Durante los días jueves y viernes he estado yendo, junto con otros amigos (El Pati Descobert y Becario en Moncloa) a un workshop sobre sistemas electorales. Se trata de reuniones de trabajo donde académicos presentan artículos para que después se integren en un libro conjunto. El director es Josep María Colomer, de reconocido prestigio en el mundo de la economía política y cabe destacar la presencia de Louis Massicotte y Michael Marsh como las figuras más consagradas y George Lutz y Pedro Riera como las más prometedoras. Intentaré resumir algunas de las ideas que se trataron allí.
La idea general del libro parte de la existencia de un equilibrio normativamente deseable en todo sistema electoral. Por una parte, la representación de los partidos, de manera que puedan representar el pluralismo político de la sociedad. Por la otra, la representación personal, es decir, que exista un cargo electo representante genuino de mis intereses y de los de mi comunidad. Colomer comenzó planteando la existencia de cuatro tipos diferentes de articulación del voto en función de estas cosas. El que maximiza ambas propiedad es un sistema de listas abiertas y desbloqueadas, como el caso del panachage suizo, donde un votante puede asignar tantos votos como escaños están en juego en el distrito, pudiendo optar por cualquier candidato de cualquier partido. Interesante que incluya la profesión, formación y edad del candidato en la papeleta, si bien se debe tener en cuenta que en las legislativas suizas ni se pone ni se quita gobierno. También ocurre con el caso de voto dual, como el alemán. Allí se puede votar a un partido en el nivel nacional y a un candidato en el del distrito, sin tener que votar necesariamente al mismo.
Diferente es el caso del voto individual transferible, o de listas desbloqueadas, como pasa en Irlanda o en Australia. Allí uno escoge una lista, pero luego se fija un ranking con tus tres primeras preferencias, el primero en un sistema proporcional (más o menos, votos = representantes) mientras que el segundo en mayoritario (el que más votos saca se lleva el representante). En Lituania, por ejemplo, puedes cambiar el orden de cinco candidatos. Por último, el tipo de voto que no permite ningún tipo de representación personal es el de listas cerradas y desbloqueadas, como en Portugal y España a sus cámaras bajas. No pasa así en el Senado, donde puedes elegir al candidato que quieras de cualquier partido hasta tres. De la misma manera, fue muy interesante la discusión sobre estos sistemas y muy pedagógico cuando nos enseñaron diversas papeletas. En India, por ejemplo, casi toda la papeleta es enormes dibujos con el icono del partido. En EEUU la papeleta es una gran manta en la que se eligen a la vez Presidente, senador, congresista… hasta jefe de bomberos.
En general, el debate es interesante. Un cargo electo que debería ¿defender los intereses de la comunidad más cercana o los generales? En el caso de los países anglosajones ha predominado mucho esta primera visión mientras que en los continentales suelen darse esta segunda visión. Es posible que lo ideal sea un equilibrio. Por ejemplo, en Reino Unido, el diputado tiene una oficina en su distrito donde los ciudadanos pueden dirigirle directamente quejas, sugerencias… Desde luego, el control que los partidos políticos y sus aparatos tienen de la elaboración de las listas hace que nos cuelen a personajes infames para desprestigio de toda la clase dirigente. Creo que lo justo sería desbloquear parcialmente las listas para que, al menos, se pudiera degradar a los malos candidatos y que tuvieran más difícil entrar en el Congreso. Y también promocionar a los buenos, claro que si. Quizás en un sistema ponderado como el lituano. Un compromiso de mínimos para que los ciudadanos tuvieran algo más que decir sobre los políticos que los representan.
La idea general del libro parte de la existencia de un equilibrio normativamente deseable en todo sistema electoral. Por una parte, la representación de los partidos, de manera que puedan representar el pluralismo político de la sociedad. Por la otra, la representación personal, es decir, que exista un cargo electo representante genuino de mis intereses y de los de mi comunidad. Colomer comenzó planteando la existencia de cuatro tipos diferentes de articulación del voto en función de estas cosas. El que maximiza ambas propiedad es un sistema de listas abiertas y desbloqueadas, como el caso del panachage suizo, donde un votante puede asignar tantos votos como escaños están en juego en el distrito, pudiendo optar por cualquier candidato de cualquier partido. Interesante que incluya la profesión, formación y edad del candidato en la papeleta, si bien se debe tener en cuenta que en las legislativas suizas ni se pone ni se quita gobierno. También ocurre con el caso de voto dual, como el alemán. Allí se puede votar a un partido en el nivel nacional y a un candidato en el del distrito, sin tener que votar necesariamente al mismo.
Diferente es el caso del voto individual transferible, o de listas desbloqueadas, como pasa en Irlanda o en Australia. Allí uno escoge una lista, pero luego se fija un ranking con tus tres primeras preferencias, el primero en un sistema proporcional (más o menos, votos = representantes) mientras que el segundo en mayoritario (el que más votos saca se lleva el representante). En Lituania, por ejemplo, puedes cambiar el orden de cinco candidatos. Por último, el tipo de voto que no permite ningún tipo de representación personal es el de listas cerradas y desbloqueadas, como en Portugal y España a sus cámaras bajas. No pasa así en el Senado, donde puedes elegir al candidato que quieras de cualquier partido hasta tres. De la misma manera, fue muy interesante la discusión sobre estos sistemas y muy pedagógico cuando nos enseñaron diversas papeletas. En India, por ejemplo, casi toda la papeleta es enormes dibujos con el icono del partido. En EEUU la papeleta es una gran manta en la que se eligen a la vez Presidente, senador, congresista… hasta jefe de bomberos.
En general, el debate es interesante. Un cargo electo que debería ¿defender los intereses de la comunidad más cercana o los generales? En el caso de los países anglosajones ha predominado mucho esta primera visión mientras que en los continentales suelen darse esta segunda visión. Es posible que lo ideal sea un equilibrio. Por ejemplo, en Reino Unido, el diputado tiene una oficina en su distrito donde los ciudadanos pueden dirigirle directamente quejas, sugerencias… Desde luego, el control que los partidos políticos y sus aparatos tienen de la elaboración de las listas hace que nos cuelen a personajes infames para desprestigio de toda la clase dirigente. Creo que lo justo sería desbloquear parcialmente las listas para que, al menos, se pudiera degradar a los malos candidatos y que tuvieran más difícil entrar en el Congreso. Y también promocionar a los buenos, claro que si. Quizás en un sistema ponderado como el lituano. Un compromiso de mínimos para que los ciudadanos tuvieran algo más que decir sobre los políticos que los representan.
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