miércoles, 21 de julio de 2010

La sequía del pactismo en España

(Artículo publicado en el diario de "La Rioja" el 21-07-2010)

En la vida política española es muy recurrente ensalzar las virtudes del pacto, pese a lo excepcional que ha sido en nuestra historia reciente. La ciudadanía se refiere con frecuencia a lo deseable que sería un acuerdo en aquellas políticas 'de país' que requieren un mínimo de estabilidad y consenso, como es la política educativa o la exterior, por ejemplo. Por otra parte, hay otras muchas reformas pendientes cómo es la del Senado, la Constitución o la financiación de los partidos que igualmente duermen el sueño de los justos. Sin entrar a discutir qué reformas o políticas deberían pactarse: ¿Por qué en España existen tan pocos acuerdos de hondo calado entre los dos principales partidos? Esta situación es anómala respecto a lo que ocurre en la mayoría de países. Por ejemplo, en Portugal, el principal partido de la derecha ha apoyado el paquete económico del gobierno socialista o en Alemania ha habido diversos ejemplos de coaliciones entre la CDU y el SPD. De hecho, España es el único país parlamentario de toda Europa en que jamás ha habido una coalición a nivel nacional, máxima expresión del pacto entre partidos. ¿Es que los partidos a nivel estatal están incapacitados para llegar a acuerdos? No lo creo. Lo que ocurre es que existe una incongruencia entre las reglas institucionales de nuestra democracia y el sistema de partidos actual que los hace muy difíciles de alcanzar de manera estable.

Cuando se hizo la Constitución de 1978, se concibió que las reformas necesitaran de amplios consensos, generalmente de mayorías cualificadas o de dos tercios para salir adelante. Con mucha rigidez, se buscaba evitar las tentaciones por parte de un actor de cambiar las reglas de juego a su conveniencia y se hizo necesario el acuerdo entre múltiples partidos. Esta decisión tuvo su sentido en un sistema de cuatro partidos surgido de la Transición y ayudado por la Ley Electoral, con dos partidos moderados a izquierda y derecha (UCD y PSOE) y dos partidos más extremos a ambos lados del arco parlamentario (PCE y AP). Esta configuración permitió el llegar a pactos entre los dos partidos centrales, que tienen menor distancia ideológica entre ellos, sumando si caso a uno de los pequeños (con la unión ocasional de los moderados catalanes o vascos). Así fue durante casi todo el periodo entre 1977 y 1982, excluyendo generalmente al partido post-franquista de Manuel Fraga a favor del pragmatismo del PCE. Sin embargo, el colapso de la UCD en 1982 llevó a que este diseño facilitara una situación de bloqueo al convertirse Alianza Popular en el partido hegemónico de la derecha. Un partido que, por otra parte, inició un arduo peregrinaje hacia el mítico 'centro', se supone que culminado por Aznar tras la refundación de la organización como Partido Popular. ¿Y por qué esta situación dificulta llegar a acuerdos de Estado? ¿No se podría pensar que es más fácil ponerse de acuerdo entre los dos partidos qué entre más? ¿No sería más fácil si hay un solo portavoz de todo el espectro conservador? Paradójicamente, ocurre justo lo contrario por al menos dos razones.

Por una parte, el Partido Popular es una amalgama ideológica muy diversa, y engloba a desde ultra-conservadores recalcitrantes hasta liberales de perfil posibilista. Esto genera que haya potencialmente más puntos de desacuerdo en un posible pacto con el PSOE sobre cualquier materia, porque la distancia ideológica es superior a si se pudiera excluir a los más «extremistas» del acuerdo. Estos sectores están ahora dentro del propio partido, pudiendo dinamitar o presionar contra el pacto, lo que también hace que para sus líderes sea muy difícil mantener a todos los sectores satisfechos. El actual líder sabe muy bien lo duros que son los ataques desde tus propias filas y lo delicado de los equilibrios internos. La segunda razón es que el PP se encuentra en un potencial dilema del prisionero. Puesto que no tiene que competir por la extrema derecha sino por el centro con el PSOE, la lucha partidista se convierte en un juego donde sólo puede haber un ganador; el que consiga el apoyo de los centristas. Por ello tiene miedo de que la imagen de moderación, atractiva para estos votantes, se la lleven los socialistas si se llega a acuerdos estando el PP en la oposición. Por lo tanto el Partido Popular no tiene incentivos para que se llegue a acuerdos, aunque los resultados globales sean positivos, porque los potenciales perjuicios electorales a corto plazo parecen superiores a esperar que el adversario cometa equivocaciones y, así, llegar a La Moncloa. Una táctica propia del bipartidismo «imperfecto» existente en España.
En suma, estructurada así la dinámica de competición electoral todo parece indicar que el pactismo, aun siendo la opción preferida por la mayoría de los españoles, continuará siendo una práctica más cerca del mundo de la política ficción que de la real.

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