sábado, 27 de junio de 2009

Adieu Resa, Adieu

Ahora mismo estoy arriba y abajo con cajas, haciendo maletas y recogiendo mi habitación de la Residencia. Tras seis años de vivir en este simpático cubículo, dejo ya atrás esta etapa con cierta indiferencia. Es cierto que los mejores años de mi vida los he pasado aquí, pero siempre me pasa que no echo de menos las cosas hasta que las pierdo del todo. Además, lo bueno de verdad, que son los amigos que me llevo no cambian por abandonar estas cuatro paredes.

Cuando llegué a Barcelona para inscribirme en la carrera recuerdo ir con mi madre a todas partes. Era por finales de julio. En un principio visitamos el piso de una señora mayor, amiga de mi tía la moruga. La verdad es que era un sitio pequeñito y alejado del campus, pero parecía la opción más viable. Sin embargo, cuando salía de inscribirme, mi madre y yo nos topamos por casualidad con la residencia La Ciutadella, junto al parque del mismo nombre. Entramos en el vestíbulo y preguntamos si era posible pedir una habitación. Justo era el último día y, aunque no llegamos a entrar a verlas porque no te dejan sin cita previa, el oportuno ingreso de mi padre me permitió sumarme al proceso de selección. Si no recuerdo mal, el criterio era por nota media, así que amediados de agosto recibí la confirmación de que me podía incorporar. Un día de septiembre, a mediados de fiestas de Arnedo, me puse con toda mi familia rumbo a Barcelona. La habitación: 429. Recuerdo bien la soledad de verme allí entre sus paredes blancas, sin oír ni un alma. También los primeros días, en los que no conocía a nadie… Cierta depresión durante la primera semana. Hasta que alguien tocó a mi puerta.

Mi vecino, un ibicenco llamado Jordi (que ya no se donde está) me llamó para ir a cenar con ellos y otros desconocidos. Sin dudarlo, acepté. Allí estaban algunos como Isis, Mireia… Y empecé a sentirme más arropado. Empecé a cenar con ellos cada día. Una tarde, Cristina, una chica de Blanes llamó a mi puerta. De gafas y sonriente, me pidió una contribución para la fiesta en la playa que se hacía a los novatos. Yo esperaba con ganas a ver que depararía aquello. No defraudó, porque la fiesta fue monumental. Allí conocí a Joan, en la prueba en la que había que hacer teatro medio borracho (mi interpretación de Hitler le cautivó). Por descontado también, conocí a mis vecinos de enfrente. 434 y 435, Julio y Héctor. Desde entonces me empecé a juntar más con ellos, aunque me esforzaba por seguir en contacto con Mireia y compañía. Es cierto que fui perdiendo el contacto, pero también que fui haciendo muy buenos amigos. Joan, Hector, Julio y yo nos reuníamos en su cocina compartida para hablar de chicas y dejar nuevas frases para la posteridad que quedaban anotadas en unas hojas pegadas en el armario. ¡Ay, si Troodon levantara la cabeza! Por allí paso Alba y Cristina gata salvaje; Irene Uruk-hai e Isis Revolutions. Incluso actores secundarios de muy buena calidad, como Bob Esponja, con quien tanto nos reímos.

Los dos primeros años nos veíamos todos los días salvo los fines de semana, que me quedaba casi sólo porque ellos se volvían a sus casas. Entonces aprovechaba para callejear por Barcelona o estudiar y hacer prácticas. Vidita de empollón, claro. Bueno, aunque mis infatigables luchas con Carla, que se bajó a mi planta, no tenían parangón. Allí, con ella, Miriam, Eva y Jordi recuerdo hacer repasos brutales antes de los exámenes. Y también pelearme con la Piña y echar largas tardes de extra-vagancia. Y más de una guerra de espuma de afeitar. Hasta mi tercer año de carrera, cuando en esa misma planta vino a vivir una chica de Alicante y otra de Mallorca. Y por primera vez, me enamoré de manera irreversible. Aquel tercer año lo recuerdo volado en una nube, feliz con Maria pero también con terribles tormentas. Recuerdo largas charlas por la noche en mi habitación (y no es un eufemismo…) y dormir tan feliz junto a ella. Recuerdo haberla mirado entre los visillos de mi ventana, intentando ver si estaba todavía despierta o dormida. O a Edu y a Julio espiando detrás de mi puerta por si oían algo. Se me escapan las sonrisas.

En el cuarto año llegó un inquilino particular que no era otro que mi padre, así que por primera vez (y pese al insultante calor que hace en verano) me mudé de la 429 a la 432, que es la doble. Entonces llegó la era de la abundancia, con comida buena, con idas y venidas gratis a casa, con la compañía entre semana de mi padre, pero con una suite en los fines de semana. Que se alargó incluso durante el año siguiente, en que ya no tenía novia pero bastantes ganas de fiesta. Así, mi quinto año en la residencia, el del master, decidí cobrarme a destajo todo el estudio de los anteriores. Y llegaron Jorge, (que molaba, pues al fin había pareja de mus), Chusa, Eugenia, Xesca y Marina. Reaparecieron Alejandra, Audrey y Laura y comenzó el año de los aquelarres y la endogamia. De irse al Puerto casi cada día. De salir a degüello y de la máxima degeneración. Ese fue mi año pasado, en que tuve de todo menos estabilidad y comenzaba a ver frente a mi el abismo de la realidad. De que siempre he tenido una consideración de mi mismo demasiado elevada para lo jodida que está la cosa. Un verano trabajando en Barcelona, saliendo de la residencia para el aeropuerto le quitan a uno las ganas de vivir. (sobre todo, la americana en verano)

Pero me seleccionaron para el doctorado. Y aunque estuve un trimestre entero llorando (porque en el fondo soy muy llorica), me dieron una beca FI. Y por primera vez, domicilié el recibo de la Resa a mi cuenta. Oficialmente, me hice independiente. ¿Por qué seguí este año? En gran parte por si mi padre seguía, pero al final no fue el caso. Así que me pasé a cocina compartida, a la 434. Siempre, siempre, en la cuarta planta. Pero ha llegado la hora de recoger. Se hacen las cajas y las maletas y abandono una habitación que nunca ha sido del todo mía. Pero sí que abandono una residencia que para mí lo ha sido todo; donde he pasado de lo mejor y de lo peor de mi vida. Ahora es momento de atesorar lo que menos espacio ocupa en las cajas pero lo que más valor tiene en mi corazón: los recuerdos. Y me los llevo todos conmigo. Así pues: “Adieu Resa, adieu”.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

JOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOODERRRRRRRRR PABLOOOOOOOOOOOO
yo con examenes y me lo he xupado todooo!!!!!!! q bonito!!
es guai conocer mejor 6años d tu vida!
me da rabia haber llegado tan tarde, pero tu ultimo año lo has dejado un poco incompleto, asi k te voy a ayudar:

" y así comenzó en curso 2008-2009", el último. Te instalaste este año en la 434 y como veterano mayor, aguardaste la llegada de los ultimos novatos a quien torturarias. Una noche imprevista, 3 atrevidadas muchachas cruzaron la puerta de la hab de chesca donde festejabais vuestra primera noche del año estudiantil. Tu les gristaste y las invitaste a pasar, haciendolas presentarse, y muertas d verguenza respondieron a todas tus preguntas. Aunque el resto de veteranos se presentaron, las chicas solo se quedaron cn tu nombre. De las 3, solo una, q estaba mas osla q la 1 la muy desgraciada, se unio a vuestro jolgorio, y decidio (POBRE inocente) salir d fiesta con vosotros a enfants. al volver a casa le dejste probar SU PRIMER KEBAB DE LA VIDA! ( SISI,aun me acuerdo) le clavaste el horrible mote de Juncky (gracias a dios se olvido) y fuiste el primero del que Juncky habló en casa a sus padres.
Para el gran día de las novatadas juncky pidio que le cambiasen de grupo para poder estar con los E (q era el d pablo) yno con los F que eran los que le habia tocado, y poco a poco, Jun se fue haciendo un sitio en la Resi, hasta que encontró su hogar y su grupo de amigos, gracias a la gran inserción del primer día, gracias a PABLO.
:D

Creo..... que voy a seguir estudiando!

PD: MAS TE VALE DESPEDIRTE
pd: MAS TE VALE VENIR A VERNOS AL AÑO Q VIENE.

karinam dijo...

que linda reseña kanciller!!!!
¿a dónde te vas???!!!! cuenta cuenta!! que disfrutes de este momento de decir adiós... necesariamente detrás de una despedida viene algo nuevo (y ojalá mejor!)
besos sudamericanos :)