miércoles, 26 de marzo de 2008

Fortuna Audantes Iuvat

Que el azar existe es algo que está fuera de toda duda. Los juegos que hay a su alrededor no dejan de probar que, con una conjunción probabilística, el número de ases que te pueden dar en una mano varía según las cartas que quedan en el mazo y las que toman tus adversarios. Es el mero (pero a veces crucial) azar. Pero yo quiero tratar aquello que se suele denominar la Suerte y que yo califico cómo Fortuna. Si prefiero este segundo nombre es porque ya incorpora en su segundo significado el bien que le es parejo. La Fortuna es la suerte, pero también las riquezas y la gloria.

En la época clásica se solía ver en la Fortuna a una mujer caprichosa, cambiante pero a la par irresistible que llevaba a la gloria cuando se poseía y a la perdición cuando nos abandonaba. Para la tradición cristiana, quedó subsumida dentro de la voluntad de Dios y pasaba a convertirse en la Providencia. Todo lo que ocurría quedaba dentro de la infalible voluntad del Altísimo. Sin embargo, la tradición del Renacimiento retomó este concepto que más adelante sería olvidado hasta el Siglo de las Luces. En aquel entonces, se volvió a la visión de la Fortuna cómo independiente de la voluntad divina. Y se retomaron en mucho los consejos de Séneca y Cicerón por parte de los humanistas de la época cómo Bocaccio, Dante o Maquiavelo. Y también renació el complemento de la Fortuna. La virtud. Virtud viene del latín “vir” y se refiere a aquellas características propias del hombre (viril) que se atraen la buena voluntad de la Fortuna (mujer). Sobre las virtudes deseables, cada autor varía, por supuesto. La prudencia, la sabiduría, el valor…

Yo creo que el enfoque de los clásicos es bien acertado sobre el tema. Muchas veces, no somos conscientes de en qué medida somos dependientes de la Fortuna, de esa combinación de acontecimientos que nos pueden hacer caer o triunfar. Por estar en el momento apropiado y en el lugar apropiado, todo se puede ganar y perder en un momento. Pero eso no excluye para que nosotros no podamos construir sólidos diques para frenar sus caprichosos envites o aprovechar mejor sus mareas favorables. La mejor manera de atraerse la buena Fortuna y minimizar el daño de la mala es a través de la virtud. Es decir, de cultivar aquellas capacidades que nos engrandecen. Gracias a ello, podemos controlar nuestro destino. Sirva el ejemplo. Si uno va a un examen estudiando un solo tema, se pone por entero en manos de la Fortuna. Si uno ha estudiado todo el temario, aunque le pongan el tema que peor lleva, podrá salvar la cara. Si un día quiebra tu negocio, y lo pierdes todo por un golpe de Fortuna, dotado de virtud poco de costará comenzar de nuevo desde abajo para labrarte un nuevo futuro. Dicen que la adversidad demuestra el valor de una persona, la buena Fortuna, lo oculta. Tal era la consideración de los antiguos.

La Fortuna es una poderosa compañera de viaje, que tanto trae lo bueno como lo malo. Dicen que es el tiempo, pero yo no lo creo. Creo que es la Fortuna la que pone a cada cual en su sitio. Porque el que llega lejos apoyado en su suerte pero carece de aptitudes, terminará por fracasar. Al final, la Fortuna le dejará de lado y, sin apoyos consistentes nacidos de sí mismo, caerá como un castillo de naipes. No podrá soportar los envites de sus adversarios.

Hay que ganarse la buena Fortuna y eso se hace a través de uno mismo. Ojalá os acompañe, y ojalá que no la necesitéis...

1 comentario:

Anónimo dijo...

Buena suerte pues...