Entre las muchas cosas freakis que hacemos los de políticas está el hacer mimetismos entre aquello que estudiamos y los procesos sociales que uno ve a su alrededor. Una de las últimas chorradas que he discutido con mi compañero de despacho (el molt honorable Marc Sanjaume) es la similitud que hay entre una pareja sentimental y la construcción de un estado federal. A los que no os de miedo el dejar volar la imaginación, seguid leyendo.
Empecemos asumiendo que cada individuo es soberano para establecer una relación, de una manera no muy diferente a como deciden federarse unos estados libres. Esta voluntad, a priori, nace de un impulso o bien del pueblo o bien de las elites. Cuando uno está enamorado, es el poder constituyente del pueblo el que, en base a unas afinidades culturales o ideológicas, llama a la integración. Si, por el contrario, se quiere una pareja con motivaciones más carnales, son las elites las que deciden crear la Unión Federal para obtener aquello que solas no pueden (una integración más interesada). Por ejemplo, mientras que los EEUU nacen por amor, la Unión Europea lo hace por sexo. En todo caso, igual que no hay amor sin atracción carnal, no puede haber federación sin acuerdo entre gobernantes. A veces, es difícil de saber quien tira del carro, pues igual que la opinión pública cambia, los sentimientos también. Las fronteras no son inmutables. En aquella situación en la que hay condicionantes internos (voluntad consentida por los estados) y externos (aceptable estabilidad internacional) favorables, se constituye la Federación.
En un primer paso, surge una Constitución que es bien diferente de las federales clásicas. Rara vez es explícita. Cada Estado formante de la unión conserva la parcela de soberanía propio de un libre integrante. Sin embargo, la Federación aparece como un nuevo nivel de gobierno, un tablero de juego para los estados. Esto hace que una serie de competencias que alguno de los estados firmantes no puede o no quiere aceptar sea trasferida a lo común. Aquí se forma una dimensión continua que va desde la máxima integración a la mínima. Una situación de integración máxima es cuando un marido trae el salario y la mujer se encarga de la casa. Ante esta situación, la pareja (la Federación) retiene el máximo poder, pues su ruptura es perjudicial para ambos miembros. En todo caso, mayor integración no implica necesariamente más amor. En el extremo contrario estaría una pareja que no tiene ningún vínculo material o legal, incluso residiendo en diferentes lugares y con sus respectivos salarios. Aquí las competencias cedidas al gobierno federal son mínimas. Es evidente que a mayor integración, mayor dificultad de ruptura de la pareja, pues aunque uno de ellos quiera, los costes exceden a los beneficios (materiales, personales…). Ya se sabe que las instituciones sobreviven hasta cuando han dejado de ser útiles.
Pero no se debe confundir la dimensión horizontal (entre niveles de gobierno; estados - Federación, intrigante – pareja) con las relaciones internas de poder. Dentro del gobierno federal, cada uno de los actores pugnan por tener una mayor preponderancia. En una pareja no siempre es evidente, pero suele darse que alguien “lleva los pantalones en casa”. El gobierno federal no es un actor nuevo (eso si pasa en las federaciones) si no que uno de los dos actores toma las decisiones en nombre de la pareja. Quien lo haga lo hará pensando en que es mejor para los dos, y sobre todo, que es mejor desde su punto de vista. Estas son las tensiones propias de cualquier pareja y contraviene a la versión hollywoodiense. Igual que la política es conflicto ya que el pluralismo social genera diferentes maneras de concebir la Justicia; también lo es la pareja, donde cada miembro tiene sus prioridades vitales. Una gran tensión política puede desmembrar un estado si las unidades federadas dicen: ¿Qué hago yo con estos? Véase la Guerra Civil Americana. La pregunta en una pareja es cuanto se está dispuesto a ceder por salvar la Federación…
Mira que estamos locos los de políticas. Pero más allá de que estemos pirados, no te creas que este razonamiento no tiene una cierta lógica. Federarse viene del latin foedus, que significa pacto. Y si al final casi todo en la vida se basa en pactar ¿Dónde encontraras mejor ejemplo que en tu propia casa?
Empecemos asumiendo que cada individuo es soberano para establecer una relación, de una manera no muy diferente a como deciden federarse unos estados libres. Esta voluntad, a priori, nace de un impulso o bien del pueblo o bien de las elites. Cuando uno está enamorado, es el poder constituyente del pueblo el que, en base a unas afinidades culturales o ideológicas, llama a la integración. Si, por el contrario, se quiere una pareja con motivaciones más carnales, son las elites las que deciden crear la Unión Federal para obtener aquello que solas no pueden (una integración más interesada). Por ejemplo, mientras que los EEUU nacen por amor, la Unión Europea lo hace por sexo. En todo caso, igual que no hay amor sin atracción carnal, no puede haber federación sin acuerdo entre gobernantes. A veces, es difícil de saber quien tira del carro, pues igual que la opinión pública cambia, los sentimientos también. Las fronteras no son inmutables. En aquella situación en la que hay condicionantes internos (voluntad consentida por los estados) y externos (aceptable estabilidad internacional) favorables, se constituye la Federación.
En un primer paso, surge una Constitución que es bien diferente de las federales clásicas. Rara vez es explícita. Cada Estado formante de la unión conserva la parcela de soberanía propio de un libre integrante. Sin embargo, la Federación aparece como un nuevo nivel de gobierno, un tablero de juego para los estados. Esto hace que una serie de competencias que alguno de los estados firmantes no puede o no quiere aceptar sea trasferida a lo común. Aquí se forma una dimensión continua que va desde la máxima integración a la mínima. Una situación de integración máxima es cuando un marido trae el salario y la mujer se encarga de la casa. Ante esta situación, la pareja (la Federación) retiene el máximo poder, pues su ruptura es perjudicial para ambos miembros. En todo caso, mayor integración no implica necesariamente más amor. En el extremo contrario estaría una pareja que no tiene ningún vínculo material o legal, incluso residiendo en diferentes lugares y con sus respectivos salarios. Aquí las competencias cedidas al gobierno federal son mínimas. Es evidente que a mayor integración, mayor dificultad de ruptura de la pareja, pues aunque uno de ellos quiera, los costes exceden a los beneficios (materiales, personales…). Ya se sabe que las instituciones sobreviven hasta cuando han dejado de ser útiles.
Pero no se debe confundir la dimensión horizontal (entre niveles de gobierno; estados - Federación, intrigante – pareja) con las relaciones internas de poder. Dentro del gobierno federal, cada uno de los actores pugnan por tener una mayor preponderancia. En una pareja no siempre es evidente, pero suele darse que alguien “lleva los pantalones en casa”. El gobierno federal no es un actor nuevo (eso si pasa en las federaciones) si no que uno de los dos actores toma las decisiones en nombre de la pareja. Quien lo haga lo hará pensando en que es mejor para los dos, y sobre todo, que es mejor desde su punto de vista. Estas son las tensiones propias de cualquier pareja y contraviene a la versión hollywoodiense. Igual que la política es conflicto ya que el pluralismo social genera diferentes maneras de concebir la Justicia; también lo es la pareja, donde cada miembro tiene sus prioridades vitales. Una gran tensión política puede desmembrar un estado si las unidades federadas dicen: ¿Qué hago yo con estos? Véase la Guerra Civil Americana. La pregunta en una pareja es cuanto se está dispuesto a ceder por salvar la Federación…
Mira que estamos locos los de políticas. Pero más allá de que estemos pirados, no te creas que este razonamiento no tiene una cierta lógica. Federarse viene del latin foedus, que significa pacto. Y si al final casi todo en la vida se basa en pactar ¿Dónde encontraras mejor ejemplo que en tu propia casa?
3 comentarios:
També es podria practicar la lliure associació! És a dir, jo en tinc un/a de fix que em doni estabilitat, però vaig per la meva banda en moltes altres coses... ;)
Increïble el post!
Me he reido un monton leyendo este post Pablo, porque, al tener que darte innegablemente la razón sobre las similitudes, también he tenido que aceptar que los de políticas tenemos un puntillo de "raros"...
Muy bueno, si señor, muy bueno!!
Menudas idas de olla, desde luego. Al menos si no fructificamos como politólogos nos podemos dedicar a la asesoría sentimental... ;)
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