Cuando a alguien le hablan de ciencias sociales de inmediato arqueará una ceja con escepticismo. ¿Ciencias sociales? Lo siento, pero no me viene. Y en cierta medida es algo normal porque muchas veces somos los propios miembros del gremio los que desprestigiamos la importancia de la ciencia en nuestros análisis. La ciencia es ante todo un medio, un vehículo de llegar al conocimiento, más que un fin en sí mismo.
Lo importante de la ciencia es el método. Es decir, que hay una serie de reglas y procedimientos que nos permiten llegar a un conocimiento empírico contrastado. Esto viene a significar varias etapas. Primero, surge una pregunta de investigación. Es decir, que en base a nadie sabe muy bien que (interés personal, por ejemplo) alguien se interesa por un fenómeno social determinado. Y da la casualidad de que se hace una pregunta que tiene interés teórico y práctico. Teórico porque nadie en la disciplina se ha hecho tal pregunta anteriormente (o con ese enfoque o términos) y práctico porque tiene su traducción en una utilidad social, política… Se formula de manera que el principal interés del científico es, más que describir, explicar. Para ello muchas veces ayuda el aproximarse a las paradojas que nos rodean, que suelen encerrar preguntas interesantes. Es decir, observar realidades extrañas y contrarias al sentido común para explicarlas. Por ejemplo: se sabe que la probabilidad de que un novio reutilice su traje de boda (un esmoquin ordinario) es muy superior a la de la novia (que se pone sólo una vez). Sin embargo, la novia se gasta 10 veces más en el traje que el novio. ¿Por qué pasa eso? Pues bien, extrapolado a las ciencias sociales, las paradojas abren camino a las buenas preguntas.
Tras ello, los científicos sociales (después de un extenso repaso de lo que se ha tratado sobre el tema) plantean hipótesis. Es decir, asociación entre elementos que pueden explicar el valor que adopta lo que se quiere explicar. Por ejemplo: la socialización tradicional de las mujeres hace que le den una gran importancia al día de su boda (por su vinculación con la fundación de un hogar) y que no les importe gastar más dinero en su traje por su simbolismo. En general, por lo tanto, tenemos lo que llamamos una variable independiente, una dependiente y un mecanismo causal. Una independiente que es la causa, una dependiente que es la consecuencia y un mecanismo causal, que es la explicación que conecta ambas. Pero ¿Cómo saber que hipótesis es la correcta? Para ello nos basamos en el principio de falsabilidad. Es decir, que una hipótesis debe poderse contrastar, asumiendo que es falsa a priori. Para ello es necesario que haya variación en las variables. Con el mismo ejemplo; necesito que haya mujeres que se hayan socializado en un entorno tradicional y otras que no. Necesito que haya mujeres que se gasten más y otras que se gasten menos en su traje de novia. Si veo que las mujeres de socialización tradicional se asocian con un gasto mayor en el traje de novia, y además puedo dar una explicación plausible de por qué ocurre esto, podré aceptar que mi hipótesis es la correcta.
Por supuesto, las ciencias sociales tienen límites. Por un lado, los fenómenos humanos son impredecibles; podemos atisbar tendencias, pero no se puede ser determinista. Además, diferentes enfoques limitan nuestra aproximación a los fenómenos y estos mismos son complejos. Muchas veces vemos pinceladas en el cuadro pero tenemos el riesgo de perdernos el conjunto de la historia. Muchas veces hay gran inflación de términos (llamamos las mismas cosas de maneras diferentes) y gran confusión. Y sin embargo, los peores enemigos que tienen las ciencias sociales son aquellos que, alegando que la promueven, lo que hacen son ideologías sobre enfoques asumidos a priori. Gente que empaqueta con cuatro datos su visión del mundo y, puesto que publican, ya creen que hacen ciencia. La diferencia no estriba en las técnicas empleadas. Ya se sea cuantitativo (con numeritos) o cualitativo (con textos, entrevistas…) la diferencia no estriba ahí. La verdadera piedra de toque está entre los que hacen ciencia y los que no. Los que tienen el método como guía y los que lo tienen como pretexto.
Lo importante de la ciencia es el método. Es decir, que hay una serie de reglas y procedimientos que nos permiten llegar a un conocimiento empírico contrastado. Esto viene a significar varias etapas. Primero, surge una pregunta de investigación. Es decir, que en base a nadie sabe muy bien que (interés personal, por ejemplo) alguien se interesa por un fenómeno social determinado. Y da la casualidad de que se hace una pregunta que tiene interés teórico y práctico. Teórico porque nadie en la disciplina se ha hecho tal pregunta anteriormente (o con ese enfoque o términos) y práctico porque tiene su traducción en una utilidad social, política… Se formula de manera que el principal interés del científico es, más que describir, explicar. Para ello muchas veces ayuda el aproximarse a las paradojas que nos rodean, que suelen encerrar preguntas interesantes. Es decir, observar realidades extrañas y contrarias al sentido común para explicarlas. Por ejemplo: se sabe que la probabilidad de que un novio reutilice su traje de boda (un esmoquin ordinario) es muy superior a la de la novia (que se pone sólo una vez). Sin embargo, la novia se gasta 10 veces más en el traje que el novio. ¿Por qué pasa eso? Pues bien, extrapolado a las ciencias sociales, las paradojas abren camino a las buenas preguntas.
Tras ello, los científicos sociales (después de un extenso repaso de lo que se ha tratado sobre el tema) plantean hipótesis. Es decir, asociación entre elementos que pueden explicar el valor que adopta lo que se quiere explicar. Por ejemplo: la socialización tradicional de las mujeres hace que le den una gran importancia al día de su boda (por su vinculación con la fundación de un hogar) y que no les importe gastar más dinero en su traje por su simbolismo. En general, por lo tanto, tenemos lo que llamamos una variable independiente, una dependiente y un mecanismo causal. Una independiente que es la causa, una dependiente que es la consecuencia y un mecanismo causal, que es la explicación que conecta ambas. Pero ¿Cómo saber que hipótesis es la correcta? Para ello nos basamos en el principio de falsabilidad. Es decir, que una hipótesis debe poderse contrastar, asumiendo que es falsa a priori. Para ello es necesario que haya variación en las variables. Con el mismo ejemplo; necesito que haya mujeres que se hayan socializado en un entorno tradicional y otras que no. Necesito que haya mujeres que se gasten más y otras que se gasten menos en su traje de novia. Si veo que las mujeres de socialización tradicional se asocian con un gasto mayor en el traje de novia, y además puedo dar una explicación plausible de por qué ocurre esto, podré aceptar que mi hipótesis es la correcta.
Por supuesto, las ciencias sociales tienen límites. Por un lado, los fenómenos humanos son impredecibles; podemos atisbar tendencias, pero no se puede ser determinista. Además, diferentes enfoques limitan nuestra aproximación a los fenómenos y estos mismos son complejos. Muchas veces vemos pinceladas en el cuadro pero tenemos el riesgo de perdernos el conjunto de la historia. Muchas veces hay gran inflación de términos (llamamos las mismas cosas de maneras diferentes) y gran confusión. Y sin embargo, los peores enemigos que tienen las ciencias sociales son aquellos que, alegando que la promueven, lo que hacen son ideologías sobre enfoques asumidos a priori. Gente que empaqueta con cuatro datos su visión del mundo y, puesto que publican, ya creen que hacen ciencia. La diferencia no estriba en las técnicas empleadas. Ya se sea cuantitativo (con numeritos) o cualitativo (con textos, entrevistas…) la diferencia no estriba ahí. La verdadera piedra de toque está entre los que hacen ciencia y los que no. Los que tienen el método como guía y los que lo tienen como pretexto.
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