Hay mucha gente que tiene la capacidad de sorprenderme no tanto porque haga cosas impropias de su modo de ser como porque hacen cosas que a mí me resultaría imposible. Ayer “El Cura”, como apodan a Francisco Camps, se personó para declarar ante el Tribunal Superior de la Comunidad Valenciana como imputado por el delito de cohecho. Arropado por la plana mayor del Partido Popular de Valencia y por simpatizantes de su partido, el President entró en el palacio de justicia como si estuviera entrando en un mitin electoral, con la sonrisa puesta y la cabeza alta.
Sin ambages, hay que tener la cara más dura que el cemento armado para declarar que está contento de poder personarse para explicar su relación con Correa y “El Bigotes”, los mafiosos de turno. Increíble la trama si no se tratara de algo tan serio como sobornos en especie a cargos públicos de alto nivel en Valencia, y que me sorprende más por la actitud de opera bufa que tienen sus participantes que por las propias pesquisas judiciales. Empecemos por ponernos en situación, en una Comunidad Valenciana donde la especulación salvaje ha sido el motor del crecimiento y la corrupción ha echado raíces en los cimientos la región. Concejales, a diestra y siniestra, cobrando comisiones millonarias de constructoras. Como ya dijo uno de los padres fundadores de todo este tinglado: yo estoy en política para hacer dinero. Y eso hasta sus últimos extremos ha hecho que este cáncer maligno infecte todo el sistema. Con más razón si las defensas del organismo son tan deficientes. Con suficiente dinero mediante, la moralidad del cargo público se resiente. Si hay suficientes dosis de manipulación partidaria y redes clientelares, la rendición de cuentas se esfuma y los ciudadanos los reeligen. Con una Justicia carente de medios e instrumentalizada, se vuelve ciega pero no justa.
Mirad a los personajes, propios de una novela de Mario Puzo. Empezando por aquel que está imputado al margen del caso Gürtel, el infausto Fabra de Castellón, con sus gafas de sol a semblanza de los caciques del franquismo. ¡Cuantos intereses habrá en el PP valenciano que ni osen descabalgarlo! Y cuantas veces se ha bañado en las aguas del río Jordán que son las elecciones, que en este país parecen redimir de cualquier pecado y ante cuya relección se siente exculpado. Sólo mirad a los rostros visibles de esta trama de corrupción. El propio Correa, con ese pelo engominado hacia atrás combinado con la mirada dura de quien se sabe punta del iceberg. O “El Bigotes”, con ese ridículo mostacho de personaje de Ibáñez, que termina de desfigurar la trama hasta que parece una comedia. Porque son comediantes puros. Mirad a Camps cuando se presenta para declarar, arropado de todos los cargos de su partido, como en una gran familia en la que los trapos sucios se lavan en casa. Y con los simpatizantes de su partido, que lo saludan como si fueran a un mitin y que sin duda consideran a su presidente víctima de una trama oculta de los socialistas. En el recordatorio, en suma, de que seguirán votándolo cuantas veces sean precisas para recordar que la corrupción no se castiga en las urnas. Como mucho, y poco, en los tribunales.
Al precio que sale en este país el desfalco de lo público, tan barato en penas y sanciones, tan bien camuflado entre redes clientelistas y partidistas, cuanta será la corrupción que no aflora. En Reino Unido, con el escándalo de las dietas de los parlamentarios no sólo se exige que devuelvan lo robado, también que dimitan. El Labour ya ha declarado la expulsión de los corruptos y su exclusión de las listas. La gente allí incluso se puso violenta y amedrentó a sus diputados locales. Igualito que en España, ¿verdad? Ya veremos cuantos se escapan de rositas… Pero mi indignación es rayana de la violencia. En la Ley de Bases del Régimen Local se dice que el gobierno podrá disolver un ayuntamiento cuando considere que su actuación es contraria a la salvaguarda del interés general. Yo empezaría por Benidorm.
Sin ambages, hay que tener la cara más dura que el cemento armado para declarar que está contento de poder personarse para explicar su relación con Correa y “El Bigotes”, los mafiosos de turno. Increíble la trama si no se tratara de algo tan serio como sobornos en especie a cargos públicos de alto nivel en Valencia, y que me sorprende más por la actitud de opera bufa que tienen sus participantes que por las propias pesquisas judiciales. Empecemos por ponernos en situación, en una Comunidad Valenciana donde la especulación salvaje ha sido el motor del crecimiento y la corrupción ha echado raíces en los cimientos la región. Concejales, a diestra y siniestra, cobrando comisiones millonarias de constructoras. Como ya dijo uno de los padres fundadores de todo este tinglado: yo estoy en política para hacer dinero. Y eso hasta sus últimos extremos ha hecho que este cáncer maligno infecte todo el sistema. Con más razón si las defensas del organismo son tan deficientes. Con suficiente dinero mediante, la moralidad del cargo público se resiente. Si hay suficientes dosis de manipulación partidaria y redes clientelares, la rendición de cuentas se esfuma y los ciudadanos los reeligen. Con una Justicia carente de medios e instrumentalizada, se vuelve ciega pero no justa.
Mirad a los personajes, propios de una novela de Mario Puzo. Empezando por aquel que está imputado al margen del caso Gürtel, el infausto Fabra de Castellón, con sus gafas de sol a semblanza de los caciques del franquismo. ¡Cuantos intereses habrá en el PP valenciano que ni osen descabalgarlo! Y cuantas veces se ha bañado en las aguas del río Jordán que son las elecciones, que en este país parecen redimir de cualquier pecado y ante cuya relección se siente exculpado. Sólo mirad a los rostros visibles de esta trama de corrupción. El propio Correa, con ese pelo engominado hacia atrás combinado con la mirada dura de quien se sabe punta del iceberg. O “El Bigotes”, con ese ridículo mostacho de personaje de Ibáñez, que termina de desfigurar la trama hasta que parece una comedia. Porque son comediantes puros. Mirad a Camps cuando se presenta para declarar, arropado de todos los cargos de su partido, como en una gran familia en la que los trapos sucios se lavan en casa. Y con los simpatizantes de su partido, que lo saludan como si fueran a un mitin y que sin duda consideran a su presidente víctima de una trama oculta de los socialistas. En el recordatorio, en suma, de que seguirán votándolo cuantas veces sean precisas para recordar que la corrupción no se castiga en las urnas. Como mucho, y poco, en los tribunales.
Al precio que sale en este país el desfalco de lo público, tan barato en penas y sanciones, tan bien camuflado entre redes clientelistas y partidistas, cuanta será la corrupción que no aflora. En Reino Unido, con el escándalo de las dietas de los parlamentarios no sólo se exige que devuelvan lo robado, también que dimitan. El Labour ya ha declarado la expulsión de los corruptos y su exclusión de las listas. La gente allí incluso se puso violenta y amedrentó a sus diputados locales. Igualito que en España, ¿verdad? Ya veremos cuantos se escapan de rositas… Pero mi indignación es rayana de la violencia. En la Ley de Bases del Régimen Local se dice que el gobierno podrá disolver un ayuntamiento cuando considere que su actuación es contraria a la salvaguarda del interés general. Yo empezaría por Benidorm.
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