Permitidme que empiece el año planteando una situación paradójica que he presenciado recientemente. Un compañero de estudios, economista de formación, se enfrentó hace poco a un dilema. El está estudiando un doctorado pero como es un tío muy capaz tenía sobre la mesa dos ofertas diferentes, ambas para ir a instituciones internacionales muy prestigiosas. El aceptar alguna de estas ofertas implicaba irse a vivir un año y medio a EEUU. Mi compañero, que es alguien ambicioso, no hubiera dudado en marcharse pero lo cierto es que algo de su vida personal le frenaba: tiene novia y ella no puede irse con él (por razones justificadas).
Por poneros en el contexto, los economistas son una gente que en general está muy pagada de sí misma. Como saben que son la única carrera de ciencias sociales que más o menos trabaja se lo tienen muy creído. Por supuesto, hay de todo en el gremio. Pero es interesante subrayar que suele haber dos sesgos entre quienes la estudian: de clase y de preferencias. En general, las clases de más nivel económico tienen hijos cursando derecho y economía. Y de de preferencias, porque suelen ser los más ambiciosos y competitivos los que la estudian (¡se metieron en ella porque querían ser ricos!). En general, la economía cómo disciplina bebe mucho de la idea de construir modelos econométricos (muy complejos, por cierto) para explicar y predecir el comportamiento de mercados, agentes económicos…Por supuesto, luego pasa lo que pasa. Se suele atribuir a los economistas la frase de: “No vengas con la maldita realidad a joder mi precioso modelo”.
Ligando con el dilema de mi compañero, uno podría pensar que se puede aplicar una concepción economicista a su disyuntiva. Para los economistas clásicos, los actores son racionales, que buscan maximizar su margen de beneficio y tratan de aplicar los medios más eficientes para conseguirlo. Por lo tanto, la solución podría ser muy simple: que estime la utilidad de irse o quedarse y luego que tome la decisión. Es evidente que la utilidad de aceptar los trabajos es muy superior en base a los beneficios económicos y académicos que percibiría. El único coste que tendría es el estar separado de su pareja, al menos, por un año y medio. Un actor racional que pensara en términos de su pareja diría: “Bueno, si la relación va en serio, lograrán superar la distancia. Si se termina en ese tiempo, será que no merecía la pena”.
Pues bien, el sujeto en cuestión no tardó en tomar la decisión. No se va a ninguna parte sin su pareja. Se queda. Y no deja de hacer gracia. Creo que las teorías economicistas de la acción racional son muy útiles para los modelos. Pero las personas, aunque intentamos creernos que somos racionales, confundimos medio y fin. La razón es un instrumento poderoso para llegar a nuestros fines. Pero el verdadero motor, son nuestras pasiones, nuestros sentimientos. Al final, la realidad se impone, pese a que a veces se nos olvide que las calderas de nuestro cerebro están en el corazón.
Bienvenidos a la Kancillería 2009.
Por poneros en el contexto, los economistas son una gente que en general está muy pagada de sí misma. Como saben que son la única carrera de ciencias sociales que más o menos trabaja se lo tienen muy creído. Por supuesto, hay de todo en el gremio. Pero es interesante subrayar que suele haber dos sesgos entre quienes la estudian: de clase y de preferencias. En general, las clases de más nivel económico tienen hijos cursando derecho y economía. Y de de preferencias, porque suelen ser los más ambiciosos y competitivos los que la estudian (¡se metieron en ella porque querían ser ricos!). En general, la economía cómo disciplina bebe mucho de la idea de construir modelos econométricos (muy complejos, por cierto) para explicar y predecir el comportamiento de mercados, agentes económicos…Por supuesto, luego pasa lo que pasa. Se suele atribuir a los economistas la frase de: “No vengas con la maldita realidad a joder mi precioso modelo”.
Ligando con el dilema de mi compañero, uno podría pensar que se puede aplicar una concepción economicista a su disyuntiva. Para los economistas clásicos, los actores son racionales, que buscan maximizar su margen de beneficio y tratan de aplicar los medios más eficientes para conseguirlo. Por lo tanto, la solución podría ser muy simple: que estime la utilidad de irse o quedarse y luego que tome la decisión. Es evidente que la utilidad de aceptar los trabajos es muy superior en base a los beneficios económicos y académicos que percibiría. El único coste que tendría es el estar separado de su pareja, al menos, por un año y medio. Un actor racional que pensara en términos de su pareja diría: “Bueno, si la relación va en serio, lograrán superar la distancia. Si se termina en ese tiempo, será que no merecía la pena”.
Pues bien, el sujeto en cuestión no tardó en tomar la decisión. No se va a ninguna parte sin su pareja. Se queda. Y no deja de hacer gracia. Creo que las teorías economicistas de la acción racional son muy útiles para los modelos. Pero las personas, aunque intentamos creernos que somos racionales, confundimos medio y fin. La razón es un instrumento poderoso para llegar a nuestros fines. Pero el verdadero motor, son nuestras pasiones, nuestros sentimientos. Al final, la realidad se impone, pese a que a veces se nos olvide que las calderas de nuestro cerebro están en el corazón.
Bienvenidos a la Kancillería 2009.
No hay comentarios:
Publicar un comentario