Recuerdo perfectamente la primera clase práctica que tuve de “Ciencia Política I”. La lectura que correspondía a aquel momento era el clásico de Weber de la “Política como profesión”. Hacia el final de la clase se debatió sobre la legitimación de las comunidades políticas. En este contexto, el profesor dijo que era evidente que no todas las comunidades tenían la misma base de legitimación. Sus palabras fueron: “No es lo mismo el peso de la historia que tiene la bandera de Cataluña que, por ejemplo, la de la Rioja, diseñada por un concurso público hace 20 años”.
Vuelve a mí esta escena cuando acabo de ojear un artículo que critica la existencia de las Comunidades Autónomas uniprovinciales, sobre la base de que dificultan la toma de decisiones por consenso. En esa misma línea se postula el teórico político más reputado del departamento, que considera que debería existir un “federalismo asimétrico” en España, a la canadiense. Sólo debería haber las Comunidades de Cataluña, Galicia y Euskadi. El café para todos sólo tenía la intención de servir como contrapeso a las minorías nacionales. Es evidente que como riojano, me veo impelido a añadir algo al respecto. Cualquier aproximación objetiva a la cuestión sabe que La Rioja podría tanto existir como no. Nació como provincia en 1833, agrupando a 9 partidos judiciales. Durante la Transición, en la formación de las nuevas Comunidades Autónomas se plantearon varias posibilidades; bien podría integrarse en Castilla y León o en Euskadi o la comunidad vasco-navarra. Bien cierto es que ambas alternativas suscitaron rechazo y se optó por la salida intermedia; formar una Comunidad Autónoma propia. El día 9 de junio de 1982 se aprobaba el Estatuto de autonomía, antes que la formación de la propia Castilla y León.
¿Tiene menos derecho a la existencia La Rioja que otras comunidades? Se puede plantear la cuestión desde dos enfoques: de eficiencia y de legitimidad. En términos de eficiencia ¿Ha sido la autonomía beneficiosa para sus ciudadanos? ¿Lo ha sido para el sistema? Sobre la primera cuestión, creo que es incuestionable. Disponer de un gobierno propio para un territorio demográficamente tan disperso, envejecido demográficamente y tan dispar en términos de producción industrial y agrícola ha sido clave. Frente a una diputación provincial, que dispondría de menos recursos y capacidades, el gobierno autónomo ha podido impulsar políticas de desarrollo muy importantes (desde la referente a la protección de la Denominación de Origen hasta las de repoblación del medio rural). ¿Ha sido bueno para el sistema? Lo cierto es que ni bueno ni malo. La Rioja no imposibilita el consenso, porque el peso relativo que tiene es acorde a su poder industrial y demográfico; casi ninguno. Si nos centramos en la representación en el Congreso o Senado, es evidente que el voto de un riojano vale mucho en términos de representación (4 diputados para 300.000 habitantes). Sin embargo, nunca han sido decisivos para conformar gobierno, nunca ha habido un partido regionalista fuerte con capacidad de chantaje. En general, desde la eficiencia, la existencia de La Rioja ha sido buena para sus habitantes, pero malo para casi nadie.
Sobre su legitimidad para existir, todo depende de donde la rastreemos. Ninguna Comunidad Autónoma tiene otra legitimidad funcional que la que se emana de la Constitución, que las habilita en su existencia y competencias. Otra cuestión diferente es si las raíces de la legitimidad de la comunidad política se las quiere rastrear en la cultura, la lengua, la tradición propia de un territorio. Entonces, todo depende del relato que construya la política sobre de donde venimos y quienes son “los nuestros”. Un producto netamente artificial por ser social. Por lo tanto ¿Cuál es la diferencia entre decir que la bandera de La Rioja es inventada por hacerse en un concurso y la de Cataluña, por ejemplo, es genuina por tener una bonita leyenda detrás? Me imagino que hubiera quedado más “cool” remontarse al Reino de Navarra para dotarnos de una bandera que tuviera más caché. Pero bueno, así somos. No nos falta ni historia ni cultura ni tradiciones. Nuestro propio relato todavía está en construcción. Y quizás esa sea nuestra gran ventaja.
PD: Para ti, patriota riojano.
Vuelve a mí esta escena cuando acabo de ojear un artículo que critica la existencia de las Comunidades Autónomas uniprovinciales, sobre la base de que dificultan la toma de decisiones por consenso. En esa misma línea se postula el teórico político más reputado del departamento, que considera que debería existir un “federalismo asimétrico” en España, a la canadiense. Sólo debería haber las Comunidades de Cataluña, Galicia y Euskadi. El café para todos sólo tenía la intención de servir como contrapeso a las minorías nacionales. Es evidente que como riojano, me veo impelido a añadir algo al respecto. Cualquier aproximación objetiva a la cuestión sabe que La Rioja podría tanto existir como no. Nació como provincia en 1833, agrupando a 9 partidos judiciales. Durante la Transición, en la formación de las nuevas Comunidades Autónomas se plantearon varias posibilidades; bien podría integrarse en Castilla y León o en Euskadi o la comunidad vasco-navarra. Bien cierto es que ambas alternativas suscitaron rechazo y se optó por la salida intermedia; formar una Comunidad Autónoma propia. El día 9 de junio de 1982 se aprobaba el Estatuto de autonomía, antes que la formación de la propia Castilla y León.
¿Tiene menos derecho a la existencia La Rioja que otras comunidades? Se puede plantear la cuestión desde dos enfoques: de eficiencia y de legitimidad. En términos de eficiencia ¿Ha sido la autonomía beneficiosa para sus ciudadanos? ¿Lo ha sido para el sistema? Sobre la primera cuestión, creo que es incuestionable. Disponer de un gobierno propio para un territorio demográficamente tan disperso, envejecido demográficamente y tan dispar en términos de producción industrial y agrícola ha sido clave. Frente a una diputación provincial, que dispondría de menos recursos y capacidades, el gobierno autónomo ha podido impulsar políticas de desarrollo muy importantes (desde la referente a la protección de la Denominación de Origen hasta las de repoblación del medio rural). ¿Ha sido bueno para el sistema? Lo cierto es que ni bueno ni malo. La Rioja no imposibilita el consenso, porque el peso relativo que tiene es acorde a su poder industrial y demográfico; casi ninguno. Si nos centramos en la representación en el Congreso o Senado, es evidente que el voto de un riojano vale mucho en términos de representación (4 diputados para 300.000 habitantes). Sin embargo, nunca han sido decisivos para conformar gobierno, nunca ha habido un partido regionalista fuerte con capacidad de chantaje. En general, desde la eficiencia, la existencia de La Rioja ha sido buena para sus habitantes, pero malo para casi nadie.
Sobre su legitimidad para existir, todo depende de donde la rastreemos. Ninguna Comunidad Autónoma tiene otra legitimidad funcional que la que se emana de la Constitución, que las habilita en su existencia y competencias. Otra cuestión diferente es si las raíces de la legitimidad de la comunidad política se las quiere rastrear en la cultura, la lengua, la tradición propia de un territorio. Entonces, todo depende del relato que construya la política sobre de donde venimos y quienes son “los nuestros”. Un producto netamente artificial por ser social. Por lo tanto ¿Cuál es la diferencia entre decir que la bandera de La Rioja es inventada por hacerse en un concurso y la de Cataluña, por ejemplo, es genuina por tener una bonita leyenda detrás? Me imagino que hubiera quedado más “cool” remontarse al Reino de Navarra para dotarnos de una bandera que tuviera más caché. Pero bueno, así somos. No nos falta ni historia ni cultura ni tradiciones. Nuestro propio relato todavía está en construcción. Y quizás esa sea nuestra gran ventaja.
PD: Para ti, patriota riojano.
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