sábado, 29 de marzo de 2008

¡Burocracia!

Hay un monstruo que se regodea en su poder incuestionable. Y no me refiero a una criatura mítica, de grandes poderes e infinita maldad. Estoy hablando de esa grotesca forma que asoma detrás de un mostrador. Me refiero al funcionario de atención al público. No hablo del maestro, el cartero o el policía… sino de ese tipo concreto de funcionario que te pide la foto de carnet cuando es lo único que te falta de todo el papeleo. El mismo que nada entre los miles de expedientes. El exponente máximo del “Venga usted mañana” de Larra. Hagamos un recorrido por esas escenas que nos resultan tan comunes; pidas una beca o que te hagan el pasaporte…

Suelen yacer en edificios cuadriculados, en las esquinas de los órganos oficiales y alejados de la entrada principal, cómo si quisieran esconderlos a la vista pública. Pero son inconfundibles porque, generalmente, una larga cola sale de ellos. Gentes venidas de tierras lejanas, sea en tren o en bus, se han devanado los sesos para encontrar la guarida. Poco a poco, como el lento movimiento de las mareas, perece que te vas acercando a la puerta del edificio o, si tienes la fortuna de que sea una administración grande, al mostrador. Pero no te preocupes, porque el incauto que se alegra de acercarse constatará con horror cómo la cola aminora su ritmo de avance cuanto más cerca estás. Es una ley matemática, la velocidad de la cola es inversamente proporcional a lo cerca que estas de tu destino. Pero todo llega, y habrá un momento en el que estarás a punto de presentarte frente al mostrador.

Y ahí te expones a una contingencia fatal. Que te toque “el tonto” delante. Este sujeto que no entiende nada, que piensa lento y actúa más, que hace miles de preguntas… y que sobretodo, tiene un efecto desesperante sobre los que le rodean. Por cierto, eso no quiere decir que nosotros no podamos ser “el tonto” para el que va detrás. Es un cargo muy democrático. Pero ya llegó el momento y estamos frente al medio cuerpo. Frente al monstruo de la fatalidad. Estamos frente al funcionario. Hay tantos tipos cómo personas pero siempre hay clásicos. Está la mujer hinchada y desagradable. La delgada y perdona vidas. Y el serio y amenazante del bigote cano. Si vais a cualquier oficina encontrareis por lo menos dos de estos sujetos. Pero todos tienen algo en común. Los dos cafés al día son sagrados y “A usted le falta x documento”. Algo así cómo, “No me compliques la vida chaval, vete con viento fresco”. Lo lees en sus ojos. A veces, no se toman ni la molestia de ser educados. A lo mejor están hasta los “…” de su trabajo, “¡Pues anda que yo de sufrirlo!”. Se que hay funcionarios amables y trabajadores, igual que se que respiro oxígeno. Existe, lo respiro, pero no lo veo.

Este monstruo se parece al Minotauro. Primero, porque la bestia está de medio cuerpo para arriba. Y segundo, porque tarde o temprano, hay que hacerle un sacrificio. Hay que pasar por sus manos. De la burocracia nadie escapa. Ahora, gracias a Internet, puedes saber los documentos necesarios antes de personarte en la oficina. Algo ayuda, desde luego. Pero ¿Qué sería de esos momentos mágicos si no te rechazaran un documento no compulsado? Ese sentir el latido del corazón en la sien, esa desesperación de la mañana perdida. Porque eso es universal. Hay que ir una mañana y perder día de trabajo/ lectivo a unos horarios, cuanto más ajustados, mejor. Con pausa del café no incluida, por supuesto. Cuando la mitad del mostrador se levanta comentando chascarrillos y dejan a un solo funcionario. ¡Y a la mitad de la cola con un palmo de narices!

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