La distribución de los recursos a nivel global es algo que todos sabemos que está cambiando a gran velocidad. El agotamiento de los combustibles fósiles, la entrada en la dinámica de consumo de masas de China e India, el aún insuficiente empuje de las energías renovables… son una realidad. Y aunque aún no acusamos sus efectos, es evidente que en menos de una generación (la nuestra, en la madurez, probablemente) vamos a tener que cambiar nuestros patrones de consumo. Es muy probable, que, por ejemplo, no nos podamos permitir dos coches, un apartamento en Torrevieja, o cuatro televisiones por casa… Tendremos que abogar por una palabra que cada vez está más de moda: sostenibilidad. Es decir, un patrón de consumo (vamos, de vida) que sea sostenible en el largo plazo.
La sostenibilidad en la que me quiero centrar hoy es en la del desarrollo urbano. Debo reconocer que no soy una persona con muchos conocimientos en la materia, pero a todos nos resulta reconocible que no es un patrón sostenible. El de la especulación masiva, el urbanismo salvaje y sin control. Y no solamente por su impacto ambiental, también por la imposibilidad de dotar a la propia vivienda de las infraestructuras básicas que requiere (agua, electricidad…) Que se lo diga al Pocero en Seseña. No se si habéis tenido la suerte de visitar Vitoria, Pamplona u Oviedo. Son ciudades limpias y ordenadas, estructuradas armónicamente y respetuosas con el medio. Ese es un ideal que sea cerca más al de la sostenibilidad urbanística. Pero pensemos en las grandes conurbaciones urbanas.
Si algo está claro para todos los expertos es que la vivienda debe tener una tendencia a la densificación. Es decir, que en vez de un modelo de chalets adosados unifamiliares, la tendencia será al bloque de pisos de mayores alturas. Además, los materiales de obra serán diferentes. Aislantes para retener el calor y ahorrar calefacción, paneles solares en cada casa…Pero, además de densificados, se hace necesario un buen acceso a transportes urbanos. La conexión a través de redes de metro y ferrocarril serán cruciales. Porque lejos de pasar de moda, estos transportes son clave para la conexión de las áreas metropolitanas. La tendencia de ir al trabajo en coche está condenada a la extinción, al menos, cómo la conocemos ahora.
Por supuesto, hay que considerar el efecto del propio progreso científico en el desarrollo urbano. Pero, de todas maneras, siempre tendrá una tendencia a la búsqueda de una mayor eficiencia energética. ¿Creemos que cuando todos los chinos usen papel de váter será sostenible la producción de las papeleras? ¿Y cuando cada indio quiera un utilitario? Si vivimos en una sociedad de mercado global, es poco razonable pensar que el consumo no tenderá a democratizarse. Y si los recursos fósiles son finitos, hay un dilema. Malthus decía que la población de la Tierra llegaría a un límite porque la producción de alimentos tenía también un límite. No contaba con la mejora de la tecnología (en su producción). Sin embargo, el confiar ciegamente en el progreso científico no nos ayudará a evitar que en cierto momento tengamos que apretarnos el cinturón. Hoy ya sube el precio de los alimentos, del petróleo… (No sólo por escasos, también por especulación). Si un día debemos bajar nuestro nivel de consumo, si debemos dejar de lado la compra de cosas que habíamos dado por sentadas. ¿Podremos soportarlo?
La sostenibilidad en la que me quiero centrar hoy es en la del desarrollo urbano. Debo reconocer que no soy una persona con muchos conocimientos en la materia, pero a todos nos resulta reconocible que no es un patrón sostenible. El de la especulación masiva, el urbanismo salvaje y sin control. Y no solamente por su impacto ambiental, también por la imposibilidad de dotar a la propia vivienda de las infraestructuras básicas que requiere (agua, electricidad…) Que se lo diga al Pocero en Seseña. No se si habéis tenido la suerte de visitar Vitoria, Pamplona u Oviedo. Son ciudades limpias y ordenadas, estructuradas armónicamente y respetuosas con el medio. Ese es un ideal que sea cerca más al de la sostenibilidad urbanística. Pero pensemos en las grandes conurbaciones urbanas.
Si algo está claro para todos los expertos es que la vivienda debe tener una tendencia a la densificación. Es decir, que en vez de un modelo de chalets adosados unifamiliares, la tendencia será al bloque de pisos de mayores alturas. Además, los materiales de obra serán diferentes. Aislantes para retener el calor y ahorrar calefacción, paneles solares en cada casa…Pero, además de densificados, se hace necesario un buen acceso a transportes urbanos. La conexión a través de redes de metro y ferrocarril serán cruciales. Porque lejos de pasar de moda, estos transportes son clave para la conexión de las áreas metropolitanas. La tendencia de ir al trabajo en coche está condenada a la extinción, al menos, cómo la conocemos ahora.
Por supuesto, hay que considerar el efecto del propio progreso científico en el desarrollo urbano. Pero, de todas maneras, siempre tendrá una tendencia a la búsqueda de una mayor eficiencia energética. ¿Creemos que cuando todos los chinos usen papel de váter será sostenible la producción de las papeleras? ¿Y cuando cada indio quiera un utilitario? Si vivimos en una sociedad de mercado global, es poco razonable pensar que el consumo no tenderá a democratizarse. Y si los recursos fósiles son finitos, hay un dilema. Malthus decía que la población de la Tierra llegaría a un límite porque la producción de alimentos tenía también un límite. No contaba con la mejora de la tecnología (en su producción). Sin embargo, el confiar ciegamente en el progreso científico no nos ayudará a evitar que en cierto momento tengamos que apretarnos el cinturón. Hoy ya sube el precio de los alimentos, del petróleo… (No sólo por escasos, también por especulación). Si un día debemos bajar nuestro nivel de consumo, si debemos dejar de lado la compra de cosas que habíamos dado por sentadas. ¿Podremos soportarlo?
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