
La República Romana también tenía sus propios mitos, sus propios héroes. Uno de mis favoritos es el de Lucio Quincilio Cincinato. Se sabe de él que vivió el siglo IV a.c. y que fue general, cónsul y dictador. Fue convertido en arquetipo por Catón el Viejo y otros republicanos romanos como un modelo de rectitud, honradez, integridad y otras virtudes romanas (frugalidad rústica y falta de ambición personal), virtudes que supo combinar con una capacidad estratégica militar y legislativa notables.
Era un patricio, contrario al tribunado y a toda ley escrita. Se había retirado disgustado a su finca negándose a intervenir en la política, debido a que su hijo Caeso había sido exiliado por usar un lenguaje violento contra los tribunos. Fue llamado por el Senado en calidad de cónsul suffectus, a la muerte del cónsul en ejercicio, para mediar en un contencioso entre los tribunos y los plebeyos. Cuando solucionó el litigio, se retiró de nuevo de la política. Dos años después, en 458 ac, de nuevo fue llamado por el Senado, para salvar al ejército romano y a Roma de la invasión por los ecuos, y volscos, para lo cual le otorgó poderes absolutos y el nombramiento de dictador. Se cuenta que Cincinato estaba con las manos en el arado cuando se le hizo llegar el requerimiento. Tras conseguir la victoria sobre los invasores en dieciséis días rechazó todos los honores y volvió a coger el arado que dejó parado en sus tierras.
Los padres fundadores de los EEUU fueron notables admiradores de la Roma republicana. Su ejemplo inspiró el nombre de la ciudad norteamericana de Cincinnati, en el estado de Ohio, nombre puesto en honor a la sociedad de los "cincinatos", la cual honraba a George Washington, quien era considerado por esta sociedad como un Cincinato de los días de la revolución americana.
Cómo veis, Cincinato era un pieza de cuidado, que quizás tuvo tales virtudes o quizás no. Pero en todo caso, se convirtió en un ejemplo para sus conciudadanos. Una suerte de modelo moralizante, de héroe virtuoso cuya memoria se gustaba recordar y sus hazañas, igualar. Todo el mundo ha tenido modelos. César quería igualar a Alejandro, Napoleón a César. Edison a Da Vinci, y al primero, Homer Simpson. Yo creo que esta bien que tengamos un modelo (histórico o no, vivo o muerto, grande o pequeño, popular o desconocido), alguien en quién inspirarnos, porque cuando andamos perdidos sin saber muy bien que camino seguir o cómo obrar, su ejemplo, cómo un faro en el mar, nos puede iluminar para recobrar el rumbo...
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