“Sin duda, en esta legislatura se han hecho muchas cosas bien. Pero ha faltado algo crucial, a mi modo de ver. Es el método (…) proceder de una manera ordenada”. Así hablaba Manuel Marín en una entrevista a CNN+ cuando todavía era Presidente del Congreso. “Es ciertamente un liderazgo desconcertante, de cariz post-moderno. Yo vengo de una generación acostumbrada a otro tipo de líderes; González, Aznar… pero Zapatero me descoloca. Es como una esfinge. No se sabe si viene o se va.” Estas eran las palabras de Josep Ramoneda en otra entrevista.
Estas declaraciones me sirven como introducción a un tema que me preocupa. La política, como se sabe, es un campo donde los valores de ámbito moral se entremezclan con las pasiones y los deseos. Con facilidad podríamos ubicar diferentes valores a izquierda y derecha en función de la importancia que le dan. Es evidente que algunos se tratan de valores éticos y otros son funcionales. Es decir, que unos se vinculan con los fines y otros con los medios. Entre los primeros están tales como la libertad, la igualdad, el progreso… que están en permanente conflicto entre sí, y que, en palabras de Isaiah Berlin, son inconmensurables, incompatibles e irreductibles. Lo que es lo mismo, que no se pueden medir, no se pueden compatibilizar al mismo nivel y no se pueden suprimir. Al final, hay que jerarquizarlos. Y de esa jerarquía entre los diferentes valores nace la escala de valores e ideología propia de cada uno, a raíz de nuestra interacción con la sociedad y la política. A tal le interesa la igualdad de resultados, a tal la libertad individual, a tal la libertad colectiva, a tal la igualdad de oportunidades, y así cada cual construye su escala de valores.
Pero frente a estos valores éticos hay una serie de valores de carácter funcional. La eficiencia, la previsión, la prudencia… tienen su peso por ser maneras de proceder en la ejecución de las políticas. Es evidente que hay que desconfiar de un político que simplemente se presente como “buen gestor”, porque lo que nos interesa es saber a donde nos lleva con esa gestión. Esta claro que si un político es un inútil se lo debe penalizar, porque tienen una doble función: de representación (en lo ético) y de administración (en lo funcional). Pero que no traten de tapar una cosa con la otra. Algo que me molesta mucho del actual gobierno es que, aunque pueda compartir sus valores y representen (al menos en parte) mis ideas, tengan una tendencia endémica a la improvisación. Todo parece que se ha vuelto etéreo alrededor del Presidente del Gobierno. Quizás todo nace de una confusión. El hecho de que derrotara a Aznar (he dicho bien, si) en 2004 con el famoso “talante” le ha hecho pensar que lo único que importa son las formas. Diálogo social, reuniones con todos, optimismo antropológico y buenas palabras. Pero es que, retomando a Marín, el “método” es crucial. Es decir, la planificación, el orden, medir los tempos, la articulación del proyecto.
Decía un buen amigo que el buen político era el que sabía adaptarse a los tiempos. La Fortuna es cambiante, pero los hombres rara vez los son. Como proceden siempre del mismo modo, logran grandes éxitos cuando las circunstancias le son favorables, pero lo pierden todo cuando estas cambian. Por ello proponía el aprender a proceder con virtud para hacer un diagnóstico correcto de la realidad y operar en consecuencia. Lo que de verdad me preocupa es que el liderazgo post-moderno (si existe eso) pase por dejar de lado la contención y la prudencia. Porque si es así, el gobierno de lo público dejará de ser la solución y pasará a ser un problema. Y si de verdad hace falta liderazgo es cuando las cosas se ponen feas.
Estas declaraciones me sirven como introducción a un tema que me preocupa. La política, como se sabe, es un campo donde los valores de ámbito moral se entremezclan con las pasiones y los deseos. Con facilidad podríamos ubicar diferentes valores a izquierda y derecha en función de la importancia que le dan. Es evidente que algunos se tratan de valores éticos y otros son funcionales. Es decir, que unos se vinculan con los fines y otros con los medios. Entre los primeros están tales como la libertad, la igualdad, el progreso… que están en permanente conflicto entre sí, y que, en palabras de Isaiah Berlin, son inconmensurables, incompatibles e irreductibles. Lo que es lo mismo, que no se pueden medir, no se pueden compatibilizar al mismo nivel y no se pueden suprimir. Al final, hay que jerarquizarlos. Y de esa jerarquía entre los diferentes valores nace la escala de valores e ideología propia de cada uno, a raíz de nuestra interacción con la sociedad y la política. A tal le interesa la igualdad de resultados, a tal la libertad individual, a tal la libertad colectiva, a tal la igualdad de oportunidades, y así cada cual construye su escala de valores.
Pero frente a estos valores éticos hay una serie de valores de carácter funcional. La eficiencia, la previsión, la prudencia… tienen su peso por ser maneras de proceder en la ejecución de las políticas. Es evidente que hay que desconfiar de un político que simplemente se presente como “buen gestor”, porque lo que nos interesa es saber a donde nos lleva con esa gestión. Esta claro que si un político es un inútil se lo debe penalizar, porque tienen una doble función: de representación (en lo ético) y de administración (en lo funcional). Pero que no traten de tapar una cosa con la otra. Algo que me molesta mucho del actual gobierno es que, aunque pueda compartir sus valores y representen (al menos en parte) mis ideas, tengan una tendencia endémica a la improvisación. Todo parece que se ha vuelto etéreo alrededor del Presidente del Gobierno. Quizás todo nace de una confusión. El hecho de que derrotara a Aznar (he dicho bien, si) en 2004 con el famoso “talante” le ha hecho pensar que lo único que importa son las formas. Diálogo social, reuniones con todos, optimismo antropológico y buenas palabras. Pero es que, retomando a Marín, el “método” es crucial. Es decir, la planificación, el orden, medir los tempos, la articulación del proyecto.
Decía un buen amigo que el buen político era el que sabía adaptarse a los tiempos. La Fortuna es cambiante, pero los hombres rara vez los son. Como proceden siempre del mismo modo, logran grandes éxitos cuando las circunstancias le son favorables, pero lo pierden todo cuando estas cambian. Por ello proponía el aprender a proceder con virtud para hacer un diagnóstico correcto de la realidad y operar en consecuencia. Lo que de verdad me preocupa es que el liderazgo post-moderno (si existe eso) pase por dejar de lado la contención y la prudencia. Porque si es así, el gobierno de lo público dejará de ser la solución y pasará a ser un problema. Y si de verdad hace falta liderazgo es cuando las cosas se ponen feas.
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