El otro día, hablando con una compañera, se me ocurrió el tema adecuado para esta nueva entrada. Hablando sobre la realidad de nuestros diferentes países, me di cuenta de la gran verdad de que estos años de universidad no han terminado de curarme de mi falta de perspectiva, que aún me falta sentido de la realidad. La discusión versaba sobre los Estados de Bienestar, y yo estaba criticando duramente la limitación de las políticas sociales en España. Ella, que es peruana, se mostraba muy sorprendida por el hecho de que me estuviera quejando. “En Latino América” decía, “es imposible plantearse la posibilidad de que el Estado nos de plata”. Simplemente era inconcebible la existencia de políticas destinadas al bienestar de los ciudadanos. Donde aquí nos parece normal que el Estado, en cierta manera vele por nosotros, saliendo de Europa esta perspectiva no es ni mucho menos extendida ni generalizada.
La clasificación de los Estados del Bienestar nació de manos del sociólogo sueco Gösta Esping-Andersen, profesor de la UPF. Y estableció la existencia de tres tipos ideales en función del grado de mercantilización (peso del mercado en la situación socio-económica) y de familiarismo (importancia de la familia en el sostenimiento individual). Por lo general, los tipos ideales coincidían con la tendencia a predominar de una determinada tradición política. El estado social-demócrata (o nórdico) se caracteriza por una baja importancia del mercado y de la familia, donde las prestaciones sociales son generosas y universalizadas. El estado conservador (o continental) se basa en que el mercado posee algo más de importancia, y las ayudas no están universalizadas, sino que se de destinan a las familias. Por último, el Estado liberal posee el mayor peso del mercado, con políticas sociales solo para la pobreza extrema, y los receptores son los individuos. Algunos autores añaden el Estado del Bienestar sud-europeo, con elevado peso del mercado y de la familia de manera simultanea, un combinado entre el liberal y el continental.
Esta clasificación es útil teóricamente, pero se le podría criticar por su Euro-centrismo, una limitación común en la Academia. ¿Acaso no hay un resto del mundo a nuestro alrededor? Parece como si todos los pueblos de la Tierra debieran copiar nuestros modelos, más allá de sus situaciones concretas. Desde luego, África o América Latina merecerían un análisis pormenorizado. En el continente africano, la ausencia de un Estado consolidado y la permanencia de lazos étnicos y tribales generan redes de socialización paralelas. ¡Cómo afectará eso a sus poblaciones respectivas! Su extrema pobreza, élites corruptas y sátrapas locales, sus problemas endémicos de SIDA y guerras… Como decía Haro Teclen, a diferencia de en la II Guerra Mundial, esta vez sí sabemos donde están los campos de concentración, y los tenemos al otro lado del Estrecho. América Latina, mucho mejor que África, afronta también no pocos retos. Sus enormes desigualdades internas, la corrupción o los problemas de crecimiento económico ponen no pocas trabas.¿Y qué decir de Asia y Extremo Oriente? ¿Acaso allí tampoco es posible el bienestar?
Me gustaría recalcar dos ideas que me surgen de esta reflexión. La primera, que tenemos una visión del mundo demasiado limitada. Por más que nos hablen de “globalización” lo cierto es que seguimos pensando muchas veces en términos de nuestra aldea. Es una visión legítima, pero parcial. Nunca está de mas que tengamos una visión de amplio espectro de lo que nos rodea. Sobretodo en relación con mi segunda idea; y es el ser más humildes y valorar lo que tenemos. No nos podemos ni imaginar el frío que hace en el resto del mundo fuera del Viejo Continente. Donde aquí nos quejamos de nuestras dificultades para salir del mil-eurismo, en otros países se quejan de las dificultades para llevarse algo a la boca.
No pretendo ser emotivo. El mundo está muy mal, no es una novedad para nadie. Pero a lo que sí nos deberíamos comprometer es, no sólo a legítimamente quejarnos de lo que nos merecemos, sino también a valorar lo que tenemos. Los politólogos siempre hemos valorado a España como uno de los países a la cola del Estado de Bienestar respecto del resto de Europa. Pero, colegas, comparado con el resto del mundo, no me lo pienso. Me quedo con el país de la pandereta.
La clasificación de los Estados del Bienestar nació de manos del sociólogo sueco Gösta Esping-Andersen, profesor de la UPF. Y estableció la existencia de tres tipos ideales en función del grado de mercantilización (peso del mercado en la situación socio-económica) y de familiarismo (importancia de la familia en el sostenimiento individual). Por lo general, los tipos ideales coincidían con la tendencia a predominar de una determinada tradición política. El estado social-demócrata (o nórdico) se caracteriza por una baja importancia del mercado y de la familia, donde las prestaciones sociales son generosas y universalizadas. El estado conservador (o continental) se basa en que el mercado posee algo más de importancia, y las ayudas no están universalizadas, sino que se de destinan a las familias. Por último, el Estado liberal posee el mayor peso del mercado, con políticas sociales solo para la pobreza extrema, y los receptores son los individuos. Algunos autores añaden el Estado del Bienestar sud-europeo, con elevado peso del mercado y de la familia de manera simultanea, un combinado entre el liberal y el continental.
Esta clasificación es útil teóricamente, pero se le podría criticar por su Euro-centrismo, una limitación común en la Academia. ¿Acaso no hay un resto del mundo a nuestro alrededor? Parece como si todos los pueblos de la Tierra debieran copiar nuestros modelos, más allá de sus situaciones concretas. Desde luego, África o América Latina merecerían un análisis pormenorizado. En el continente africano, la ausencia de un Estado consolidado y la permanencia de lazos étnicos y tribales generan redes de socialización paralelas. ¡Cómo afectará eso a sus poblaciones respectivas! Su extrema pobreza, élites corruptas y sátrapas locales, sus problemas endémicos de SIDA y guerras… Como decía Haro Teclen, a diferencia de en la II Guerra Mundial, esta vez sí sabemos donde están los campos de concentración, y los tenemos al otro lado del Estrecho. América Latina, mucho mejor que África, afronta también no pocos retos. Sus enormes desigualdades internas, la corrupción o los problemas de crecimiento económico ponen no pocas trabas.¿Y qué decir de Asia y Extremo Oriente? ¿Acaso allí tampoco es posible el bienestar?
Me gustaría recalcar dos ideas que me surgen de esta reflexión. La primera, que tenemos una visión del mundo demasiado limitada. Por más que nos hablen de “globalización” lo cierto es que seguimos pensando muchas veces en términos de nuestra aldea. Es una visión legítima, pero parcial. Nunca está de mas que tengamos una visión de amplio espectro de lo que nos rodea. Sobretodo en relación con mi segunda idea; y es el ser más humildes y valorar lo que tenemos. No nos podemos ni imaginar el frío que hace en el resto del mundo fuera del Viejo Continente. Donde aquí nos quejamos de nuestras dificultades para salir del mil-eurismo, en otros países se quejan de las dificultades para llevarse algo a la boca.
No pretendo ser emotivo. El mundo está muy mal, no es una novedad para nadie. Pero a lo que sí nos deberíamos comprometer es, no sólo a legítimamente quejarnos de lo que nos merecemos, sino también a valorar lo que tenemos. Los politólogos siempre hemos valorado a España como uno de los países a la cola del Estado de Bienestar respecto del resto de Europa. Pero, colegas, comparado con el resto del mundo, no me lo pienso. Me quedo con el país de la pandereta.
1 comentario:
Me gustó este post porque es una mirada "tratando de salir de la aldea". Las cosas que son naturales para ti, para mi son un privilegio. Si yo me comparo con otros, seguramente pasará lo mismo. Lo importante es saber identificarlo.
Darse un paseo por un lugar distinto al nuestro debería ser una obligación!!
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