“Dale limosna mujer, que no hay en la vida nada como la pena de ser ciego en Granada”. Así hablaba Alarcón de Icaza cuando se refería a la hermosa ciudad, la capital del reino andalusí. A mi vuelta del viaje no puedo estar más de acuerdo con ello. Permitidme que rememore algunos de sus paisajes.
A los pies de La Alhambra, desde la que se divisa toda la ciudad, está la hermosa ciudad de Granada. Caminar por sus calles es captar toda la esencia del legado musulmán en España. Sus callejuelas retorcidas que suben y bajan. El barrio del Albaicin, repleto de teterías y puestecillos de comida. El Sacromonte, con las cuevas excavadas en la roca y El Realejo, con su ambiente callejero. La huella del arte moro está presente en todas partes e impregna toda la arquitectura; la llegada de los Reyes Católicos no la pudo borrar del todo. Aunque la tumba de S.S. M.M. se alza imponente junto a la Catedral, y pese a que Iglesias y conventos jalonan todos sus rincones, la Granada del califato sigue en el ADN de la capital granadina. Perderse en el Albaicin es un placer para los sentidos, igual que la visita a La Alhambra. Allí puede sentirse todo el esplendor del que hablo y que transmito con peor arte que tantos poetas que la han ensalzado. Imbricados jardines, cuidados con gran esmero, donde el arrullo de las fuentes invita a la paz. Palacios suntuosos y sólidas torres y murallas, testigos silenciosas de las glorias pasadas. Desde lo alto de la montaña, la Alhambra corona Granada como una joya preciosa.
Sólo el visitar la ciudad y perderse por ella es suficiente para hacerla inolvidable. Pero además, combina su legado con el hecho de ser una ciudad donde merece la pena vivir. Tal es así por varias razones. Lo es porque los estudiantes hacen vida en una Universidad de casi 500 años e invaden toda la ciudad de ambiente joven. Lo es porque en ella el tapeo es una asignatura obligada. Junto a cada caña, una generosa tapa que no repara ni en gastos ni en la calidad de buena cocina andaluza. Lo es porque sus gentes son amables y abiertas con el visitante y en la barra de cualquier bar siempre hay buenos gestos y mejores palabras. Es, de verdad, una ciudad en la que merece la pena pasar un tiempo, y más todavía estudiar en ella. No me extraña que todos los que van ya estén pensando en volver ¿Cómo no hacerlo? ¿Cómo no enamorarse de sus gentes, de su ambiente, de sus paisajes urbanos? Tantos artistas hay a las que la ciudad ha marcado... Washinton Irving escribió los “Cuentos de la Alhambra”. Lorca le compuso y Carlos Cano cantó por ella sus coplas. Y no exageran. Nadie se merece perdérsela porque en la vida no hay nada…
A los pies de La Alhambra, desde la que se divisa toda la ciudad, está la hermosa ciudad de Granada. Caminar por sus calles es captar toda la esencia del legado musulmán en España. Sus callejuelas retorcidas que suben y bajan. El barrio del Albaicin, repleto de teterías y puestecillos de comida. El Sacromonte, con las cuevas excavadas en la roca y El Realejo, con su ambiente callejero. La huella del arte moro está presente en todas partes e impregna toda la arquitectura; la llegada de los Reyes Católicos no la pudo borrar del todo. Aunque la tumba de S.S. M.M. se alza imponente junto a la Catedral, y pese a que Iglesias y conventos jalonan todos sus rincones, la Granada del califato sigue en el ADN de la capital granadina. Perderse en el Albaicin es un placer para los sentidos, igual que la visita a La Alhambra. Allí puede sentirse todo el esplendor del que hablo y que transmito con peor arte que tantos poetas que la han ensalzado. Imbricados jardines, cuidados con gran esmero, donde el arrullo de las fuentes invita a la paz. Palacios suntuosos y sólidas torres y murallas, testigos silenciosas de las glorias pasadas. Desde lo alto de la montaña, la Alhambra corona Granada como una joya preciosa.
Sólo el visitar la ciudad y perderse por ella es suficiente para hacerla inolvidable. Pero además, combina su legado con el hecho de ser una ciudad donde merece la pena vivir. Tal es así por varias razones. Lo es porque los estudiantes hacen vida en una Universidad de casi 500 años e invaden toda la ciudad de ambiente joven. Lo es porque en ella el tapeo es una asignatura obligada. Junto a cada caña, una generosa tapa que no repara ni en gastos ni en la calidad de buena cocina andaluza. Lo es porque sus gentes son amables y abiertas con el visitante y en la barra de cualquier bar siempre hay buenos gestos y mejores palabras. Es, de verdad, una ciudad en la que merece la pena pasar un tiempo, y más todavía estudiar en ella. No me extraña que todos los que van ya estén pensando en volver ¿Cómo no hacerlo? ¿Cómo no enamorarse de sus gentes, de su ambiente, de sus paisajes urbanos? Tantos artistas hay a las que la ciudad ha marcado... Washinton Irving escribió los “Cuentos de la Alhambra”. Lorca le compuso y Carlos Cano cantó por ella sus coplas. Y no exageran. Nadie se merece perdérsela porque en la vida no hay nada…
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