Suele haber una idea bastante recurrente en científicos, antropólogos y filósofos. Se suele decir que pese al gran avance que ha sufrido la humanidad en los últimos tiempos en términos de desarrollo tecnológico, en lo propiamente “humano” se ha avanzado muy poco desde tiempos antiguos. Que en suma, que seguimos siendo los mismos, sólo que ahora no nos abrimos la cabeza con piedras sino con misiles tomahawk. Bueno, pero es que cada vez surgen nuevas preguntas sobre que es lo que nos distingue de otras especies: ¿Qué es lo que nos hace ser genuinamente humanos?
Sobre esta cuestión los antropólogos se devanan bastante los sesos. De modo general se atribuía cómo genuinamente humano nuestra capacidad para generar tecnología, cultura y racionalidad. Hoy esto ya se pone en cuestión. Se ha comprobado cómo determinados tipos de simios son capaces de construir instrumentos (muy toscos, claro) para proveerse de alimento. Afilar un palo, por ejemplo, para abrir una concha ya es un indicio de tecnología. De otro lado, la cultura, de manera general, se describe cómo el conjunto de todas las formas y expresiones de una sociedad determinada. Como tal incluye costumbres, prácticas, códigos, normas y reglas de la manera de ser, vestirse, religión, rituales, normas de comportamiento y sistemas de creencias. Estos sí, parecen elementos bastante nuestros y que presenta gran diversidad dentro de nuestra propia especie. Si en lo que nos fijamos es en la racionalidad, de nuevo tenemos problemas. ¿Hablamos de la racionalidad instrumental? Porque eso sólo implicaría hacer uso de un medio para conseguir algo, y sabemos que un mono puede agitar un tronco para hacer caer la fruta. Lo que sí es más nuestro es la capacidad de usar la razón para abstraer. Es decir, referirnos a cosas de sus términos generales. El lazo afectivo entre una pareja de monos es factible, el concepto de “Amor” les resulta incomprensible.
Por lo tanto, parece que lo que nos hace humanos no es tanto la tecnología cómo el uso de la razón cómo abstracción, que se materializa cómo consecuencia en el desarrollo de una cultura (unos códigos, religiones, rituales…) Eso no implica, que renunciemos a nuestra base animal, sino más bien que nuestra “humanidad” parece algo que la sofistica. Sigamos sólo un ejemplo. Existe una pasión muy animal que es el miedo, que nace de la idea de la autoconservación instintiva. Dado que podemos abstraer, sabemos que existe un final para todo ser biológico que llega con la muerte. Sabemos de su carácter irreversible. De aquí surge la sofisticación del instinto, el miedo (animal) a la muerte (humana). Y también se sofistica la respuesta. La cultura en forma de religión, que ofrece la fe y el consuelo frente a lo desconocido, es la respuesta más humana, que responde con algo abstracto, intangible.
Es decir, que en la base, lo que quiero argumentar es que somos mucho más “animales” de lo que nos creemos. Que lo humano, stricte sensu, es una sofisticación genuina de nuestra especie, pero que nuestra base biológica es muy determinante. La abstracción o la cultura dependerá de muchos factores (contextuales, educativos…). Pero siguen espoleándonos siempre los instintos y pasiones animales, aunque luego los racionalicemos. La temeridad, el odio, la envidia, la valentía, el orgullo, la ambición, la caridad, la fe, el amor… han sido las fuerzas motoras de la Humanidad. Sí, nuestra especie ha sido la primera en conceptualizar tales pasiones. Pero la pregunta es: ¿Son de verdad, genuinamente, pasiones humanas?
Sobre esta cuestión los antropólogos se devanan bastante los sesos. De modo general se atribuía cómo genuinamente humano nuestra capacidad para generar tecnología, cultura y racionalidad. Hoy esto ya se pone en cuestión. Se ha comprobado cómo determinados tipos de simios son capaces de construir instrumentos (muy toscos, claro) para proveerse de alimento. Afilar un palo, por ejemplo, para abrir una concha ya es un indicio de tecnología. De otro lado, la cultura, de manera general, se describe cómo el conjunto de todas las formas y expresiones de una sociedad determinada. Como tal incluye costumbres, prácticas, códigos, normas y reglas de la manera de ser, vestirse, religión, rituales, normas de comportamiento y sistemas de creencias. Estos sí, parecen elementos bastante nuestros y que presenta gran diversidad dentro de nuestra propia especie. Si en lo que nos fijamos es en la racionalidad, de nuevo tenemos problemas. ¿Hablamos de la racionalidad instrumental? Porque eso sólo implicaría hacer uso de un medio para conseguir algo, y sabemos que un mono puede agitar un tronco para hacer caer la fruta. Lo que sí es más nuestro es la capacidad de usar la razón para abstraer. Es decir, referirnos a cosas de sus términos generales. El lazo afectivo entre una pareja de monos es factible, el concepto de “Amor” les resulta incomprensible.
Por lo tanto, parece que lo que nos hace humanos no es tanto la tecnología cómo el uso de la razón cómo abstracción, que se materializa cómo consecuencia en el desarrollo de una cultura (unos códigos, religiones, rituales…) Eso no implica, que renunciemos a nuestra base animal, sino más bien que nuestra “humanidad” parece algo que la sofistica. Sigamos sólo un ejemplo. Existe una pasión muy animal que es el miedo, que nace de la idea de la autoconservación instintiva. Dado que podemos abstraer, sabemos que existe un final para todo ser biológico que llega con la muerte. Sabemos de su carácter irreversible. De aquí surge la sofisticación del instinto, el miedo (animal) a la muerte (humana). Y también se sofistica la respuesta. La cultura en forma de religión, que ofrece la fe y el consuelo frente a lo desconocido, es la respuesta más humana, que responde con algo abstracto, intangible.
Es decir, que en la base, lo que quiero argumentar es que somos mucho más “animales” de lo que nos creemos. Que lo humano, stricte sensu, es una sofisticación genuina de nuestra especie, pero que nuestra base biológica es muy determinante. La abstracción o la cultura dependerá de muchos factores (contextuales, educativos…). Pero siguen espoleándonos siempre los instintos y pasiones animales, aunque luego los racionalicemos. La temeridad, el odio, la envidia, la valentía, el orgullo, la ambición, la caridad, la fe, el amor… han sido las fuerzas motoras de la Humanidad. Sí, nuestra especie ha sido la primera en conceptualizar tales pasiones. Pero la pregunta es: ¿Son de verdad, genuinamente, pasiones humanas?
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