e incentivar el ahorro de recursos hídricos. Grandes infraestructuras no son la solución, mejorar los sistemas de regadío es más útil. Segundo, aprovechar el potencial de las desaladoras para conseguir agua barata y en cantidades ingentes. Aún no están a pleno rendimiento, pero que duda cabe que con desaladoras y acuíferos, Baleares o Canarias son autosuficientes (con población flotante, cómo en el litoral). Y tercero, una gran reforma de la agricultura para que se adapte al medio. Si no es sostenible que se plante huerta porque no hay agua, que se recurra al cultivo de secano. Empezar a plantearse estas cosas es hablar de buscar una solución al problema del agua. Cooperación y gestión estructural.
Sobre el mini- trasvase a Barcelona, entiéndase que va encaminada a garantizar la suficiencia de agua de boca en la ciudad y es ante una situación de emergencia; aún no está la desaladora operativa y hay sequía. Una solución puntual. Pero agitar demagógicamente el debate del agravio es ciertamente irresponsable. La medida podrá ser mejor o peor (no conozco muchos detalles, todo es discutible). Pero creo que podemos estar de acuerdo en que hablar de ciudadanos de primera y de segunda es sacar los pies del tiesto. Instrumentalizar el agua es un flaco favor a los ciudadanos. Mejor será que creemos instrumentos de cooperación multilateral entre CCAA para su gestión. Que busquemos soluciones estructurales al problema del agua. Todo lo demás es escurrir el bulto.
El agua potable es un recurso escaso y requiere de una gestión integrada y sostenible. En España, dada la gran diversidad de nuestra orografía, hay importantes desequilibrios territoriales. Las cuencas del Norte no presentan nunca problemas de abastecimiento, mientras que las del litoral mediterráneo suelen tener déficits periódicos. He aquí el primer reto. Esta diversidad, requiere de una gestión política hecha con encaje de bolillos. Ello es así porque las competencias sobre cuencas hidrográficas se han transferido a las CCAA en muchos estatutos de autonomía. Así pues, lo que se debería es buscar un sistema articulado que permitiera multilateralmente la gestión de las cuencas más visibles y eficaces. Y se echa de menos un Senado con capacidad para canalizar acuerdos en materia de agua. Una gestión que pase por el acuerdo entre las CCAA afectadas por las diversas cuencas. Así nos ahorraríamos pactos bilaterales y propuestas peregrinas. He aquí el problema, faltan mecanismos de coordinación.
Pero además, tenemos que pensar que la gestión del agua debe orientarse de una manera sostenible. Esto pasa por varias cosas. Primero, minimizar el impacto ambiental e incentivar el ahorro de recursos hídricos. Grandes infraestructuras no son la solución, mejorar los sistemas de regadío es más útil. Segundo, aprovechar el potencial de las desaladoras para conseguir agua barata y en cantidades ingentes. Aún no están a pleno rendimiento, pero que duda cabe que con desaladoras y acuíferos, Baleares o Canarias son autosuficientes (con población flotante, cómo en el litoral). Y tercero, una gran reforma de la agricultura para que se adapte al medio. Si no es sostenible que se plante huerta porque no hay agua, que se recurra al cultivo de secano. Empezar a plantearse estas cosas es hablar de buscar una solución al problema del agua. Cooperación y gestión estructural.
Sobre el mini- trasvase a Barcelona, entiéndase que va encaminada a garantizar la suficiencia de agua de boca en la ciudad y es ante una situación de emergencia; aún no está la desaladora operativa y hay sequía. Una solución puntual. Pero agitar demagógicamente el debate del agravio es ciertamente irresponsable. La medida podrá ser mejor o peor (no conozco muchos detalles, todo es discutible). Pero creo que podemos estar de acuerdo en que hablar de ciudadanos de primera y de segunda es sacar los pies del tiesto. Instrumentalizar el agua es un flaco favor a los ciudadanos. Mejor será que creemos instrumentos de cooperación multilateral entre CCAA para su gestión. Que busquemos soluciones estructurales al problema del agua. Todo lo demás es escurrir el bulto.
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