
La sostenibilidad pasa por buscar aprovisionamiento a través de energías renovables no contaminantes. A lo largo de los últimos años se ha optimizado el uso de combustibles fósiles para que sean más aprovechables (sobretodo desde la crisis del petróleo de los 80) y se ha incentivado el ahorro energético. Del mismo modo, se ha diversificado hacia otras energías como es el propio gas, y se ha expandido la instalación de generadores eólicos y placas solares. Es positivo, pero la tecnología no está lo suficientemente desarrollada cómo para ser competitivo. Ahora bien, es cierto que la particular orografía de nuestro país nos ayuda a su desarrollo. Hay muchas horas de sol al año y hay zonas montañosas y costeras donde hay corriente más que suficiente para energía eólica. Del mismo modo, la energía hidroeléctrica y de biomasa tienen potencial.
En lo que sí que disiento es en el cierre de centrales nucleares. Es cierto que genera unos residuos que son de difícil eliminación, pero lo cierto es que genera energía en grandes cantidades. Y al menos, cómo vía de transición hacia fuentes alternativas, el uso de energía nuclear no debería descartarse. No es algo que digo sólo yo, sino que incluso voces provenientes del ecologismo (Cómo James Lovelock, creador de la teoría “Gaia”) consideran que la energía nuclear tiene una vertiente positiva. Es decir, que aunque no es una energía que sea todavía sostenible (si no desarrollamos la fusión) bien cierto es que al menos, es útil para la suficiencia energética.
Sobre el propio sector, España es un país que optó durante mediados de los 90 por una privatización de varios sectores claves, entre ellos el energético. Una medida que es más que criticable. Primero, porque la privatización sólo fue parcial, pues se mantuvieron contactos entre el poder político y el empresarial. Segundo, porque no ha tenido una traducción directa en beneficio del consumidor (hay un oligopolio en la práctica y la energía la sigue subvencionando el Estado). Y tercero, porque nos pone en desventaja frente a otros países. EON está participada por el estado alemán, EDF, por el francés… y el sector español, despiezado, sometido a presiones desde el poder con operaciones turbias (la famosa OPA) es devorado desde fuera. Somos un poco primos. Y sin participación del Estado, si la industria y el sector energético pasa a estar controlado desde fuera (cómo ya ocurre según el sector) no podemos esperar una garantía de nuestros intereses.
Considero que el sector público se tiene que poner las pilas, no sólo comprometiéndose con el cambio de modelo energético, sino también participando en el de forma activa.
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