jueves, 29 de noviembre de 2007

La falsa meritocracia

Una de las grandes mentiras de nuestro tiempo es la llamada “meritocracia”. Esta nos dice como teoría que, aquellas personas que poseen un mayor mérito son las que consiguen las cosas en la vida. Es decir, que hay una suerte de selección social que hace que el más competente sea aquel que llegue a lo que quiera en la vida. Veamos primero de donde proviene el mérito. Si lo analizamos, las personas con más mérito son aquellas que combinan en una proporción diversa capacidad y esfuerzo. Capacidad si han sido dotados por la naturaleza de particulares habilidades en un campo útil para la sociedad (No a lanzar la pajitas por la nariz más lejos…) Esfuerzo si son capaces de trabajar con tesón y dedicación en algún campo o disciplina. Suele haber una relación inversa donde el más dotado trabaja menos y el de menos habilidad lo compensa con esfuerzo suplementario. Pero parece que ambos son igual de justamente retribuidos en su mérito (aunque en verdad, tiene menos mérito si estas dotado para algo que si te lo curras).

Mi primera objeción a este punto es que no todo el mundo parte de la misma posición de salida en la carrera meritocrática. ¿Sale igual de preparado quién tenga unos padres con tiempo para ayudarle con los deberes que uno que no? ¿A quién le paguen el inglés desde pequeño? ¿Quién no tenga que trabajar mientras estudia? Desde luego, la estructura de oportunidades nos hace partir de posiciones diferentes. Por lo tanto, estamos viciando de partida el efecto esperable de una sociedad meritocrática, a saber, que aquellos que más mérito tengan por capacidad o esfuerzo sean más retribuidos que los que no. Porque parece que hay más de un canal por el que el incompetente se filtra en la sociedad y pasa por delante del currante. No solo ya dadas las diferentes posiciones de salida, sino también el número de instrumentos que se pueden emplear para llegar a la meta. Las redes sociales de un hijo de clase acomodada no son ni de lejos igual que las de un hijo de un tendero. Y nada hace esperar a priori que el primero tenga más capacidad o se esfuerce más que el segundo.

Pero no solo tenemos diferentes posiciones de partida y medios para llegar a la meta, sino que algunos jugadores salen atados con pesos en las botas. Y me refiero a una mujer, a un inmigrante o a un discapacitado, por ejemplo. Estos se enfrentarán en la vida a unos problemas suplementarios de discriminación social que les hará mucho más difícil ser justamente remunerados por su capacidad y esfuerzo. Una mujer cobra hasta un 20% menos que el salario de un hombre (controlando por clase social). Un inmigrante tiene dos tercios menos de probabilidades de conseguir un contrato indefinido. De modo que resulta un poco difícil creer que la sociedad per se consigue retribuir a sus miembros como se merecen. Si tenemos diferentes posiciones de salida, diferentes instrumentos para avanzar y algunos, discriminaciones injustificadas, está claro que hay corredores que siempre llegan los últimos.

Un amigo opina que no hay que preocuparse por el incompetente, porque a largo plazo es descubierto por sus errores y neutralizado. Sin embargo, discrepo con él en dos cosas. Primera, que si es neutralizado a largo plazo, como decía Keynes, es demasiado tiempo para vivir y verlo. Y segunda, que no se puede olvidar que al final, los tontos se adaptan muy bien al terreno.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Ante tal situación descrita por mi amigo Kanciller, por la que comparto también esta seria preocupación por la mala calificación de nuestra sociedad occidental como "meritocrática", sólo cabe decir que muchos de los que hemos llegado hasta aquí, y más lejos que llegaremos (si Dios quiere), debemos dar gracias y sentirnos privilegiados de nuestra situación.

Pero ante tal discriminación tan bien descrita por ti, ¿Podrías explicarnos cuales serían tus soluciones?

Son muchos los autores que han intentado darnos alguna salida. Quién sabe si esta falsa sociedad meritocrática hará que seas tu quién llegue a la solución final y real.

Un abrazo,
Edu

Unknown dijo...

Estoy totalmente de acuerdo con Kanciller.

De hecho, esta utópica teoría de la meritocracia no es más que el intento de aquellas personas satisfechas con sus circunstancias de convencer al resto de que se lo merecen, de que todo cuanto tienen es fruto de su esfuerzo y dedicación.

Por un lado, creo que se debe al instinto narcisista del hombre, a la necesidad de sentirse dueño y señor de sus actos, causa y consecuencia de sus triunfos.

Por otro, no debemos olvidar la cobardía...el rechazo a aceptar la injusticia natural del mundo. Un intento, muchas veces eficaz, de eludir los remordimientos que generan saber que, en gran medida, la injusticia la originamos nosotros.

¿Para qué sentirse mal por tener a medio mundo muriéndose de hambre? ¿Por qué otorgar mis méritos al azar cuando puedo hacerlo a mi persona? ¿Por qué aceptar que somos lo que nuestras circunstancias nos han hecho ser?

Siempre es mucho más fácil inventarse una teoría que suene bonito que responder a todas estas preguntas sin acabar frustrado...

¿Méritocracia?
Mérito tiene trabajar 14 horas al día a cambio de una miseria, cuidar 6 hijos y educarlos sacando una casa y una familia adelante, pasarse meses y meses de quimioterapia y seguir sonriendo...
Lo demás, en mi casa, se llama hipocresía.